RAFAEL SEGOVIA, LA POLITICA Y LA EDUCACION
Lo peor que nos puede pasar es ignorar las ideas que mueven racional y progresivamente a la sociedad, que es lo mismo que olvidar a sus creadores.
Dejar de leer y de reflexionar sobre el pensamiento de un clásico del estudio del sistema político mexicano como Rafael Segovia Canosa, actualmente investigador emérito del Colegio de México, es, además, un grave error; dicho figuradamente, la pintura de la realidad es borrosa y en blanco y negro; le faltan los matices y los colores de la profusa política mexicana; dicho objetivamente, nos privamos de la extraordinaria lucidez de un politólogo que ha trabajado con elegancia e inteligencia en los laberintos teóricos y empíricos del poder.
En esa condición de alejamiento, se ignoran los instrumentos analíticos de un académico con prosapia intelectual; digamos también que se pierde la ocasión de trabajar en un verdadero laboratorio donde se ha acumulado un cuerpo de ideas, a través de las cuales es posible observar y explicar mucho del acontecer del México de hoy.
Es tan cierto lo anterior, que al leerlo de nuevo, no sólo se hace visible esa desatención sino que se recupera un bagaje histórico, analítico y cultural de enorme valor intelectual, el cual nos permite establecer los contrapuntos de algunas de las coyunturas cruciales de nuestra historia, y que al final de cuentas nos hacen comprender mejor el sistema político, y las puntuales mutaciones del proceso hacia la democratización experimentado en las últimas tres décadas del siglo pasado.
Son excepcionales los escritores que a partir de sus artículos logran una visión integral de un proceso tan complejo como el que vivió México en su transición a la democracia.
Los artículos de Rafael Segovia publicados en Lapidaria política
( FCE, 1994) hace ya casi cinco lustros, son de una actualidad extraordinaria. Lo digo de nuevo: se nos facilita navegar a través de su preciso e iluminador cuadrante, esencialmente cuando se trata de entender las causas y consecuencias de las borrascosas tormentas políticas, y las zonas peligrosas por donde el sistema político ha tenido que atravesar.
Pero aclaro que esto no quiere decir que son sólo sus artículos y ensayos los que hacen de Segovia un clásico, un autor necesario en la exploración y entendimiento de nuestras vicisitudes políticas y sociales. Lo es por eso, pero sin dejar de tomar en cuenta sus libros pioneros sobre la cultura política y el fructífero magisterio ejercido en la formación de grandes investigadores del Colegio de México.
A propósito de Segovia, la académica mexicana Soledad Loaeza, señala en la introducción del libro mencionado que el historiador y politólogo nacido en Madrid, logra interpretaciones de la vida de las instituciones que son una referencia obligada para quien quiera entender los planos de rompimiento ( clivajes), por los que ha discurrido la historia del poder político en México.
Dice la historiadora que Segovia “ha sido el joyero más acucioso en la revisión de los cristales que pueblan el universo político mexicano”.
Resulta verdaderamente sorprendente, en efecto, encontrarse en este libro de Rafael Segovia estudios orientadores sobre los procesos electorales y la legislación electoral, los partidos, diversas interpretaciones increíblemente actuales sobre la izquierda, la derecha, el PRI, y como uno de los sellos más distintivos de esta antología, visiones penetrantes e imaginativas de la cultura política mexicana.
Las universidades en el proceso de ruptura
… el chantaje funcionaba con una regularidad cronométrica. En el universo de Rafael Sego- via no pueden dejar de aparecer las universidades y las instituciones de educación superior que en la actualidad siguen siendo quemantes y brillantes astros de la vida pública; eso sí, repitiendo sus inerciales movimientos de transición alrededor del sol de la autonomía, sin cambios de fondo en sus formas de gobierno y, por el contrario, algunas de ellas estacionadas en el ostracismo del desterrado de la tierra de la libertad y la democracia.
A través de la presión, el radicalismo y el populismo que torpedeaban la vida interna de las universidades, viendo a la UNAM “prensada entre la ira de unos y el oportunismo de los beneficiarios de la inconformidad”, en el contexto del Congreso Universitario en 1990, Segovia advirtió que todo ello tenía un fin muy claro: debilitar las instancias académicas y de gobierno de las instituciones educativas; predijo que ese mal se iba a adherir a la las estructuras universitarias para convertirse en un mal mayor hasta degradar gradualmen- te la cultura política y moral de las universidades. De algún modo, eso ha ocurrido.
