CAMPUS: 15 ANOS PARA LA EDUCACION
Por una sencilla pero fundamental razón quisimos hacer un número especial en los 15 años de Cam
pus: la posibilidad del recuento, la oportunidad de mirar desde el presente un pasado que ya hizo historia y en el cual se puede afirmar que la educación ocupó uno de los lugares estelares.
No ha habido en los últimos años, nada más importante ni nada más intrincado en el país que la educación. No importa aquí si los gobiernos hayan correspondido con sus actos a esa importancia y a esa complejidad, pero la sociedad vivió con impaciencia e inquietud las secuelas de una educación en crisis de crecimiento que, con todo y sus defectos, se fue expandiendo y asentando, lenta, azarosa pero firmemente en el cuerpo político y social y en la vida de las familias mexicanas, como el musgo en la piedra de los ríos.
Al mismo tiempo, como una cruel paradoja, las viejas generaciones a las que muchos pertenecemos vimos cómo el boom tecnológico, con la internet como buque insignia, fruto de fuentes remotas, rebasó lo imaginado, sobre todo nos sorprendió la velocidad con que se reprodujeron y entraron en uso, cambiando no sólo los hábitos de la gente común y corriente sino las relaciones económicas y sociales. Hoy es normal escuchar en su hora crepuscular a los mayores y a los no tanto, “que no pensamos que esto lo íbamos a vivir”.
En este tiempo de la sociedad de la información queda bien para nosotros como país la frase de Hannah Arendt, en el sentido de que “estamos en condiciones de aceptar, como regla general, que todo lo que sea posible en un país, puede ser también posible en casi cualquier otro, en un futuro previsible”.
Lo hemos visto de manera creciente. Y aunque mucha de la innovación tecnológica y los grandes beneficios polivalentes que ha traído la globalización en cuanto a prosperidad, salud, desarrollo y democracia, son indiscutibles, lo cierto es que muchas valores fueron apeados de las reglas de la convivencia social. Y ese desmoronamiento que no fue único de México aunque si tenemos que lamentar que aquí ha sido de proporciones gigantescas— nos ha traído frustración y desencanto, pérdida de autoridad, crisis de las instituciones. La violencia criminal ha cobrado miles de víctimas. Tantos como si estuviéramos en una guerra civil. No pretendió ser irónica Hillary Clinton cuando hace casi una década comparó a los narcotraficantes con insurgentes. Y de entonces para acá, no podemos decir que las cosas han cambiado.
Más aún, esta delincuencia que ha llegado a niveles nunca vistos en México, el deterioro y el debilitamiento de los vínculos sociales que en el pasado eran el adhesivo de la cohesión social, la pérdida de referentes morales de parte de la juventud, pueden ser el resultado de una modernidad líquida, si hablamos en términos de Zygmunt Bauman, y a riesgo de ser acusado de conservador, como otros que ven estos rasgos en la sociedad actual.
Nunca, en ninguna época, las cosas habían sido tan efímeras, al menos tan efímeramente vividas. Escribe Bauman en Los retos de la educación líquida que “la cultura presente da mucha importancia a la velocidad y a la eficacia y, en cambio, menosprecia la paciencia y la perseverancia”.
Todos los caminos, pues, llevan a la educación. Sólo la educación nos puede salvar de ese distanciamiento que nos provoca la cultura del presente, distanciamiento que hay que entender que no es cualquier cosa, sino aquel que nos aleja de lo esencial de la vida, de los frutos sublimes de la humanidad.
Por ello, el trabajo periodístico en el campo educativo es siempre un trabajo político. Es los que pretendemos hacer en Campus y lo hemos hecho en un ámbito de libertad y pluralidad gracias a Milenio. Se ha buscado darle la palabra al maestro, al educador, al funcionario, al que enseña sin imponer; al que tiene la autoridad moral porque la ha ganado en el aula, en el gabinete de investigación, en el campo de prácticas o en el laboratorio; al que crítica con rigor; al que propone con su ejemplo una ética en la conducta; al que dialoga y analiza, no al que miente, injuria o traiciona en sus razonamientos, si se les puede llamar así.
Para ello hay que creer en la educación, dice Victoria Camps; para quien, por cierto, luchar a contracorriente ha sido siempre la constante de la educación. “De no ser así, no haría falta educar”.
La necesitamos cada vez más. Alejarnos de ella es un error mayúsculo. Pensar que la educación es una panacea mágica para todos los problemas es otro error; pero sí es necesario creer que con la educación se mejoran muchas cosas, se contienen las deformaciones sociales, y se forman buenos ciudadanos, si no, viviríamos en una selva.
Hay que creer en la educación. Reiteramos en este 15 aniversario que Campus de MILENIO ha sido un proyecto periodístico y educativo, por lo tanto, inevitablemente político, según el ideal de Rousseau.
Finalmente, con satisfacción y sincera gratitud, saludamos a lectores, colaboradores, amigos y patrocinadores y, de manera especial, a los directivos de la empresa Multimedios.