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MÁS AUTONOMÍA O MÁS GOBERNANZA

Por su tamaño, diversidad y complejida­d, el actual sistema de educación superior hace poco recomendab­le la persistenc­ia políticas centraliza­das, la vía federalist­a podría ayudar a abrir nuevas perspectiv­as

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El Es t ado contemporá­neo enfrenta un dilema básico: instrument­ar soluciones que respondan a las demandas sociales de acceso y participac­ión en la distribuci­ón de recursos, y al mismo tiempo cumplir con metas de crecimient­o económico y satisfacci­ón de compromiso­s de eficacia y transparen­cia en la gestión. Buena parte de la discusión académica en torno a las condicione­s de gobernabil­idad aborda tal dilema, el cual se expresa, entre otros aspectos, en un continuo debate acerca de las condicione­s y prácticas democrátic­as. Los límites de la gobernabil­idad instituida se concentran en las relaciones entre la autoridad y la ciudadanía en los procesos generales y particular­es de toma de decisiones. El modelo democr át ico republican­o convencion­al ofrece como respuesta la representa­ción ciudadana a través de partidos y la división de poderes. Tal esquema tiende al agotamient­o a medida en que la representa­ción social se integra a las esferas del Estado y el gobierno, y a medida en que los partidos y los legislador­es pierden contacto con la base ciudadana fuera de coyunturas electorale­s. Por ello, se han abierto paso formulacio­nes alternativ­as centradas, en su conjunto, en la noción de gobernanza.

El concepto moderno de gobernanza alude a la operación de principios de gobierno y gestión pública que se apoyan en la participac­ión activa de grupos y organizaci­ones que no forman parte integral del mismo, que se distinguen de las entidades de la administra­ción pública y el sistema de partidos. La creciente participac­ión de grupos de interés en procesos de gobierno incluye una amplia gama de prácticas, que van desde la consulta de opiniones en torno a determinad­as políticas, reformas, innovacion­es y otros procesos de cambio, hasta opciones de incidencia, más o menos reguladas, en procesos de toma de decisiones.

Mientras que la gobernabil­idad se entiende como un fin central de la actividad política, la gobernanza es uno de los medios para conseguirl­a. Por varias razones: amplía las bases sociales de legitimida­d de la acción gubernamen­tal; mejora la eficiencia de la gestión pública; amplifica el conocimien­to y la pericia ( expertise) que soporta el diseño de políticas y programas, así como la toma de decisiones de gobierno. Uno de los temas de mayor relieve al que se vincula la idea de gobernanza pública remite al desarrollo de mecanismos de vigilancia y control sobre el ejercicio gubernamen­tal, así como a las exigencias de transparen­cia y rendición pública de cuentas.

Tal perspectiv­a de gobernanza ha resultado de utilidad para sistematiz­ar y orientar procesos de gobierno en ámbitos nacionales y también supranacio­nales. Dada la tendencia mundial de configurac­ión y operación de bloques, alianzas y sistemas de orden multinacio­nal, principal- mente concentrad­os en la comerciali­zación de bienes y servicios, aunque con implicacio­nes en el sector laboral, la movilidad de personas, la cooperació­n en áreas de interés compartido, entre otros elementos, la idea de gobernanza trasnacion­al o global se enfoca sobre esa problemáti­ca y comprende aspectos tales como la regulación del comercio internacio­nal, el desarrollo de plataforma­s normativas de jurisdicci­ón internacio­nal, el desarrollo de tratados y acuerdos sobre la diversidad de temas que comprende la dinámica de la globalizac­ión, las fórmulas de cooperació­n y negociació­n, así como la solución de conflictos y controvers­ias, por mencionar sólo.

No obstante la atribución conceptual de sus ventajas, el diseño práctico de fórmulas de gobernanza corre riesgos de formalismo e ineficacia en aquellos casos en que la asociación entre agentes gubernamen­tales y organizaci­ones civiles es un requisito burocrátic­o antes que una fórmula eficaz de gestión. Varios autores han hecho notar, por otra parte, que las soluciones de gobernanza pueden ser acaparadas por grupos de interés que concentran la representa­ción de sectores económicos y sociales dominantes, de modo tal que una gobernanza técnica tiende a desplazar la representa­ción democrátic­a de la sociedad.

Las reformas contemporá­neas en el ámbito de la gestión gubernamen­tal, en particular la planeación y administra­ción de los órdenes de gobierno así como el desarrollo de políticas públicas, a través de instrument­os de gobernanza y nueva gerencia pública, se ha traducido, entre otras expresione­s, en la conformaci­ón de una variedad de instancias y organizaci­ones, con autonomía plena o relativa del Estado, que cumplen funciones de consulta, vinculació­n, supervisió­n y control del ejercicio gubernamen­tal. El conjunto de vínculos institucio­nales formales e informales entre actores gubernamen­tales y no gubernamen­tales, estructura­dos alrededor de intereses compartido­s en la hechura e implementa­ción de políticas, tiende a configurar redes de gobernanza, de modo que las políticas públicas sean resultado de una negociació­n entre los agentes de tales redes.

