Manufactura

Diamantes ¿pierden brillo?

La industria de los diamantes vive un momento retador, pues los nuevos consumidor­es de productos de lujo prefieren las experienci­as a la joyería.

- POR IVET RODRÍGUEZ Y MARCO LUGO

Los productore­s de diamantes enfrentan un nuevo mercado donde predominan las experienci­as en joyería.

José Dávalos Batista tenía 13 años cuando cruzó la frontera hacia Estados Unidos en busca de trabajo. Eran los años veinte, y en plena Revolución mexicana no había mucho que hacer en Michoacán para este aprendiz de joyero.

“Llegó a California y allí fue acogido por una familia estadounid­ense que lo contactó con un maestro joyero que, por aquella época, hacía piezas para Hollywood”, cuenta José Dávalos Huerta, nieto del fundador y actual director general de la compañía.

En pocos años, el joven aprendiz se especializ­ó en los engarces de diamantes y pronto se convirtió en el jefe del taller. Actrices, como Bette Davis y Joan Crawford, lucieron las piezas hechas por el mexicano en las películas que protagoniz­aron en los años treinta.

Eran tiempos dorados para los diamantes. En la primera mitad del siglo XX surgió en Estados Unidos la costumbre de regalar un anillo con un diamante durante una petición de matrimonio, lo cual se generalizó gracias a la campaña de publicidad diseñada por la agencia Mad Med N.W. que con el slogan “El diamante es para siempre” posicionó a la piedra como un objeto duradero, ideal para sellar un compromiso.

Entonces el futuro pintaba bien para el joven Dávalos Batista, pero la entrada de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, a principios de los cuarenta, dio un vuelco a su historia: tuvo que decidir entre quedarse en aquel país y combatir en el conflicto bélico o regresar a México y empezar desde cero. Eligió la segunda opción.

Dávalos Batista volvió al país con cinco nombres anotados en un cuaderno: los joyeros mexicanos a los que su jefe le recomendó visitar. “En esos tiempos, la industria joyera era un círculo pequeño, todos se conocían”, cuenta Dávalos Huerta.

Nada más llegar, montó un pequeño taller en la calle de Madero, en el centro de la Ciudad de México. Contactó a esos cinco joyeros y les empezó a maquilar algunas piezas, prin-

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