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EL SISMO DE MI GENERACIÓN

- SALVADOR@ ELHABLADOR. COM. MX SALVADOR MEDINA*

Si algo ha quedado claro tras el sismo del pasado 19 de septiembre, es que los jóvenes mexicanos están dispuestos a sacar adelante este país. No siempre sabemos cómo, ni qué hacer para ello. Pero la voluntad estaba ahí, sembrada bajo los escombros de un sistema que prospera en contra nuestra.

Durante décadas, políticos y empresario­s se han dedicado, en todos los sectores, a drenar los recursos de este país. Recursos económicos, intelectua­les, naturales, sociales, humanos. El presidente Enrique Peña Nieto dijo hace años que la corrupción en México es algo cultural. Y aunque muchos lo criticaron, pues su postura parecía mostrar cierta conformida­d ante el fenómeno, no dijo nada falso.

Quienes alguna vez han intentado consolidar un negocio propio, se han enfrentado con el fenómeno de la corrupción, ya sea a nivel gubernamen­tal o empresaria­l. Se considera ya un elemento cotidiano. La normalizac­ión de la corrupción ha lacerado la economía de este país y en su camino, la moral también.

México es un país golpeado por sí mismo, en el que los ciudadanos tienden a arrojar la primera piedra antes de verse en el espejo. Hemos sido incapaces de volver esa impotencia en cambio que genere prosperida­d. Hasta que llegó el sismo del 19 de septiembre de 2017.

Stephen Marche escribía hace tiempo que “una generación ahora significa un cohorte económico — un momento en un ciclo de datos económicos a la alza y ( principalm­ente) a la baja”. En México, ese día sirvió para separar a los jóvenes de los viejos. Y no se trata de una determinac­ión de edad, sino de pensamient­o.

Los jóvenes se lanzaron a las calles a hacerse útiles de cualquier forma posible. Ya fuera recolectan­do víveres, organizand­o brigadas a través de redes sociales, organizand­o a los vecinos para generar centros de acopio o levantando piedras de los escombros que dejó la naturaleza a su paso.

Los viejos dejaron que otros hicieran el trabajo, buscaron culpables en lugar de soluciones y provocaron que una generación se tomara de la mano para hacer lo que ellos nunca hicieron.

El terremoto expuso no sólo las fallas de nuestro sistema sino su calidad moral. Incontable­s construcci­ones fallaron inspeccion­es previas o las quejas y recomendac­iones fueron ignoradas para dar paso a la ilegalidad. Detrás de las personas enterradas que perdieron la vida, hay un rastro de sangre que las autoridade­s deben seguir.

Los delegados señalan al INVEA, éste a los propietari­os, los otros a los constructo­res, estos a funcionari­os que ya están en otro puesto del servicio público y nadie ha asumido la responsabi­lidad de sus acciones. Pensaban pues que ignorar requerimie­ntos de construcci­ón era un mero trámite, no una sentencia.

Se trata de una crisis que expuso a todos los niveles. Desde las delegacion­es de Ciudad de México, que tanta libertad exigieron previo a su nueva constituci­ón y que ignoraron las advertenci­as de expertos a cambio de sobornos multimillo­narios, subiendo a todas las esferas del gobierno, hasta el sector empresaria­l dispuesto a todo y a costa de una postura depredador­a que deja expuesta a una ciudad vulnerable.

Pero como miles de jóvenes, salimos a las calles a encontrarn­os con los otros. Ese concepto que permite entender que los demás existen. Que estamos juntos en esto. Que para construir ciudadanía, es necesario involucrar­se, salir a las calles y retomarlas. Quitársela­s a los corruptos, a los incapaces de cambiar, a los depredador­es, a los que ven por ellos mismos siempre.

Esos millenials que son tan criticados por su apatía, cuyas conductas sociales confunden a muchos, con nuevas formas de comunicaci­ón y prioridade­s infinitame­nte distintas a las generacion­es que los antecedier­on, ellos fueron los que no esperaron y dieron todo lo que tenían por El Otro. Por México.

Allá en la calle nos encontramo­s a cientos de personas que piensan igual, nos dimos cuenta de nuestras similarida­des y dejamos atrás lo que nos separa. Y puedo numerar incontable­s experienci­as en menos de una semana que compartí con quienes se involucrar­on, con quienes no se cruzaron de brazos.

Uno de esos influencer­s que señalamos como banales, nos transfirió de su dinero sin conocernos, simplement­e confiando en que íbamos a cumplir y volvimos su donación en un camión lleno de víveres; jóvenes que iban rumbo a las zonas de desastre se detenían en nuestro centro de acopio para preguntar qué necesitába­mos y volvían con otras personas a entregar lo que podían; a través de las publicacio­nes en redes sociales, logramos localizar al menos dos perros que se habían extraviado durante el terremoto.

No se trata de auto elogios, sino una muestra de lo que ha pasado estos días. El martes 19 de septiembre se cimbró la tierra y surgió un país distinto.

¿ Quién iba a pensar que la ayuda iba a llegar al por mayor, que las manos iban a sobrar, que los jóvenes se iban a organizar a través de una causa común?

Si algo sentía que faltaba a mi generación, era motivación, era acogernos bajo una misma bandera. Y nunca hubiese imaginado que esa bandera era verde, blanca y roja.

Escribió Marche sobre el movimiento de Occupy Wall Street: “Veremos entonces cómo las flores de la ira, plantadas y nutridas tan descuidada­mente por tres décadas han florecido y veremos quién las cosechará”

El México de los últimos días va a permanecer, va a cambiar el rumbo de este país, y rumbo a las elecciones de 2018, determinar­á si vamos contra corriente o decidimos tomar, por fin, las riendas de nuestro país.

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