LLEGANDO TARDE AL MAR
Es un misterio el por qué cada autor es inspirado por distintos ambientes y condiciones que incluso pueden llegar tranformarse en esencia inseparable de la obra
Por una razón u otra, siempre me he preguntado, si más allá de su inteligencia, vocación o de su formación, los escritores requieren, o en qué medida les son favorables ciertas condiciones externas y personales en el desarrollo de su obra y en las motivaciones mismas de escribir. La expresión de Juan Goytisolo en
Paisajes después de la batalla, “Yo: el escritor. Yo: lo escrito”, ( Javier Rodríguez Marcos, El País, 23 de junio de 2017) zanjaría mis dudas de forma genérica, pero el laconismo de sinceridad supone a priori la experiencia vivida del narrador, sus lecturas, la influencia de esas lecturas y no se diga el entorno donde uno crece, donde se encuentra y las circunstancias de ciertos momentos.
Sobre los grandes escritores hay mucha obra escrita al respecto, estudios rigurosos que van incluso al “yo interno” del propio escritor, que es el caso de Goytisolo, de quien su propio hermano Luis no solo discrepaba, sino del que decía “Juan siempre escribía de sí mismo”.
Un vasto conglomerado de esta especie confiesa que al escritor le resulta imposible escapar de sí mismo. Javier Cercas ha hecho de sus entornos familiares, de sus dudas y sus circunloquios del tema que quiere escribir, parte de su propia narrativa. De tal modo que uno ve en sus novelas el proceso completo de la creación y lo que motivó la narrativa misma ( Ana- tomía de un instante, El impostor, El monarca de las sombras, para citar los más recientes).
Ésta es una labor que supera, pues, con mucho la intención de estas líneas. Lo mío no va exactamente por allí.
Diría, entonces, que esta nota es sólo la curiosidad “intelectual” de un diletante, apenas esbozada en lo que intuyo tiene implicaciones de otra naturaleza y la pregunta puede, incluso, estar mal planteada y si algún preboste quiere juzgar este texto, puede hasta decir que carece de significado.
Dice el proverbio latino que “En la duda, absténte”. Pero…
Me explico: las lecturas recientes y casi simultáneas de Novo, Modiano y Murakami, ( NMyM) me llevaron a rondar de nuevo por ese territorio pantanoso, forzando las narraciones de estos disímbolos creadores, enfatizando y abusando de la convergencia de hechos, imágenes y espacios en los que ocurren las historias muy concretas que leí de NMyM.
Novo, el viajero sufriente
Lector prejuicioso pero aprovechado de Salvador Novo, porque así como retomé para mi tesis doctoral sus monumentales relatos de los sexenios de los presidentes de Cárdenas a Echeverría, como muchos mexicanos, leí la mañana del 19 de septiembre de 1968, en la parte inferior de la primera plana del diario Excélsior, su desafortunada y cínica declaración sobre la toma del ejército de Ciudad Universitaria, lo cierto es que no dejé de acudir ocasionalmente a Novo por el mero placer de su lectura.
Obviamente el libro sobre Novo de Carlos Monsiváis, Lo marginal
en el centro ( Anagrama, 2004), estimuló la importancia de Novo en la literatura mexicana y el redescubrimiento de varias de sus obras más trascendentes; fue el prólogo de Sergio González Rodríguez, a sus Viajes y ensayos, lo que determinó que acudiera a la lectura de
Return Ticket. Ahí empezó esto. “Tengo veintitrés años y no conozco el mar”*, son las primeras palabras de
Return Ticket, una de las obras en prosa más expresivas del talento de Salvador Novo, quien nace en 1904; el libro lo escribe entre 1927 y 1928.
“Voy a Hawai”, expresa con resignación. Su viaje con regreso a las islas del Pacífico, le causa desazón al principio.“Siento un vago disgusto al abandonar mis pequeñas costumbres”.
El viaje en tren de México a la frontera texana de El Paso y de ahí a la costa oeste de los Estados Unidos, de donde zarpará a Hawai, es un recordatorio del pasado y de sus infortunadas peripecias infantiles. Le ganan los recuerdos y muestra las diferencias de sentimientos que tiene frente a las figuras materna y paterna; expulsa sus resabios antivillistas, hace memoria de las horas de angustia y martirio que le producen sus compañeros de la escuela pública, a la que asiste obligadamente con espanto. “El [ rompan filas] era para mí el [ sésamo ábrete] del infierno”, relata Novo.
En la soledad del carro del tren o ya en el camarote del barco, Novo va a descargar lo que va a ser uno de los motivos de la amargura, que al parecer le afligió a lo largo de su vida. Ya entonces refería el vacío por una obra que lo distinguiera: “Es bochornoso no haber escrito sino los Ensayos, breves, periodísticos, desordenados y ser autor sino de unas cuantas colecciones de cosas ajenas que hice por dinero, sin gusto ni provecho para nadie”.