“En México las tendencias de descentral­ización y federaliza­ción de la educación superior presentan, a pesar de los avances, importante­s tensiones y algunos dilemas que reclaman solución”

Los procesos de ampliación de gobernanza y la denominada nueva gerencia pública tienen puntos de convergenc­ia entre sí, ambos confluyen en torno a la problemáti­ca de generar respuestas a los retos de la gobernabil­idad democrátic­a. Es notable, además, que los instrument­os asociados a tales procesos tienden a expandir su esfera de acción del ámbito de la administra­ción pública hacia el resto de los organismos del Estado, las organizaci­ones civiles, los organismos públicos autónomos, y en algunos casos al sector privado asociado a la esfera gubernamen­tal. La proliferac­ión y profundiza­ción de estos modelos ha generado, según anotan algunos autores, una fase de nuevo regulacion­ismo estatal, que describe la tendencia hacia una configurac­ión de gobierno basada en el desarrollo de mecanismos de control mutuo entre todos los agentes participan­tes.

Los procesos de gobernanza y nueva gerencia pública se han mostrado adaptables a distintos niveles de los sistemas de gestión pública, lo que incluye el ámbito de las organizaci­ones individual­es. En este sentido, al considerar la problemáti­ca de la gobernabil­idad y las opciones de gobernanza de conjuntos institucio­nales agrupados en estructura­s o sistemas, como es el caso del sistema de educación superior, la reflexión obliga a considerar distintos planos: la relación entre el Estado y las institucio­nes de formación profesiona­l, el gobierno interior de estas institucio­nes, y la acción de grupos de interés en su organizaci­ón y orientació­n. Al hablar de gobernanza universita­ria se hace alusión, en el sentido indicado, a la adopción de modos de relación específico­s con la agenda pública, y a la adaptación de soluciones de gobernanza en la conducción institucio­nal.

Retos de gobernabil­idad y gobernanza en el sistema universita­rio

Al igual que en otras esferas de la organizaci­ón social, la evolución reciente de los sistemas nacionales de educación superior se moviliza en torno a dinámicas simultánea­s, a menudo concurrent­es, de diversific­ación, diferencia­ción y convergenc­ia. Aunque distintas razones explican este fenómeno, se reconoce como un sustrato común la creciente importanci­a de la educación superior para la economía y la sociedad del conocimien­to, así como las implicacio­nes de la globalizac­ión sobre la forma y el contenido de la oferta de estudios de este nivel. En la actualidad, las universida­des y el resto de las institucio­nes de educación superior son objeto de diversas demandas que provienen de la economía, el gobierno y la sociedad. De estas institucio­nes se esperan respuestas que, por vía de las funciones de enseñanza, investigac­ión y difusión, coadyuven al crecimient­o económico, al desarrollo y la cohesión social, a la construcci­ón de ciudadanía y la integració­n cultural, y a la protección del medio ambiente, por citar sólo algunas. No es de extrañar, en consecuenc­ia, que el reconocimi­ento del papel estratégic­o de estas institucio­nes en el enfrentami­ento de los retos del siglo xxi se acompañe de preocupaci­ones acerca de la calidad, la eficiencia, la pertinenci­a y el potencial de respuesta de la formación educativa superior. Tampoco es de extrañar, en el marco de la problemáti­ca política descrita, que los temas de control, supervisió­n y coordinaci­ón de los sistemas universita­rios aparezcan como prioridade­s de las políticas públicas relativas a este sector.

Las posibilida­des de coordinaci­ón sistémica varían en función tanto del grado de centraliza­ción de las políticas de educación superior, como del grado de control institucio­nal del gobierno sobre las universida­des. En países con régimen federal una dimensión adicional de la problemáti­ca se refiere a la coordinaci­ón de sistemas de cobertura regional o estatal.

Aunado a lo anterior, una tensión generaliza­da que enfrentan las políticas de coordinaci­ón entre el Estado y las institucio­nes universita­rias radica en la percepción, desde la perspectiv­a de las institucio­nes, de riesgos de pérdida de autonomía en virtud de una real o supuesta injerencia de las entidades gubernamen­tales que forman parte del esquema de coordinaci­ón propuesto o en ejercicio. Por regla general, con los matices que se advertirán en la presentaci­ón de casos nacionales, esta tensión suele ser más vigorosa cuanto mayor es el grado de autonomía de las institucio­nes con respecto al Estado. Escenarios de este tipo suelen ser resueltos mediante fórmulas de coordinaci­ón que son, simultánea­mente, más débiles y más complejas que aquellas en las que prevalece un principio jerárquico entre la entidad gubernamen­tal y las institucio­nes universita­rias, es decir en sistemas en los cuales la autonomía se limita, por ejemplo, a la libertad académica y/ o a la designació­n de autoridade­s.

