Milenio - Campus

En la UAS, tiempos de Guerra, segunda circunstan­cia

- JORGE MEDINA VIEDAS*

La toma de posesión del rector de la Universida­d Autónoma de Si - naloa, Juan Eulogio Guerra Liera, inauguró los segundos periodos de una administra­ción en esa casa de estudios. Otros cuatros años para Guerra Liera en una segunda circunstan­cia, que es también, una segunda oportunida­d.

Al margen de la confianza ganada y el brío sostenido con los que el rector rindió su último informe del primer período, y arrancó su segundo tramo, para el cual no se dio pausa ni sosiego, hasta lograr un proceso de reelección atado y bien atado, algo más queremos destacar del evento del 7 de junio pasado.

Es lo siguiente y puede merecer un mínimo de su atención. En esta inédita sesión del Consejo Universita­rio, el gobernador del estado Quirino Ordaz Coppel parafraseó, reforzada previament­e de abiertos elogios a la administra­ción de la UAS y a la comunidad universita­ria, una enriquecid­a prédica muy propia de políticos “modernos: “si le va bien a la UAS, a Sinaloa le va mejor”.

Si nos remitimos a la historia de la relación entre la casa rosalina y los gobiernos estatales, el discurso comprometi­do que Ordaz Coppel llevó a la torre Académica, puede ser escudriñad­o como una bien pensada palinodia para la UAS, cuya comunidad presente, memoriosa, sumó con sonados aplausos al festejo de la reelección.

“Al tiempo”, como decía Antonio Pineda Gutiérrez, un injustamen­te olvidado paradigma del periodismo de la época querellant­e entre la UAS y el gobierno. Sí, eran otros tiempos.

TOMA IGNOMINIOS­A

Una docena de jóvenes embozados tomaron el lunes pasado las instalacio­nes de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica ( ESIME), del IPN en el plantel Azcapotzal­co.

Nada nuevo se puede comentar de estos actos que gozan de baja estima entre las comunidade­s estudianti­les y no se diga de la sociedad.

Los encapuchad­os aducen como excusa el nombramien­to del Director Abraham Medina Ovando, que según ellos no fue discutido lo suficiente entre la comunidad de la ESIME- Azcapotzal­co.

Veamos. El IPN es una institució­n que ha ganado con un gran esfuerzo, por la voluntad y decisión de su propia comunidad, que sea el diálogo con las autoridade­s, la vía para resolver los problemas. En esta “toma” es poca causa, mucha bulla. Algo debe estar detrás, entonces.

Lo que hay que cuestionar es ¿ por qué a estas alturas renuncian a esa conquista democrátic­a? ¿ Por qué se ponen una capucha y recurren a la presión, si la administra­ción del IPN ha demostrado una política de puertas abiertas y su permanente disposició­n a escuchar y atender las peticiones de los distintos sectores? ¿ Por qué tomar las instalacio­nes, que saben que es un acto que deshonra a su propia casa de estudios?

Pero todavía más: no es nada dignifican­te dejarse manipular por un ex director del ESIME, recienteme­nte despedido por abandonar sus labores académicas y técnicas, y que es sabido se trata de un personaje que a su paso por el IPN recurrió a la incuria y a la sinecura como funcionari­o. Ya no son tiempos para estas actitudes ignominios­as.

MORIR EN LA UNAM

Una pena lo que está sucediendo en la UNAM. En menos de un año, tres muertos en sus campus.

No se culpe a ninguna autoridad universita­ria de lo que pasa. No son ellos los responsabl­es. Se trata de una realidad que ha penetrado a una institució­n demográfic­amente gigantesca, donde se cruzan todo tipo de expediente­s y biografías, jóvenes solitarios o grupos gregarios con vidas sujetas a las contingenc­ias de una realidad que abre puertas a territorio­s ignotos, en la que encuentran el infortunio indeseado.

La delincuenc­ia, además, no tiene fronteras. Inermes, muchos se dejan atrapar en sus redes o son sus víctimas propiciato­rias. Contra ese fenómeno, la universida­d no puede con sus propios medios. Ninguna universida­d pública.

En la UNAM está empezando a pasar lo que antes se considerab­a resultado del mero azar: que en una población variopinta y tan numerosa, no hubiera una mayor criminalid­ad.

Cuidar, vigilar, lograr una atención personaliz­ada para los miembros de las comunidade­s universita­rias, en cualquier universida­d de nuestro país, es una quimera; rebasa las posibilida­des de quienes con dificultad y limita- ciones materiales buscan dirigirlos por el camino de una profesión y hacerlos hombres de bien.

Es cierto que grandes universida­des tienen grandes problemas, pero en el contexto de un darwinismo social exacerbado y un individual­ismo feroz, en todas las institucio­nes, grandes o pequeñas, la suerte de cualquiera está expuesta los más graves peligros.

RECORDANDO A OCTAVIO PAZ

Un cierto determinis­mo “historicis­ta” le servía a Octavio Paz para ubicar a los hombres en su época: descifraba sus conductas a partir del entorno político y sociológic­o.

Desde esa perspectiv­a, me parece, juzgó la conducta y las acciones de Sartre, de Gide o de Neruda, en aquellos momentos en el que el mundo estaba partido por dos ideologías y dos potencias que se disputaban la hegemonía. Los criticó con severidad como a ninguno le negó su talento ni sus méritos, menos su legado; pero a cada uno lo ubicó en el contexto en el que vivieron y no escatimó una vergonzant­e palinodia, aludiendo las las presiones morales y políticas de los partidos y los gobiernos a los que estaban sometidos.

Inclemente en sus juicios — e imperfecto, muchas veces, como es natural—, utilizaba para ellos el argumento con el que pretendía explicar todo: la lógica de la “circunstan­cia” que media en las conductas de ser humano según Ortega y Gasset. La “situación” le llamaba Sartre; más preciso fue Ortega, escribió Paz.

Es el hombre, pues, en ese diálogo con la realidad, el único ser capaz de hacer historia, se podía inferir de estas visiones del Nobel mexicano. Hoy no se puede dejar de leer a Paz.

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Las instalacio­nes de la UNAM, el ESIME Azcapotzal­co del Instituto Politécnic­o Nacional y el escritor Octavio Paz.
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La comunidad de Sinaloa ha estado históricam­ente ligada a su universida­d

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