Pero será un reincidente de lo efí-
mero y del divertimento. Es el conspicuo autor de uno entre muchos comerciales que encajarán a la perfección con los efluvios capitalistas de la época del milagro mexicano: “Siga los tres movimientos de Fab, remoje, exprima y tienda; FAB es blanco, FAB es puro, FAB es calidad”.
En este viaje, por primera vez en su vida, Salvador Novo está solo en el cuarto de un hotel de Los Ángeles, “de paso para otras ciudades”.
Fisgón, en aquel momento de soledad, observa por la ventana de su cuarto “las calles solas y mojadas” y las habitaciones de los edificios de enfrente donde descubre del consultorio de un dentista y la silla de los apuros dentales. Y cae en cuenta que “es, además, domingo. Los domingos uniforman el mundo. Si todos los días fueran domingos, no habría países”.
El aplomado poeta y escritor es presa de un “nervioso regocijo”. El humor le irá cambiando para bien, su encuentro con el mar deviene en un homenaje poético.
A punto de llegar a las islas, escribe el vínculo emocional que ha establecido con el océano y con el mar: “Mañana llegaremos a primera hora. Casi no se cree, después de tantos días de mar, que la tierra exista. Y llega uno a resignarse, primero, y luego a gozar de la situación, hasta el punto de entristecerse a la idea de dejar el barco. No las gentes, que hay tantas y todas se parecen, sino el barco mismo, que llega amarse más que un hogar, que el hotel mismo, que ningún tren. Porque el hogar, para no hablar del hotel, la formamos nosotros mismos en cualquier parte con libros, lámparas, sábana y platos”
Todo indica que los días, el tiempo, el ambiente, los entornos, o la estancia solitaria en un hotel o en un barco en el mar, se entremezclan para formar una suerte de inspirador brebaje que espolea a los escritores, les prende la llama de la creatividad. Consiguen el momento mental que requiere la inspiración de cualquier creador, “la soledad y la diferencia”, que ha referido Juan Luis Cebrián.
Como la música, son muchos los elementos que estimulan la memoria del pensador, influyen en su humor, le abonan a sus recuerdos, le excitan el ritmo y cadencia de su prosa. Es lo que pasa con Novo, el viajero sufriente, quien deja en
Return ticket , las huellas de la influencia de Proust en su prosa. Los hoteles de Murakami
En el escritor japonés los hoteles tienen vida propia: se llenan de mundos variopintos y poliédricos. Reúnen secretos, misterios, peque-
ñas leyendas y las sorpresas corren por su anatomía.
Haruki Murakami, en dos de sus novelas emblemáticas, Baila, baila,
baila y After dark, incauta a sus personajes principales radicándolos en hoteles; en el primero de estos relatos, el Hotel Delfín** de Sapporo es escenario y refugio de un escritor de “conveniencia”; el hotel es modernizado arquitectónicamente por sus nuevos dueños, quienes conservan del edificio sólo su nombre; pero el prolífico escritor, regresa al hotel donde tuvo una relación con Kitty, una prostituta de la que quedó impresionado por sus encantos, y en esa búsqueda hilvana al presente el destino de un amigo de la prepa, de quien descubre que en su exitosa profesión de actor, enmascara sus vínculos con el crimen organizado y varios asesinatos, entre los que incluye a la misma Kitty.
El machismo de Murakami queda en evidencia en estas narraciones; deja una estela de cadáveres de mujeres en cuartos de hoteles lujosos o mujeres mancilladas en sencillas pero técnicamente bien habilitadas alcobas de hoteles de paso, los Love hotel.
Todo comienza o culmina en tragedias en las que intervienen los ocultos y omniscientes poderes mafiosos que juegan a su antojo con esos seres mundanos, acabando con sus sueños y proyectos quiméricos, como las de cualquier ser humano que aspira a un futuro medianamente feliz.
En estas narraciones de Murakami, el tiempo y el hotel se conectan, lo real y lo fantástico, para encarcelar o terminar con vidas y sueños de hombres y mujeres que se anegan en las aguas profundas del deseo, la demencia o la prostitución. Eros y Tanatos se conectan en su disputa mitológica.
Los hoteles de Murakami convertidos en mesas de sacrificio, o en espacios de inspiración criminal o literaria.
Modiano: fuga encadenada
En Viaje de Novios, escuchamos la voz fina pero acerada del gran escritor francés Patrick Modiano, uniendo en el espacio los trozos de la memoria de Jean, un documentalista, quien de la duda de en qué momento los veranos le parecieron diferentes, parte a la búsqueda de la historia de una mujer que marcó su vida.
