La reforma educativa y sus adversarios
La reforma educativa es un esfuerzo nacional de enorme relevancia; su importancia no se desprende del hecho de que tres partidos políticos le dieron origen, sino de la trascendencia de sus propósitos: el primero de ellos fue corregir el caos que imperaba en la gestión de la carrera profesional docente y solventar el grave problema de la corrupción en el manejo de plazas.
La reforma trajo consigo otras dos realizaciones signifi cativas: una fue la creación del INEE como una entidad autónoma y con poder para evaluar cualquier aspecto del sistema educativo nacional y otra la renovación estructural y pedagógica condensada en el Nuevo Modelo Educativo.
El Servicio Profesional Docente ha sido el corazón del debate sobre la reforma. Aún antes de ser aprobado, el SPD fue impugnado con expresiones ruidosas por algunas fuerzas político- sindicales ( notablemente, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación). El motivo de ese rechazo era obvio: la reforma golpeó directamente poderosos intereses al establecer que el ingreso, la promoción, el reconocimiento, la asignación de estímulos y la permanencia se decidirían mediante concursos de oposición y evaluaciones.
Semejante regla eliminó la arbitrariedad que prevalecía en el manejo de las plazas ( por décadas en manos de funcionarios y líderes sindicales). En los nuevos concursos el INEE actuaría como garante de la imparcialidad y limpieza de los procesos.
No obstante, la aplicación de la reforma ha tenido limitantes: hubo ostensiblemente desde 2013 un défi cit de información y explicación — principalmente hacia la población docente— y esta falla hizo posible que en el medio magisterial se propagaran mentiras, mitos y prejuicios que contribuyeron a alimentar la incertidumbre y el miedo.
La evaluación tiene frecuentemente mala fama y fue relativamente fácil para los adversarios de la reforma inculcar el temor magnifi cando — o falsifi cando— los efectos de ésta. Se levantó el infundio de que la reforma tenía una agenda oculta: que buscaba acabar con la educación pública y privatizar las escuelas. De ahora en adelante, decían los detractores, los padres de familia van a pagar por los libros de texto, el salario de los profesores y la energía eléctrica que consume la escuela.
Otras falsedades que se difundieron fueron: que la evaluación era punitiva, que en realidad lo que las autorida- des buscaban con la evaluación era despedir a los docentes, que se iban a afectar sus salarios y sus derechos adquiridos en Carrera Magisterial, que era un proyecto tecnocrático y producto de una imposición de la OCDE a México. Etc.
No ha habido, en realidad una deliberación y un debate racional y sensato sobre la reforma educativa — exceptuando algunos episodios menores. En cambio, lo que se han dado en exceso son reacciones viscerales. La emotividad ha dominado al movimiento magisterial disidente; no hay argumentos, hay gritos destemplados, insultos, aspavientos, gesticulaciones y mucha cólera.
El movimiento disidente ( que se mantuvo entre 2013 y 2016) fue sofocado mediante negociaciones oscuras que se dieron entre el gobierno federal y las distintas secciones de la CNTE, pero puso en evidencia el hecho de que la reforma tiene poderosos adversarios y contribuyó a crear un ambiente de temor y desconfi anza entre ciertos grupos del magisterio.
En la perspectiva de la sucesión presidencial surgen muchas dudas sobre el futuro de la educación nacional y esas dudas se convierten en alarma cuando se observa que algunos políticos notables — haciendo eco a las posiciones de la CNTE— no han vacilado en descalifi car la reforma educativa. Buscan, desde luego, ganar votos. Finalmente, la política es el arte de cautivar a los electores, aunque se haga explotando los sentimientos más oscuros de éstos.
El panorama es preocupante. Lo que ocurre es alarmante y México se encuentra, de nuevo ante el peligro potencial de echar abajo una de las empresas educativas más serias y ambiciosas de muchas décadas ( 22 mayo 2017).