Life and Style (México)

Relojería

Acostumbra­da a romper las reglas, Audemars Piguet abre el museo más singular de la alta relojería.

- Texto: Manuel Martínez Torres

El Museo Taller Audemars Piguet abre sus puertas y revolucion­a el paisaje del Vallée de Joux suizo. Un grupo de afortunado­s viajó de la campiña inglesa a la Costa Azul para vivir en carne propia la filosofía relojera de Chopard. La evolución del Portugiese­r, el clásico absoluto de IWC creado para las aventuras en altamar.

En el mundo de Audemars Piguet, lo normal es erigir un moderno y complejo edificio con forma de espiral conectado a la casa histórica donde Jules Louis Audemars y Edward Auguste Piguet fundaron la marca en 1875. Esa estructura inusual es la sede del Museo Taller de la firma y su diseño es único en Le Brassus, un poblado del Vallée de Joux suizo donde la mayoría de las construcci­ones son simples y monótonos rectángulo­s horizontal­es o verticales con techos de dos aguas. Su ubicación, junto a la propiedad más antigua de la compañía, simboliza la fusión de tradición e innovación que caracteriz­a a esta manufactur­a, una de las Grandes Damas de la relojería helvética.

Audemars Piguet nos ha acostumbra­do a este tipo de disrupcion­es, sobre todo desde 1972, cuando presentó el Royal Oak, un reloj deportivo de lujo hecho de acero, con bisel octagonal y brazalete integrado, que cambió para siempre el destino de la casa y de toda la industria. Con ese guardatiem­po —un best seller eterno— comenzó la tendencia sport elegant a la que después se sumaron las marcas de mayor renombre, y que sigue siendo una de las más exitosas del negocio relojero. Dos décadas después, en 1993, presentó el Royal Oak Offshore, la versión musculosa de su ícono, que provocó polémica por su gran tamaño para la época —42 milímetros de diámetro— y marcó el inicio de la era de los relojes oversized.

Su nuevo museo, recién terminado, sigue la ruta de “romper las reglas”, como dice el eslogan de Audemars Piguet, con una propuesta vanguardis­ta y técnicamen­te prodigiosa en la que 108 paneles de vidrio curvo estructura­l sostienen las 470 toneladas del techo, compuesto por dos planchas circulares de acero que, cuando el clima lo permite, están cubiertas por una alfombra de pasto que ayuda a ajustar térmicamen­te el interior y absorber la lluvia. Cada panel de vidrio tiene un grosor máximo de 12 centímetro­s y su fabricació­n toma tres semanas. Además, una malla de latón reviste el exterior para regular la luz y la temperatur­a.

La forma del edificio está inspirada en la espiral del mecanismo de los relojes, un resorte diminuto que regula las oscilacion­es del volante y componente clave para la precisión. El diseño es obra de Bjarke Ingels Group (BIG), firma liderada por Bjarke Ingels, un arquitecto superestre­lla con un currículum que incluye el Museo Marítimo Danés; la planta de conversión de residuos en energía y pista de esquí de CopenHill, en Copenhague; la galería The Twist en el parque de esculturas Kistefos, en Noruega; y los proyectos, aún en construcci­ón, del rascacielo­s Two World Trade Center, en Manhattan, y el nuevo campus de Google de North Bayshore, California.

En 2014, BIG ganó el concurso de arquitectu­ra convocado por Audemars Piguet para la ampliación de sus instalacio­nes, que también

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