Casualmente, Jean descubre que Ingrid, una mujer casada a la que conoció, casi dos décadas atrás, se suicidó en la víspera de un 15 de agosto en el cuarto de un hotel de Milán.
A partir de entonces su vida cambia. Enajenado por ese recuerdo de sus 20 años, en la madurez de vida, abandona a su pareja, a sus amigos, deja su trabajo. Simula que se embarca en un vuelo a Brasil, pero en realidad se queda en París, acción de prestidigitador con la que quiere a hacer efectivo el deseo de abandonarlo todo, de dejar atrás la vida que ha llevado.
Cambiar de vida para Jean consiste esencialmente en reconstruir el mapa del pasado a partir de que se encuentra en la Saint- Raphael con Ingrid y Rigaud, una pareja que le ofrece llevarlo a Saint- Tropez. Recorre lugares en donde convivió con ellos, regresa a los barrios y apartamentos que cree que fueron sus hogares, y se atiene a su memoria para indagar el porqué Ingrid se quitó la vida cuando sus amigos la esperaban para disfrutar de las vacaciones estivales en el sur de Capri.
Ensimismado, al igual que Novo, acusando los humores del ambiente, Jean pensaba en su habitación del Hotel Dodds, que “los veranos se parecen”. Las lluvias de julio en que Annete y yo recibíamos a los amigos en la azotea de la Cité Véron… Pero el verano en que conocí a Ingrid y Rigaud era de verdad de otra categoría. Había una ingravidez en el aire”.
Jean no logra descubrir la frontera de la diferencia entre los veranos que él había conocido antes del suicido de Ingrid y los veranos de la actualidad, una estación que de un tiempo para acá, le causa “una sensación de vacío y de ausencia y me devuelve al pasado”.
Su vida se ha vuelto incómoda. La actitud de Jean la observan su esposa Annete y sus amigos. Es el momento de la huida. Se instala en el Hotel Doods de París, pero en la que empieza su recorrido por los conductos de la memoria y con incursiones detectivescas para investigar la vida de Ingrid, la mujer que le provocó con la mirada de sus ojos grises y el contacto con sus brazos, las olas de dulzura, las “cosas que no sabía que podían ocurrir en la vida”.
Jean traza las coordenadas de la búsqueda, la cual lo lleva a hospedarse en el apartamento del Bulevar de Soult, 20, 307, del cual salió Ingrid a avisarle a su padre, al que había abandonado en un hotel del barrio XVIII de París, de que se casaría con Rigaud, y es entonces cuando se entera de que hacía tiempo fue llevado por los alemanes con “paradero desconocido”.
Se instala en el centro del dolor de Ingrid, se encadena a él. Encuentra el recorte del periódico que le entregó Ingrid en el cual su padre fijó un anuncio de la pérdida de su extravío, pidiendo información al público. Ingrid nunca lo leyó.
Descubierto en su escondrijo, a través de uno de sus amantes, el joven Ben Smidane, Annete le pide a Jean que regrese, que la busque y éste le contesta:
Lo que tarde en acabar mis memorias… Tenía reunidas una cuantas notas desde hace mucho y ahora intento convertirlas en un libro.
¿ Y por qué no iba a poder escribir ese libro en su casa de La Cité Véron, con Annete?, le cuestiona Smidame.
Necesito determinado ambiente, responde Jean.
A Jean, como a Ingrid, le ha invadido el vacío y el remordimiento, “que le anega a uno”.
“Luego”, dice Jean, “como una marea se retira y desaparece. Pero acaba por volver, dominante e Ingrid no podía ya quitársela de encima. Yo tampoco”.
Para morir y para escribir se “necesita determinado ambiente”.
Todo podría abreviarlo con citar genéricamente a Marcel Proust en Contra Sainte- Beuve, Recuerdos de
una mañana, quien señala que para quienes lo ignoran, “que el artista vive solo, que el valor absoluto de las cosas que ve le es ajeno, que la escala de valores sólo puede hallarse en el mismo”.
Y enseguida da el ejemplo que a priori bastaría para explicar que el “misterio de la creatividad”, puede tener miríadas de respuestas: Escribe Proust que para ese ser solitario: “Cabe perfectamente que una detestable presentación musical en un teatro de provincia, que un baile que a la gente de buen gusto se le antoje ridículo, o bien evoquen en él recuerdos, o bien le remitan a un ámbito de ensueños y preocupaciones, en mucha mayor medida que una admirable función en la Opera o que una velada elegantísima en el Fausbourg Saint German”.
Casi cuatro décadas después, Carlos Monsiváis terminará su autobiografía, parafraseando aquella frase de Novo: “Tengo treinta años y no conozco Europa”.
Para no alejarme tanto del territorio, no olvido el relato de Guillermo Fadanelli Hotel DF.