Segovia
Las nuevas generaciones
los grupos de presión y el indispensable Elecciones libres de W. J. M Mackenzie que contiene todos los sistemas electorales hasta ahora imaginados.
Para concluir el curso nos pidió un ensayo final: un estudio de contenido de un diario de la ciudad de México entre los que habrían de publicarse un próximo jueves. Repartió los diarios entre los escasos alumnos sobrevivientes, y a mí me tocó el detestable El Sol de México. Se me ocurrió dividir el trabajo siguiendo las secciones del periódico: noticias locales, nacionales, internaciones e incluí las caricaturas y los anuncios. Medí todo aquello en centímetros cuadrados y acompañé esa maraña cuantitativa con un análisis cualitativo de la orientación intencionada de las noticias y las caricaturas. En la sesión de crítica me entregó el trabajo y me dijo: “Está bien, pero los diarios no se miden con centímetros cuadrados sino en líneas ágata”. Pensé que habría una tabla de equivalencias pero no, con el tiempo supe que los editores usan, o usaban, una regla para tales mediciones. Sigo sin conocer la famosa regla, pero la lección de Segovia ha perdurado en mi mente hasta la fecha: antes de entregar cualquier trabajo escrito hay que atender, comprobar y despejar todos los detalles. Pero más que maestro circunstancial Segovia ha sido para mí un tutor.
En septiembre de 1972 ingresé a la planta de profesores del Centro de Estudios Internacionales, el cual ya dirigía Segovia. Al mes siguiente me nombró coordinador del centro, lo cual abrió para mí la época de tutoría segoviana por el trato constante que teníamos. Dos veces a la semana lo acompañaba a su casa a merendar y establecíamos una tertulia con la asistencia de su esposa Paule. Se discutían tanto el momento político como libros y autores de la más variada naturaleza. Paule me aficionó a la literatura inglesa contemporánea: R. Graves, G. Greene, un temprano J. LeCarré, G. Orwell, E, Waugh y tantos más. En aquellas sesiones, a veces él a veces ella, soltaba el nombre de un autor de un libro recién editado y que causaba ruido en las revistas europeas a las que estaban suscritos., y que obviamente ya habían adquirido y leído. Si yo mostraba interés, me lo prestaban. Así me enteré desde avances en la genética hasta la capacidad artillera de los acorazados británicos en la Primera Guerra Mundial. Pero los clásicos de la política no se quedaban atrás. Segovia me llevó a leer a Max Weber, algo de Raymond Aron, Bertrand de Jouvenel, Robert Michels y Alexis de Tocqueville. La línea española iba aparte: Pio Baroja, algo de Ortega y Gasset, mucho de Azaña, casi todo Semprún y la literatura de esperpentos de Valle Inclán. En la francesa, además de Jouvenel y Tocqueville, hizo que leyera a Malreaux, Saint- Exupéry y a ese extraño y sombrío autor que fue Céline. Con todo eso venía implícita la segunda gran lección: si quieres ser un académico de verdad, hay que leer de todo, uno nunca sabe cuándo va a necesitar un conocimiento así adquirido. Al menos en Ciencias Sociales y Humanidades no hay conocimiento que sobre. Y ya iniciado en estas andaduras uno sigue solo.
Pero el magisterio de Segovia no se basa únicamente en lecturas, sino también en una práctica que por obvia fue ignorada por otros analistas. Si uno va a hacer análisis político es preciso alternar con los políticos, no para polemizar o militar brazo con brazo, sino para ver a través de conversaciones inteligentes cómo piensan y actúan. Es una práctica que él empezó en los años sesenta y ha continuado hasta ahora. En aquellos años, mediado el siglo, esta práctica era mal vista, se consideraba que el académico como intelectual po- día quedar contaminado al grado de comprometer su independencia y capacidad crítica. Pero la acción de los políticos es el asunto principal del análisis político, es uno de sus objetos de estudio. Si Pasteur hubiera tenido repeús a los microbios ¿ a dónde habría llegado? Es precisamente ese codearse con la realidad que se estudia lo que ha proporcionado los ejes de carga a las estructuras que Segovia sintetiza, sobre todo en sus artículos.
