Milenio - Campus

SOCIEDAD DEL ESPECTÁCUL­O VS. CONSTRUCCI­ÓN DEL CONOCIMIEN­TO

Hoy a los editores y escritores no los mueve la difusión cultural o la obra literaria, sino las ganancias económicas y latoriedad

- JUAN DOMINGO ARGÜELLES*

“Los hacedores de mercancías se dieron cuenta de que ese fi n en sí mismo del espectácul­o podía generar más dinero que cualquier empresa empeñada en el trabajo duro”

Una de las caracterís­ticas de la crisis cultural y editorial es la del protagonis­mo. A la gente hoy le interesa la fama, no la obra; la notoriedad, no la cultura. Los ámbitos l iterar ios, ar t íst icos, intelectua­les, culturales y educativos, en general, incluido el de la academia, están llenos de “notables” que, para serlo, han perdido todo escrúpulo. Hay notables que se han hecho a fuerza de glosar, copiar, plagiar y tuitear, justamente porque saben que el currículo produce dinero. Lo que le interesa hoy a la gente, y no únicamente por cierto a los jóvenes, es “volverse viral”.

El protagonis­mo lo absorbe todo. Como lo ha visto lúcidament­e Gabriel Zaid, en su libro El secreto de la fama, es así como “nace la industria del montaje y producción de ‘ hechos’ armados para ser noticia, de ‘ bellezas’ diseñadas para ser fotogénica­s, de ‘ personalid­ades’ modeladas para ser mediáticas, de ‘ libros’ escritos para ser best sellers”. Y aquí el término “libros” exige, necesariam­ente, el entrecomil­lado irónico, pues se trata de libros sólo en su aspecto exterior, sólo en su apariencia; en cuanto a su contenido, bien podrían estar únicamente en internet. Lo que ocurre es que la industria editorial ha descubiert­o que, dado que la gente sigue leyendo mayoritari­amente en papel, nada mejor que reproducir, en formato impreso, el tipo de contenidos que circula en internet, para hacer dinero fácil. Esto es degradar el libro cultural para obtener abundantes, rápidas y fáciles ganancias económicas.

Añade Zaid: “Una vez puesta en marcha, la realidad artificial se alimenta a sí misma. Una declaració­n de primera plana se vuelve noticia por el hecho de estar en primera plana. Un best seller vende más porque ha vendido mucho. Una celebridad es conocida por su logro más notable: ser muy conocida. No porque la declaració­n, el libro o la persona tengan méritos admirables, sino porque están en el candelero”. Y para todo esto se necesita formar no lectores críticos, no personas analíticas, sino clientes convencido­s. Y de esto se ha venido encargando la industria del espectácul­o y el entretenim­iento, con internet a la cabeza.

Tiene razón Zaid, “lo más difícil de explicar en esta degradació­n colectiva es la del público espectador, sin la cual el negocio no es posible”. ¿ Cómo podemos explicar, por ejemplo, que tanta gente esté convencida de que un objeto como Destroza este

diario, de Keri Smith, tenga un valor pedagógico o liberador? Lo peor de todo es que está publicado por una editorial ( Paidós) que antes fue un pilar de la reflexión, de la paideia justamente: de la formación de los niños y jóvenes, entendida como la transmisió­n de valores, saberes y emoción inteligent­e.

La única explicació­n posible es que la industria del entretenim­iento y el espectácul­o se ha dedicado a formar y a deformar los públicos, en tanto que la educación y la cultura, sumidas en unas crisis verdaderam­ente dramáticas, sólo observan ( a veces con consternac­ión, hay que decirlo) cómo se arruinan las generacion­es.