Habla de ellas de buena y mala manera, no siempre matizando o contrastando información recibida, pero lo importante aquí no es tanto si tiene razón o no, o si busca imponer un juicio sobre tal o cual materia educativa, sino que su perspicacia sobre algunos de los problemas que se dieron en ese tiempo, forzaba a las instituciones a asumir que las distorsiones o las bajas académicas eran inherentes a un fariseísmo político que se mostraba en su peores manifestaciones al interior de los campus. Mucho de eso no ha cambiado. Rafael Segovia describía muy bien lo que pasaba en los momentos en que el sindicalismo universitario imponía su ley: “Los laboratorios y las bibliotecas, poco lucidores, venían detrás de las nóminas de los empleados — no de los profesores— que se inflaban hasta reventar”. Y en realidad ese no era el problema mayor. La descomposición del sindicalismo universitario se produjo sin que nadie pudiera detenerla; e inevitablemente impactó negativamente la cultura laboral de los empleados administrativos y afectó también el comportamiento ético de gran número de docentes.
El viejo populismo
Al opinar sobre el pase automático en la UNAM, con una lucidez realmente fascinante, el maestro escribió algunas líneas que no pierden vigencia, las cuales pueden ser directrices morales de una política de admisión en el nivel medio superior y superior, lo mismo que servir de punto de partida de una necesaria discusión que vemos poco en el mundo académico de hoy, tema sobre la cual hemos llamado aquí la atención en varias ocasiones.
El breve pero formidable ensayo de Segovia tiene por título “Las voces y el ruido”. Fue escrito en el contexto del Congreso Universitario de 1990 y cuando el CEU, desde su comarca liliputiense, se proponía superar o por lo menos compararse con el movimiento de 1968.
Pero en aquel momento — como ahora— el tema de la selección en el ingreso a la educación superior era un tema toral. Lo que más adelante van a leer, era una suerte de homenaje de Segovia a una treintena de profesores que tuvieron la
osadía de presentar ante el Congreso Universitario una posición contraria a quienes apoyaban de forma beligerante y dogmática el pase automático de la preparatoria a la licenciatura en la UNAM.
Es obvio: la insolente propuesta no tenía futuro. Pero lo que Segovia argumentó hace 17 años, con algunos matices, sigue siendo válido respecto de lo que se dice hoy sobre el examen de admisión y sobre el pase automático, que este último es, por supuesto, un tema tabú en la UNAM.
Estoy seguro de que el ensayo de Segovia muchos lo recuerdan y quienes lo lean hoy tendrán mejores elementos para entender lo que este problema significa social y educativamente.
Estos son algunos fragmentos de Las voces y el ruido:
“Quien se ha dedicado durante décadas a la educación superior sabe que el origen social de un individuo, de manera específica, de un estudiante, nada tiene que ver con su capacidad intelectual. No hablo en términos estadísticos sino individuales. Claro está que la pregunta, al encontrarse con uno de esos hombres o mujeres hechos a fuerza de voluntad, de manera inevitable, es ¿ cómo pudo salvarse?, ¿ cómo pudo llegar a donde está y ser cómo es? Las contestaciones, cuando uno se atreve a preguntar, varían hasta el infinito. Un padre o una madre leídos, un buen profesor — aunque sea uno solo—, el haber caído en un grupo de amigos, preocupados por los libros, las revistas, el cine o cualquier otro hecho de cultura. Podría irse más allá: lo importante es encontrar siempre un fenómeno singular capaz de poner en marcha ese proceso de salvación individual. En otros casos todo ayuda a la elevación del estudiante: el padre es una gran médico, hay una biblioteca familiar, ha viajado, sabe inglés y francés, paso por colegios de primera o de primera bis. La injusticia es flagrante, pero el resultado es el mismo: lo diferente es el mérito personal.”…
La mayoría de los profesores del CCH y de los líderes del CEU histórico actual, el radicalismo universitario o, para mayor precisión, dentro de la universidad, conoce la inanidad de su victoria, temporal y por lo mismo, inútil. La entrada a la universidad no conduce a ninguna parte, si no se tiene que responder a sus exigencias. La universidad discrimina, es cierto, y es su obligación. Es la garantía del conocimiento y del ejercicio de un conjunto de actividades sociales y humanas indispensable para todos, que deben ser llevadas a cabo con el menor número de errores posible. Un mal médico es un peligro social y un abogado sin conocimiento acabará con un acusado o con una empresa. Trotsky escribió que un líder que hace faltas de ortografía es un traidor al proletariado”.
“Sus artículos publicados en Lapidaria política hace ya casi cinco lustros, son de una actualidad extraordinaria. ”