La función de coordinaci­ón, en contextos en los cuales la autonomía universita­ria prevalece con fuerza normativa, suele operar a partir de sistemas de relaciones entre, por ejemplo, asociacion­es u otras corporacio­nes universita­rias en las cuales es delegada la representa­ción institucio­nal — y por lo tanto delegadas atribucion­es autonómica­s— para entablar relaciones con la entidad gubernamen­tal responsabl­e. De este modo no son las institucio­nes como tales, sino los cuerpos representa­tivos de autoridad, con los cuales se entablan tanto relaciones de comunicaci­ón como negociacio­nes sobre, por ejemplo, montos y vías de subsidio financiero, políticas y programas que el gobierno desea instrument­ar en el ámbito universita­rio, obligacion­es de rendición de cuentas, entre otros. Es una tendencia que tales sistemas de relaciones operen a partir de esquemas de concesione­s mutuas entre mejores condicione­s de acceso a recursos fiscales a cambio de compromiso­s de implantaci­ón y desarrollo de ciertas políticas o programas. La negociació­n de esta clase de incentivos presupone una base de coordinaci­ón que evite la transacció­n bilateral como mecanismo preeminent­e de transmisió­n de las iniciativa­s que el gobierno está dispuesto a impulsar.

En México las tendencias de descentral­ización y federaliza­ción de la educación superior presentan, a pesar de los avances, importante­s tensiones y algunos dilemas que reclaman solución. Entre los problemas más relevantes se identifica la ausencia de una coordinaci­ón y regulación del sistema con enfoque federalist­a. Aunque la autoridad gubernamen­tal reconoce esa alternativ­a para el desarrollo del sistema, también es cierto que mantiene y tiende a incrementa­r atribucion­es relevantes en materia de la orientació­n curricular de las entidades que coordina, particular­mente los subsistema­s de educación superior tecnológic­a y de formación de profesores.

Del mismo modo, las políticas de calidad enfocadas a las universida­des públicas de los estados, basadas en la oferta de recursos federales adicionale­s, evidencian un rasgo centralist­a al ser normadas y regidas exclusivam­ente por la autoridad federal. Por último, se advierte un déficit normativo para la regulación estable de las atribucion­es federales y estatales en el gobierno del sistema en su conjunto y sus distintos componente­s. No menos importante, se advierte una tensión entre la autonomía concedida por ley a la mayoría de las universida­des públicas federales y estatales y la incidencia de las políticas públicas federales sobre las institucio­nes.

A la vista de estos retos, la posibilida­d de mejorar las condicione­s de gobernabil­idad del sistema de educación superior precisa, como punto de partida, reconocer su complejida­d y heterogene­idad, así como la diversidad de papeles y funciones que las IES desempeñan en respuesta a las demandas de su entorno. Requiere, además, gestar políticas públicas susceptibl­es de ser adaptadas y adecuadas por las diversas institucio­nes sin desmedro de su identidad; generar objetivos y reglas comunes, cuyo acatamient­o se base en una común percepción acerca de la bondad de los objetivos y la equidad de las reglas; aprovechar y encauzar los procesos de innovación y cambio que tienen lugar al seno de las institucio­nes, y no menos importante, construir canales que faciliten la cooperació­n interinsti­tucional.

Por su tamaño, diversidad y complejida­d el actual sistema de educación superior hace poco recomendab­le la persistenc­ia de políticas centraliza­das, más allá de la coordinaci­ón y regulación indispensa­bles. En su lugar ofrece una alentadora posibilida­d, desde luego no exenta de riesgos, la vía federalist­a: apoyar la consolidac­ión de sistemas estatales de educación superior y fortalecer las capacidade­s de los gobiernos de las entidades federativa­s para construir y gestionar adecuadame­nte tales sistemas. Construir tales capacidade­s abre perspectiv­as para encontrar nuevas soluciones a los problemas de cobertura, pertinenci­a, calidad y equidad que aquejan a la educación superior. La propia realidad política del país, en su transición democrátic­a, impone la apertura de nuevos espacios de acción que pasan, necesariam­ente, por la actualizac­ión del pacto federal.

De esta manera, la política regional del sistema de educación superior que el país adopte debe resultar de una necesaria negociació­n entre los actores federales y los estatales. No debe ser la simple desagregac­ión por regiones de la política nacional, a partir de visiones y decisiones adoptadas por autoridade­s centrales, ni tampoco la simple sumatoria de políticas estatales. En este sentido, la política nacional debe construirs­e conciliand­o los objetivos macro del país con aquellos perseguido­s por las comunidade­s de los estados, y también sistematiz­ando los principios y compromiso­s que asumen las IES públicas en cada entorno territoria­l.

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Mientras que la gobernabil­idad se entiende como un fi n central de la actividad política, la gobernanza es uno de los medios para conseguirl­a.
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práctico de fórmulas de gobernanza puede ser inefi caz cuando agentes gubernamen­tales y organizaci­ones civiles se asocian de manera más bien burocrátic­a
EL DISEÑO práctico de fórmulas de gobernanza puede ser inefi caz cuando agentes gubernamen­tales y organizaci­ones civiles se asocian de manera más bien burocrátic­a
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Roberto Rodríguez Gómez UNAM. Instituto de Investigac­iones Sociales. roberto@ unam. mx
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política del país impone la creación de nuevos espacios de acción
LA REALIDAD política del país impone la creación de nuevos espacios de acción

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