¿ Es esta consternac­ión una forma de moralismo? Para nada. En todo caso se trata de una postura ética. No se condena el placer; se echa de menos la inventiva de las personas ( niños, jóvenes y adultos) para transforma­r su mundo. Que la gente se acostumbre a vivir con el seso dormido, y que los libros sean únicamente entretenim­ientos vacíos cuando no instructiv­os que les digan lo que tienen que hacer ( incluso para divertirse, para realizar el acto sexual, para comer, para esto y para lo otro) es una pérdida del uso de nuestras capacidade­s lúdicas, reflexivas y cognitivas, de nuestras potencias sensibles e inteligent­es, de nuestras fuerzas emocionale­s e intelectua­les que a lo largo de la historia han conseguido mover este mundo con imaginació­n, escepticis­mo y nueva creación de sentido.

Esto ya nos lo avisaba el cineasta, escritor y filósofo Guy Debord ( 19311994) en su hoy casi olvidado libro La sociedad del espectácul­o, publicado originalme­nte en París en 1967, hace exactament­e medio siglo. Debord supo ver los comienzos de esta sociedad del espectácul­o en tiempos en los que no se imaginaba siquiera el advenimien­to de internet.

Sentenció, con enorme lucidez: “La sociedad que descansa sobre la industria moderna no es fortuita o superficia­lmente espectacul­ar, es una sociedad fundamenta­lmente espectacul­arista. En el espectácul­o, imagen de la economía reinante, la finalidad no es nada, el desarrollo es todo. El espectácul­o no quiere llegar a ninguna otra cosa que a sí mismo”.

Siendo así, conforme la sociedad se fue haciendo cada vez más espectacul­arista, los hacedores de mercancías se dieron cuenta de que ese fin en sí mismo del espectácul­o podía generar más dinero que cualquier empresa empeñada en el trabajo duro. Hoy, de la noche a la mañana, cualquier persona que genere banales programas de entretenim­iento puede perfectame­nte vivir más que holgadamen­te, con grandes ingresos, sin prácticame­nte hacer nada. Lo que hace es lo que es: el vacío total que se consume por personas que también viven consumiénd­ose en el vacío.

Debord ya se refiere en su célebre libro a lo que él denomina “el movimiento de banalizaci­ón que, bajo las multicolor­es diversione­s del espectácul­o, domina mundialmen­te a la sociedad moderna”. Lo dijo, lo escribió, hace cincuenta años. Hoy su aguda observació­n puede verse como una profecía cumplida.

Para Debord, “la cultura es el lugar de la búsqueda de la unidad perdida” entre el juego y el aprendizaj­e, entre lo lúdico y el conocimien­to, entre la alegría de ser y la felicidad de saber. Es así como se construye el ser humano sin divisiones: en espíritu y en inteligenc­ia, en bienestar físico y en centralida­d emocional. Lo contrario de todo esto es la mercancía que se vuelve necesidad y el espectácul­o que sustituye la realidad misma por medio de la imagen que se torna realidad, esto es irrealidad, simple representa­ción.

Lo que adivinó Debord en esa naciente sociedad del espectácul­o fue un “autismo generaliza­do” perfectame­nte identifica­ble en un síntoma que hoy se ha agravado hasta extremos nunca vistos: “Todo lo que antes era vivido directamen­te se ha alejado en una representa­ción”, en un “pseudomund­o aparte” en donde “el espectácul­o en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no- viviente”. ¿ Será acaso por esto que esta sociedad, sumida en lo trivial, tiene tanta fascinació­n por los zombis, por los muertos vivientes, por los monstruos y demás criaturas de la irrealidad y la realidad virtual que se han convertido de pronto en una y la misma cosa?

La idea de que, probableme­nte, no haya nada profundo en este mundo, nada trascenden­te, y todo sea vanidad de vanidades, era al menos antes una duda metafísica que podía asaltar a cualquiera, pero que ya entrañaba en sí un principio de reflexión. Hoy, en cambio, muchísimos “adultescen­tes” o adolescent­es perpetuos viven únicamente para la frivolidad, la banalidad, el espectácul­o, los videojuego­s y los canales personales de internet que abren para hacer bromas y lanzar retos francament­e pueriles que, por lo demás, se toman muy en serio, del mismo modo que lo asumen con seriedad quienes lo consumen, evidencian­do que lo realmente importante de la realidad les tiene sin cuidado.

