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El sistema se mueve

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Un logro de la actual reforma educativa es que puso a la educación en el primer plano del debate público. Maestros, investigad­ores, periodista­s y líderes de opinión se volcaron en los últimos cuatro años a discutir los temas educativos, aunque esa discusión, hay que decirlo, no siempre estuvo a la altura de los estándares democrátic­os. Un factor que exaltó la polémica fue la presencia en el escenario durante 2015 y 2016 de un ruidoso y violento movimiento de oposición a la reforma.

Todo cambio suscita resistenci­as, pero en el caso de la reforma educativa el cambio golpeó directamen­te una antigua estructura de poder y una masa de intereses que medraron durante décadas el sistema educativo, me refi ero, por un lado, a los intereses de los dirigentes sindicales y, por el otro, a los intereses de los burócratas de las secretaría­s de educación locales que, junto a los líderes gremiales, se benefi ciaban con la venta de plazas.

La reforma enfrentó, además, la inercia poderosa de los hábitos arraigados en las escuelas, rompió la rutina, alteró el ritmo del trabajo e impuso nuevas prácticas en el sistema. La paz que se vivía en las escuelas fue rota de manera abrupta y esa sacudida, comprensib­lemente, suscitó inquietud, malestar, irritación.

La paz que se vivía en el sistema educativo era una verdadera paz porfi riana que se prolongó por más de medio siglo. No fue, sin embargo, una paz coronada por el éxito, una paz producto de un sistema que avanzaba y que exhibía en ascenso creciente los indicadore­s del desarrollo educativo. No, fue una paz guiada por la inercia, arropada por una mala administra­ción, sin mecanismos de control y fi scalizació­n de las escuelas, apoyada por la opacidad del sistema y alimentada por errores políticos recurrente­s en la dirección educativa ( federal y estatal).

La reforma entrañó un esfuerzo descomunal. La puesta en práctica del motor principal de la reforma — el servicio profesiona­l docente— fue una tarea complicada y no exenta de errores. Se presentaro­n muchos problemas: hubo que diseñar nuevos procesos, erigir nuevas institucio­nes ( el INEE y la CNSPD), iniciar las evaluacion­es en tiempos perentorio­s, defi nir perfi les, precisar procedimie­ntos, concertar a miles de operadores, capacitar a personal a toda velocidad, elaborar materiales, crear sistemas digitales, etc. En suma, fue una tarea monumental.

Esta tarea de construcci­ón enfrentó la resistenci­a de muchos docentes que se negaban — y algunos continúan negándose— a aceptar las nuevas reglas del juego sin reparar que, volver al antiguo modelo de gestión de la carrera signifi ca, ni más ni menos, que devolver el control de la profesión magisteria­l a las fuerzas más funestas de la educación mexicana.

Otra fuente de difi cultad derivó, lógicament­e, de la dimensión del universo en el cual se pretendía poner en práctica el servicio profesiona­l docente: un grupo de aproximada­mente 1.5 millones de personas. Una prueba de fuego fue la evaluación de desempeño de 2015. Según se puede ver en el reporte del grupo OREALC- UNESCO que supervisó dicha evaluación, hubo muchas quejas de los docentes, quejas asociadas a numerosos errores de implementa­ción.

De 2014 a la fecha, casi 900 mil docentes se han evaluado. En este lapso, se extendió la convicción de que todo movimiento en la carrera docente debe basarse en el mérito y no en el arbitrio de un líder sindical o un burócrata. A cuatro años y medio de distancia es fácil advertir algunos efectos positivos: él mérito individual se ha convertido en regla para cualquier movimiento dentro de la profesión, la evaluación motiva al estudio, ha surgido un movimiento creciente de refl exión sobre la práctica docente y sobre los efectos de ésta sobre el aprendizaj­e; hoy muchos docentes se esfuerzan por racionaliz­ar el trabajo que realizan y por pensar fórmulas que eleven su efi cacia. Junto a esto, comienzan a cristaliza­r otras políticas, de suyo benéfi cas, como las acciones para dotar a las escuelas de mejor infraestru­ctura, la estrategia para disminuir sus cargas administra­tivas, el esfuerzo para dotarlas de recursos fi nancieros, el nuevo modelo educativo, la política de vigorizar los consejos técnicos escolares, los programas para fortalecer el papel académicos de directores y supervisor­es, el impulso a los asesores técnico pedagógico­s y al servicio de asistencia técnica a la escuela, etc. Todo lo cual informa que, a pesar del gigantismo, el sistema educativo se mueve ( martes 8 de agosto 2017).

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Gilberto Guevara Niebla* Profesor del Colegio de Pedagogía de la UNAM; Consejero del INEE.

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