Pero Segovia no sólo ha sido todo lo arriba mencionado, es también el que abordó por primera vez en una institución de educación superior mexicana el tema de las elecciones. Lo hizo por el lado de la geografía electoral que supone analizar los datos de una votación nacional y agrupar regiones, ver variables y constantes y analizar contextualmente ese material. En el número 55 de Foro Internacional publicó un primer análisis: esquemón de la Autonomía Relativa del Estado frente a las Clases Sociales en los estudios de política interior. (¡ Cuánta tinta se gastó en esos ensayos permeados por un marxismo descafeinado!) Pero de ese y otros artículos posteriores de Segovia sobre las elecciones salió una pregunta fundamental, que luego obsesionaría a los que vendrían detrás: ¿ Por qué el partido oficial obtenía altas cotas de votación en las zonas atrasadas y no así en las ciudades o regiones desarrolladas? El tema tomaría vuelo luego de las reformas de 1979 y pronto quedaría saldado: subdesarrollo y manipulación electoral van de la mano. Hoy por hoy hasta los diarios hacen geografía electoral en épocas de elecciones.
A la par que escribía los artículos sobre elecciones, Segovia analizaba el material de una encuesta aplicada a fines de 1969 a una muestra estratificada de escuelas para tratar de determinar cómo se socializaba políticamente al niño mexicano, análisis que condujo a la publicación de su estudio ya clásico La politización del niño mexicano en 1975. Con este libro Segovia demostraba toda su capacidad de politólogo, pues no solo aplicaba los conocimientos e hipótesis de una bien conocida y desarrollada escuela sobre la socialización política, sino que con escasos recursos fue capaz de llevar a cabo la aplicación de un cuestionario de 69 preguntas que rindieron cantidades inmensas de información. Y aquí está el genio del académico: sin su cultura general el análisis se hubiera quedado corto. La conclusión principal fue que la cultura política impartida o vigilada por el Estado junto con la familia era estable y general, y que los caminos a abrir para llegar a una vida más democrática quedaban a la imaginación de los gobernantes. Hasta hoy no conozco algún politólogo de orientación cuantitativa que haya tomado la conclusiones de Segovia para tratar de comprobar o desmentir si la cultura política sigue produciéndose donde y como él dijo hace poco más de cuatro decenios.
No, no habré de hacer aquí una biobibliografía de Rafael Segovia. Su obra académica ahí está y la escribió para sus colegas, amigos, y sobre todo para sus queridos alumnos. Destaco aquí lo que ha hecho en el último tramo de su vida intelectual. No recuerdo bien donde empezó su transición, pero creo que fue en la revista Plural de Excélsior, entonces dirigida por Octavio Paz, en la que empezó a transitar paulatinamente del sesudo artículo académico al ensayo periodístico. En ese andar pasó por varios diarios: Excélsior, Unomasuno, El Financiero, La Jornada para culminar en Reforma. La prensa no era lugar fácil para el académico y éste le resultaba un bicho raro al periodista. Pero a medida que se abría el sistema político a la participación política, la prensa tuvo que ir acorde a los tiempos no obstantes sus altibajos dignos de una montaña rusa. Aprovechando esos años, Segovia quiso alcanzar un público más amplio, trascender el limitado alcance de las revistas erróneamente llamadas científicas. Quiso llegar a los políticos y sobre todo a esa clase media tan importante en este país que, no obstante las distracciones laborales cotidianas que enfrenta, busca orientación para sus actitudes sociales y políticas en la prensa. En esto, al igual que en otras cosas. Segovia también fue pionero pues: abrió camino al caudal de comentaristas que hoy atiborran los diarios, pero sobre todo marcó un estilo que no es fácil de seguir. Logró reducir el espacio utilizado y avenir el comentario del hecho o acontecimiento fugaz con análisis de fondo y la transmisión de conocimiento sólido de manera accesible para el lector apresurado. Por eso sus artículos son coleccionables y editables en forma de libro, y lleva ya dos importantes. Lapidaria política ( FCE) y La Política como espectáculo ( Cal y Arena), que nuevas generaciones pueden leer con provecho.
La tutoría de Segovia me duró seis años y seguido echo mucho de menos aquellas tertulias. Después no hubo nada con que sustituirlas. Pero él siguió tesonero en esta línea de conducta, formando nuevas generaciones que piensan y escriben muy bien; siguió y sigue siendo lo que se propuso desde el inicio de su vida intelectual: un pedagogo.
“Con todo eso venía implícita la segunda gran lección: si quieres ser un académico de verdad, hay que leer de todo”