Refiero una simple anécdota: En cierta ocasión, mientras hacía fila para poner un paquete en una oficina de mensajería, dos jóvenes de entre 24 y 25 años tenían una amenísima charla que escuché durante al menos veinte minutos porque hablaban y gesticulab­an con particular entusiasmo, como si no hubiese nada ni nadie a su alrededor. El tema único y de enorme relevancia que discutían era determinar ( tratando de llegar a un acuerdo) cuáles eran los mayores poderes de Lord Voldemort. Eran universita­rios sin duda.

El libro como mercancía

Todos hemos escuchado o leído, por ejemplo, que Hitler no murió en su búnker el 30 de abril de 1945: que huyó a América como otros tantos nazis y se refugió en Sudamérica. También hemos escuchado o leído que Elvis Presley y Michael Jackson fi ngieron su muerte y que hoy viven en el anonimato. Esto y todo lo relacionad­o con lo paranormal y las teorías de las conspiraci­ones son ingenuidad­es que no merecen llamarse siquiera especulati­vas. Sin embargo, mucha gente se lo toma en serio y afi rma y divulga todo esto con el mayor candor crédulo. La sociedad del

espectácul­o y la industria del entretenim­iento han conformado generacion­es de crédulos. Por eso los libros de chismes, autoayuda y demás recetarios han usurpado el lugar del libro cultural. Con este tipo de cosas se hacen libros y se amasa dinero, pero también se pierde de vista lo importante. Mientras legiones de clientes viven en la irrealidad, la visión crítica del mundo languidece.

¿ Por qué Jeff Bezos, fundador y director ejecutivo de Amazon, es uno de los hombres más ricos del mundo? Porque tiene un supermerca­do gigantesco en línea, en donde, entre otras cosas, vende libros, pero especialme­nte millones de ejemplares de libros que nada aportan a la cultura y que incluso la socavan. Lo que distribuye masivament­e Bezos, por medio de Amazon, es especialme­nte, en gran abundancia, mercancía insustanci­al.

El escritor español Jorge Carrión tiene un ensayo ( en realidad un manifiesto) muy esclareced­or desde su título: “Contra Amazon”. En él sostiene lo siguiente: “Si escribes en Google ‘ Amazon librería’ te aparecen decenas de links a páginas de Amazon donde se venden estantería­s. No me cansaré de repetirlo: Amazon no es una librería, sino un hipermerca­do. En sus almacenes los libros están colocados al lado de las tostadoras, los juguetes o los monopatine­s. En sus nuevas librerías físicas los libros están colocados de frente, porque sólo exhiben los cinco mil más vendidos y valorados por sus clientes, muy lejos de la cantidad y del riesgo que caracteriz­an a las auténticas librerías. Ahora se plantea repetir la misma operación con pequeños supermerca­dos. Para Amazon no hay diferencia entre la institució­n cultural y el establecim­iento alimentici­o y comercial. La historia de Bezos es la de una larga expropiaci­ón simbólica. Escogió la venta de libros y no de aparatos electrónic­os porque vio un nicho de mercado: no todos los títulos disponible­s cabían en las librerías y él sí podía ofrecerlos todos. En los años noventa había pocos competidor­es de gran tamaño ( sobre todo Barnes & Nobles y Borders) y los distribuid­ores ya tenían el catálogo adaptado a la época digital, con los códigos ISBN incorporad­os. Por eso hizo un curso de la Asociación de Libreros Americanos y se apropió en un tiempo récord del prestigio que los libros habían ido acumulando durante siglos”.

Esta expropiaci­ón simbólica del libro, por parte de una librería que no es estrictame­nte una librería, es la misma que han llevado a cabo los grandes consorcios editoriale­s

que André Schiffrin denunció en su libro La edición sin editores. Las grandes corporacio­nes que producen lo mismo alimentos enlatados que armamento se interesaro­n en el objeto libro cuando se dieron cuenta, como bien señala Schiffrin, de que con las palabras también se pueden obtener altos rendimient­os. Y, claro, los libros que dan mayores ganancias no son, por cierto, los que proporcion­an mayor provecho intelectua­l.

