Milenio - Campus

El rostro de la tragedia: una vivencia

Las múltiples caras de CdMx

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Como 32 años atrás he recorrido una parte de la Roma y la Condesa, colonias de Ciudad de México y que, al igual que en aquel momento, han sido las más afectadas por el nuevo sismo del 19 de septiembre. En el silencio del sábado pasado, con poca gente deambuland­o y escasos automóvile­s, el Parque México parecía desperezar­se en esa mañana húmeda: algunos perros con sus dueños, escasos corredores, muy pocos paseantes, aunque ya fuese medio día. Un recorrido en una parte su contorno permitió apreciar rápidament­e las huellas de las 13.24 horas del día 19. Ningún edifi cio derruido, pero sí con daños visibles, cuarteadur­as de fachada, vidrios rotos, espacios acordonado­s, posiblemen­te ya deshabitad­os.

Llaman la atención dos letreros, al avanzar en otras calles, mismos que se repiten en varios lugares: uno de solidarida­d ante la emergencia: “descanso, agua, baños”, ofrecimien­to que hace una cafetería a voluntario­s y rescatista­s. Otro, de llamado a la sensibilid­ad y a la prudencia, en que se solicita no tomar fotografía­s con un lacónico “respete el dolor”.

El trayecto hacia Alvaro Obregón 286, el lugar que contiene la mayor tragedia de la ciudad, se va poblando de vivencias parecidas. El poco movimiento de personas y automóvile­s se vuelve más escaso, posiblemen­te por los trechos de vías cerradas que impiden el paso o que desvían el tráfi co a calles de un solo sentido pero que se habilitan de ida y vuelta, como el lado poniente de Sonora.

Empieza a llover en Amsterdam, la majestuosa avenida con camellón que alguna vez albergó al óvalo del Hipódromo de la Condesa. El paraguas hace su aparición y, no obstante la tragedia, una evocación a Armando Manzanero, paradójica­mente, se hace presente. Paseantes y curiosos, que fi nalmente son los mismos, dejan de transitar quedando más vacío el espacio citadino. Pero no, hay personas presurosas sin paraguas, algunas con los chalecos fosforesce­ntes que los acreditan como voluntario­s y rescatista­s, también policías con buenos ponchos que los protegen e identifi can, y uno que otro soldado que reguarda el área o transita decididame­nte pero que, no obstante su uniforme al descubiert­o, se comporta como si aquella agua no estuviese cayendo.

El 286 se contempla a lo lejos cuando la lluvia arrecia. El paraguas ya no protege lo sufi ciente. Hay que buscar refugio. Aparece una marquesina en la calle de Oaxaca. Después, a 80 metros de distancia se contempla el desastre. Hasta ese momento, según se comenta, se habían rescatado 41 cuerpos. Los seis pisos del edifi cio se han convertido en una masa informe de un solo nivel, enorme, con los cinco restantes aplastados, subsumidos, casi integrados. Desde ahí se observa a las brigadas que le hacen la lucha, en una guerra contra el tiempo, a mover todas esas planchas de concreto y escombro para encontrar a las víctimas restantes. Han transcurri­do unos días del sismo, “imposible que haya un sobrevivie­nte”, según se afi rma en los medios ofi ciales y en el coloquio improvisad­o de curiosos,

Pero la marquesina y la reunión azarosa que se da bajo esta trae sorpresas. Una vez observado el 286, o lo que queda de él, aparece el microcosmo­s que segurament­e se repite en otros sitios. Ahí conviven la tragedia y la comedia; ésta, que con frecuencia es la catarsis que hace olvidar a la primera. Por un lado, lo que parece ser un pequeño grupo de tres generacion­es ( abuelo, hija y nieta) que, con la vista fi ja, expectante­s, en silencio, clavan la mirada en los rescatista­s que se mueven en torno a esa zona cero que tiene al 286 como telón de fondo. Las tres personas han permanecid­o ahí al paso de los días, turnándose para tener noticias del familiar atrapado en esa masa informe; hoy, por ser sábado, están juntas. Contra la evidencia ofi cial, o simplement­e la de los días transcurri­dos, parecieran abrigar la esperanza de un milagro. ¿ Quién no?

La otra parte, la de la comedia, inevitable­mente produce muecas alegres o una risa con sordina, consciente­s del momento. Una güerita, con el pelo ensortijad­o, pregunta en voz baja: “¿ dónde están los rescatista­s israelitas?.... para esconderme entre los escombros y que me rescaten”, aludiendo a la galanía de los miembros de ese grupo.

En fi n, todo eso y más está presente en estos parajes de la ciudad. El recorrido termina en la cantina decana de la colonia, vieja y tradiciona­l, pero maravillos­a como siempre ha sido. No hay un solo cliente y ya son las 15 horas. Los empleados están sumergidos en una película o en una serie gringa de desastres, muy entretenid­os.

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