En la UAS, tiempos de Guerra, segunda circunstancia
La toma de posesión del rector de la Universidad Autónoma de Si - naloa, Juan Eulogio Guerra Liera, inauguró los segundos periodos de una administración en esa casa de estudios. Otros cuatros años para Guerra Liera en una segunda circunstancia, que es también, una segunda oportunidad.
Al margen de la confianza ganada y el brío sostenido con los que el rector rindió su último informe del primer período, y arrancó su segundo tramo, para el cual no se dio pausa ni sosiego, hasta lograr un proceso de reelección atado y bien atado, algo más queremos destacar del evento del 7 de junio pasado.
Es lo siguiente y puede merecer un mínimo de su atención. En esta inédita sesión del Consejo Universitario, el gobernador del estado Quirino Ordaz Coppel parafraseó, reforzada previamente de abiertos elogios a la administración de la UAS y a la comunidad universitaria, una enriquecida prédica muy propia de políticos “modernos: “si le va bien a la UAS, a Sinaloa le va mejor”.
Si nos remitimos a la historia de la relación entre la casa rosalina y los gobiernos estatales, el discurso comprometido que Ordaz Coppel llevó a la torre Académica, puede ser escudriñado como una bien pensada palinodia para la UAS, cuya comunidad presente, memoriosa, sumó con sonados aplausos al festejo de la reelección.
“Al tiempo”, como decía Antonio Pineda Gutiérrez, un injustamente olvidado paradigma del periodismo de la época querellante entre la UAS y el gobierno. Sí, eran otros tiempos.
TOMA IGNOMINIOSA
Una docena de jóvenes embozados tomaron el lunes pasado las instalaciones de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica ( ESIME), del IPN en el plantel Azcapotzalco.
Nada nuevo se puede comentar de estos actos que gozan de baja estima entre las comunidades estudiantiles y no se diga de la sociedad.
Los encapuchados aducen como excusa el nombramiento del Director Abraham Medina Ovando, que según ellos no fue discutido lo suficiente entre la comunidad de la ESIME- Azcapotzalco.
Veamos. El IPN es una institución que ha ganado con un gran esfuerzo, por la voluntad y decisión de su propia comunidad, que sea el diálogo con las autoridades, la vía para resolver los problemas. En esta “toma” es poca causa, mucha bulla. Algo debe estar detrás, entonces.
Lo que hay que cuestionar es ¿ por qué a estas alturas renuncian a esa conquista democrática? ¿ Por qué se ponen una capucha y recurren a la presión, si la administración del IPN ha demostrado una política de puertas abiertas y su permanente disposición a escuchar y atender las peticiones de los distintos sectores? ¿ Por qué tomar las instalaciones, que saben que es un acto que deshonra a su propia casa de estudios?
Pero todavía más: no es nada dignificante dejarse manipular por un ex director del ESIME, recientemente despedido por abandonar sus labores académicas y técnicas, y que es sabido se trata de un personaje que a su paso por el IPN recurrió a la incuria y a la sinecura como funcionario. Ya no son tiempos para estas actitudes ignominiosas.
MORIR EN LA UNAM
Una pena lo que está sucediendo en la UNAM. En menos de un año, tres muertos en sus campus.
No se culpe a ninguna autoridad universitaria de lo que pasa. No son ellos los responsables. Se trata de una realidad que ha penetrado a una institución demográficamente gigantesca, donde se cruzan todo tipo de expedientes y biografías, jóvenes solitarios o grupos gregarios con vidas sujetas a las contingencias de una realidad que abre puertas a territorios ignotos, en la que encuentran el infortunio indeseado.
La delincuencia, además, no tiene fronteras. Inermes, muchos se dejan atrapar en sus redes o son sus víctimas propiciatorias. Contra ese fenómeno, la universidad no puede con sus propios medios. Ninguna universidad pública.
En la UNAM está empezando a pasar lo que antes se consideraba resultado del mero azar: que en una población variopinta y tan numerosa, no hubiera una mayor criminalidad.
Cuidar, vigilar, lograr una atención personalizada para los miembros de las comunidades universitarias, en cualquier universidad de nuestro país, es una quimera; rebasa las posibilidades de quienes con dificultad y limita- ciones materiales buscan dirigirlos por el camino de una profesión y hacerlos hombres de bien.
Es cierto que grandes universidades tienen grandes problemas, pero en el contexto de un darwinismo social exacerbado y un individualismo feroz, en todas las instituciones, grandes o pequeñas, la suerte de cualquiera está expuesta los más graves peligros.
RECORDANDO A OCTAVIO PAZ
Un cierto determinismo “historicista” le servía a Octavio Paz para ubicar a los hombres en su época: descifraba sus conductas a partir del entorno político y sociológico.
Desde esa perspectiva, me parece, juzgó la conducta y las acciones de Sartre, de Gide o de Neruda, en aquellos momentos en el que el mundo estaba partido por dos ideologías y dos potencias que se disputaban la hegemonía. Los criticó con severidad como a ninguno le negó su talento ni sus méritos, menos su legado; pero a cada uno lo ubicó en el contexto en el que vivieron y no escatimó una vergonzante palinodia, aludiendo las las presiones morales y políticas de los partidos y los gobiernos a los que estaban sometidos.
Inclemente en sus juicios — e imperfecto, muchas veces, como es natural—, utilizaba para ellos el argumento con el que pretendía explicar todo: la lógica de la “circunstancia” que media en las conductas de ser humano según Ortega y Gasset. La “situación” le llamaba Sartre; más preciso fue Ortega, escribió Paz.
Es el hombre, pues, en ese diálogo con la realidad, el único ser capaz de hacer historia, se podía inferir de estas visiones del Nobel mexicano. Hoy no se puede dejar de leer a Paz.