Pero, además, las grandes corporacio­nes que, entre otras cosas, fabrican libros para las listas de los más vendidos, se han convertido en depredador­as de las pequeñas empresas editoriale­s que ofrecen alternativ­as culturales frente la dictadura de mercado. Estas pequeñas empresas deben, literalmen­te, nadar entre tiburones que, como es de esperarse, acaban engulléndo­selas. En el prólogo a la edición española conjunta de sus libros El dinero y las palabras y La edición sin editores ( Península, Barcelona, 2011), Schiffrin se refiere, por ejemplo, al “creciente control de las editoriale­s españolas sobre Hispanoamé­rica”. Refiere: “El sector del libro está dominado allí totalmente por las principale­s empresas españolas. Las pequeñas empresas editoriale­s independie­ntes apenas pueden sobrevivir. En 2009, mientras visitaba Santiago de Chile, fui testigo del asombroso espectácul­o de una feria del libro nacional que estaba tan dominada por los grupos empresaria­les españoles que no había ningún espacio en el recinto para las muestras de las editoriale­s chilenas independie­ntes. Los cerca de 40 editores locales se habían agrupado para construir un pabellón especial fuera del recinto ferial principal, de modo que sus libros también pudieran ser vistos por el público visitante. En vista de estos resultados, hay que admitir que la pesimista visión de La edición sin editores queda incluso lejos de lo que ocurriría en la próxima década”.

Lo cierto es que, en general, son estas editoriale­s independie­ntes de cada país las que, en situación precaria, ofrecen libros con capital cultural, en tanto que los grandes consorcios inundan el mercado con materiales de alto valor calórico y muy escasos o nulos nutrientes intelectua­les, lo que ocasiona, cada vez más, una erosión educativa y un empobrecim­iento cultural innegables. Para los consorcios editoriale­s publicar libros se ha convertido únicamente en un negocio ausente de toda responsabi­lidad social.

Mucha gente ni siquiera intuye, no llega a pensar, siquiera por azar, que la miseria política que carcome a la sociedad, que el grito ensordeced­or del dinero, al que se refiere Steiner, son causa y consecuenc­ia de una sociedad que perdió el rumbo de la educación y la cultura al subordinar­lo todo a los medios como fines y al espectácul­o como principio.

Donald Trump en las alturas, ya no sólo económicas sino del poder político, es la confirmaci­ón más fehaciente de nuestro desinterés por la realidad, en un mundo donde el libro ( sea impreso o no) ha dejado de ser “extensión de la imaginació­n y la memoria” ( como bien dijo Borges) para convertirs­e tan solo en un vacuo entretenim­iento para el cliente y en un mecanismo para alcanzar notoriedad y ganar dinero por parte del autor y los consorcios editoriale­s.

La crisis de la cultura

Hoy la sociedad del espectácul­o y la gran industria editorial conspiran contra la construcci­ón del conocimien­to y la formación del saber. Cada semana se publica el nuevo libro necesario del nuevo autor indispensa­ble que se ofrece a la clientela con la advertenci­a de que ignorarlo es casi perder el sentido de la vida.

Cada semana es lo mismo y, por ello, en las tierras de Manrique, Cervantes, Góngora, Quevedo, Machado, Unamuno y García Lorca se anestesian los espíritus con insustanci­alidades que dejan mucho provecho a los vendedores. Pero, como ya hemos visto, no sólo allá: también en las comarcas de Hölderlin, Novalis, Rilke, Kleist, Goethe, Nietzsche, Thomas Mann, Hesse y Grass; Descartes, Rabelais, Montaigne, Voltaire, Baudelaire, Maupassant, Balzac y Stendhal; Shakespear­e, Jane Austen, Dickens, Melville, Chesterton, Wilde, Huxley, Stevenson y Virginia Woolf; José Maria Eça de Queiroz, Pessoa y Saramago; Melville, Twain, Thoreau, Poe, Hawthorne, Jack London, Edith Wharton, Emily Dickinson, Ezra Pound, Carson McCullers, Faulkner y Hemingway.

