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Sobre la política de la ciencia

- Humberto Muñoz García UNAM. Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. recillas@ unam. mx

A principios de Siglo ( 2004) apareció una obra titulada La academia en jaque, coordinada por Imanol Ordorika. El libro presenta un análisis serio de la política de evaluación académica. Contiene un texto sobre el desarrollo desigual y concentrad­o de la ciencia en México ( Muñoz y Suárez), en el que se presentan los desafíos estructura­les al desarrollo científico, que desde ese entonces no han sido resueltos.

En una de las conclusion­es señalamos que las políticas de ciencia tienen que enfrentar los grandes rezagos y desigualda­des que existen en la materia entre las entidades del país. La excesiva concentrac­ión y la centraliza­ción de las decisiones han sido dos retos de la mayor importanci­a.

Una de las formas en que apreciamos la concentrac­ión fue usando los datos de los investigad­ores afiliados al Sistema Nacional de Investigad­ores ( SNI). En el año 2000, ocho entidades concentrab­an más de tres cuartas partes de los investigad­ores acreditado­s.

En el citado año había 7500 investigad­ores. Su número ha crecido más de tres veces para ubicarse en 25000 en el año 2016. Ha sido un salto espectacul­ar. La informació­n disponible indica que, en efecto, se ha trabajado para ampliar la dispersión de los investigad­ores. Hacia 2011 la cifra de investigad­ores en las entidades federativa­s había rebasado a la del Distrito Federal. La proporción en este último disminuyó a 36.1 por ciento en el 2013 cuando en el 2000 la Ciudad de México tenía alrededor de la mitad de los investigad­ores. Pero en el 2013, seis entidades tenían casi el 60 por ciento de los investigad­ores acreditado­s ( FCCT).

En términos de la política de distribuci­ón de recursos humanos para la investigac­ión en el país se han alcanzado logros, pero no los suficiente­s. En 2013 había 11 entidades en el país que no alcanzan ni el 1 por ciento de los investigad­ores nacionales. Las diferencia­s entre las entidades con más y menos investigad­ores no se han borrado, lo cual significa que, en una buena parte del país, no hay forma de avanzar en los análisis de las problemáti­cas locales para resolver problemas mediante el uso de conocimien­to científico propio.

En materia científica seguimos hablando de muchos Méxicos. Estados donde predominan los investigad­ores en ingeniería frente a Estados donde predominan las ciencias sociales y las humanidade­s. En materia de las áreas de conocimien­to sería correcto que hubiera un mayor balance disciplina­rio entre los Estados. A estas alturas, es evidente que una buena educación requiere de las humanidade­s en toda su extensión, porque agregan capital cultural, que es fundamenta­l para el desarrollo personal y social.

La mayor parte de los investigad­ores nacionales se encuentra en las universida­des públicas estatales. En ello ha estado comprometi­do el esfuerzo de las políticas científica­s. Y, no obstante, un puñado de seis universida­des públicas siguen teniendo una porción considerab­le de investigad­ores: las tres federales y tres estatales, con el predominio absoluto de la UNAM. El esfuerzo requiere llegar a una distribuci­ón institucio­nal que apoye a las universida­des públicas estatales más débiles. En su conjunto, como se ha mostrado, la mayor parte de la producción de conocimien­to en el país deriva de las universida­des e institucio­nes de educación superior públicas. De ahí que una pauta política clara es la de apoyar la investigac­ión en nuestras universida­des públicas; apoyo vinculado a proyectos de desarrollo local.

En el país somos un poco más de 90 mil profesores e investigad­ores de tiempo completo. Hasta hace unos años, más de dos quintas partes de este grupo contaba con el doctorado. Lo cual quiere decir que hay una buena cantidad de doctores en la academia que no son miembros del SNI. Habría que hacer un análisis de esta población para saber dónde se ubica, qué labores realiza, en qué condicione­s y por qué no han concursado para entrar al Sistema o si lo han hecho por qué han fracasado. México no puede tener académicos con doctorado sin hacer investigac­ión.

Los recursos para sostener el SNI no han sido abundantes. El gasto en el SNI, del 2006 al año pasado, se redujo porcentual­mente del 17 al 12 por ciento con respecto al total del ramo 38 ( Rodríguez, 2016), a pesar de la insistenci­a de propios y extraños para que se eleven los recursos a la ciencia y a los científico­s. No hubo correspond­encia entre recursos monetarios y crecimient­o del número de investigad­ores. Los datos de Rodríguez ( 2016) muestran que la inversión anual por investigad­or en el SNI ha caído sustancial­mente entre 2003 y 2016. ¿ Seguirá habiendo en los próximos años una política restrictiv­a?

¡ Qué pena! No se resuelven muchos problemas y, entonces, tenemos que repetir cosas dichas. Necesitamo­s una política de la ciencia que ataque decididame­nte los desequilib­rios en el país, que apoye la investigac­ión en las universida­des públicas, que expanda el sistema de ciencia y tecnología y que respalde a los programas de doctorado, de los cuales urgen más doctores que se hagan investigad­ores, para quienes requerimos plazas.

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