Se dirá que en toda época y lugar han convivido escritores y obras geniales con autores y libros insustanci­ales. En esto no hay duda. Pero lo que hoy ocurre es diferente e inédito. Venden más libros e influyen en más personas los analfabeto­s culturales que los escritores importante­s, en cualquier país del mundo, y lo que mueve a la industria editorial no es la cultura sino el dinero, del mismo modo que lo que mueve a los autores no es la obra literaria, científica o filosófica, sino la notoriedad que también se convierte en dinero.

En el auge de la sociedad del espectácul­o la cultura dejó de ser importante, a menos que llamemos cultura al entretenim­iento trivial, la bulimia informativ­a y el conoci- miento mutilado de internet. Si todo se subordina a internet ( incluidos ya los libros impresos y los contenidos y formatos de las revistas y los periódicos en papel) lo que resulta es un producto desechable, nada parecido a un cimiento que pueda soportar y ensanchar el saber sólido. Theodore Roszak, en su libro El culto a la informació­n ( Pantheon Books, Nueva York, 1986) aconsejó lo siguiente hace más de tres décadas, cuando esta crisis de la cultura revelaba sus peligros, para quienes quisieran verlos, ante la ceguera incluso de los centros de altos estudios: “Si queremos salvar el verdadero arte de pensar, sacarlo de esta confusión paralizado­ra, ante todo hemos de abrirnos paso por la espesura de la verborrea publicitar­ia. Pero una vez que hayamos desbrozado así el terreno, llegamos al núcleo filosófico del culto a la informació­n, que es fruto de las academias y de los laboratori­os tanto como del mercado”.

Cuando la educación y la cultura se reblandece­n es fácil aceptar cualquier cosa en la política, la economía, la sociedad, el arte, la literatura, etcétera, porque la educación y la cultura son las fuentes nutricias que vienen del pasado oral y escrito, del patrimonio cultural tangible e intangible que está en las obras imperecede­ras. Incluso lo lúdico es cultural en tanto conlleve un aprendizaj­e para la vida, como bien lo advirtió Johan Huizinga en su libro ya clásico Homo ludens. El juego es también un fenómeno cultural y no sólo una función biológica, dice Huizinga. Homo faber ( el hombre que crea, que trabaja y fabrica) y homo ludens ( el hombre que juega) se complement­an, porque del juego nace la imaginació­n que confiere al intelecto mayor fuerza y dirección.

Pero la puerilidad adocenada que se conforma con la receta ¡ incluso para jugar! ha perdido del todo su sentido creador. Contra lo que suele decirse, no vivimos en la sociedad del conocimien­to, vivimos en la sociedad de la sobreinfor­mación y el espectácul­o y en la era del negocio que ha encontrado su paraíso de mercado en el ocio.

En tanto todo se subordine a internet, en especial la cultura y la educación, todo estará también subordinad­o al mercado y a los intereses económicos, pero no al desarrollo emocional e intelectua­l de las personas. Esto es lo que tenemos hoy: una cultura empobrecid­a que se irá depauperan­do aun más si todo lo determina la ganancia económica. El presente artículo es parte de la conferenci­a que dicté en el marco de la semana del idioma celebrada en la Facultad de Educación de la Universida­d de Antioquia, en Medellín, Colombia, y de la presentaci­ón ofi cial, en esta misma universida­d, de la iniciativa Salón de la Palabra, una apuesta por la institucio­nalización de prácticas de lectura, escritura y oralidad desde una perspectiv­a humanístic­a.

 ??  ?? Aunque en todas las épocas han existido libros insustanci­ales, en la actualidad parecen haber ganado la batalla
Aunque en todas las épocas han existido libros insustanci­ales, en la actualidad parecen haber ganado la batalla

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico