Negar el espíritu universitario
Recuperemos la pregunta: “¿ Los universitarios no deben leer El Libro Va
quero?”. Igual podría preguntarse: ¿ Los universitarios no deben escuchar reguetón?, ¿ los universitarios no deben fumar mota?, ¿ los universitarios no deben decir “güey”?, ¿ los universitarios no deben creer en Jaime Maussan?, ¿ los universitarios no deben creer en fantasmas?, ¿ los universitarios no deben ver telenovelas? ¿ Quién podría, salvo por reglamentos administrativos internos de las universidades, dictaminar lo que los universitarios deben o no deben hacer, básicamente en el campus ( ya que no en su casa o en cualquier otro sitio? Y, puesto que son adultos, pueden incluso ( y no sólo los universitarios), como muy bien lo advierte John Stuart Mill, en Sobre la libertad, hacer con su vida lo que les apetezca ( incluso renunciar a ella) en tanto no perjudiquen la libertad de los demás. Pero es obvio que una parte esencial del universitario ( de quien ha accedido a la educación superior) queda negada en el momento mismo en que, incongruentemente, realiza acciones y sostiene creencias opuestas por completo al espíritu racional y crítico que presuntamente aprendió en las aulas universitarias. Todos tenemos derecho nuestras contradicciones, pero los universitarios niegan su ser cuando, con incongruencia, se muestran como si no hubieran pasado no ya digamos por la universidad sino ni siquiera por la escuela.
Los universitarios y los no universitarios pueden hacer lo que quieran, pero mientras más nieguen el espíritu de la universidad, más evidente se hará que la educación superior ha fracasado. El punto central del debate no es dictar lo que deben o no deben hacer los universitarios o las personas en general, pues esto sería justamente
una dictadura del gusto y los intereses de quien “teniendo poder bastante”, como dice Mill, coarta la libertad de los demás. El punto central del debate es saber si, por ejemplo en términos de lectura y cultura, da lo mismo haber ido a la universidad que no haber pasado por ella. Y, si fuimos a la universidad, y ésta no amplió nuestros horizontes sensibles, culturales e intelectuales ( al grado de ser nuestra lectura favorita El Libro Vaquero, y no
Pedro Páramo ni Hamlet ni Madame Bovary ni La divina comedia ni los Ensayos de Montaigne ni los poemas de Quevedo, Machado, Neruda o Vallejo, etcétera), ¿ cuál fue la ganancia social e individual de haber destinado recursos a la educación superior? ¿ Cómo caracteriza Carlos Fuentes la universidad en su libro En esto creo ( 2002)? Así: “En la universidad aprendemos [...] que nuestro pensamiento y nuestra acción pueden fraternizar. [...] Pero la universidad es un estadio el superior, sin duda de un proceso educativo que parte de la escuela primaria y se prolonga hoy en la escuela permanente: la educación vitalicia. [...] No hay progreso sin conocimiento y no hay conocimiento sin educación”. Esta idea de Carlos Fuentes es, sin duda, vasconcelista, pues en su discurso del 4 de junio de 1920 ( el discurso más valiente que haya pronunciado funcionario alguno en México), al tomar posesión como Rector de la Universidad Nacional, José Vasconcelos afirmó con la vehemencia que le caracterizaba: “Llego con tristeza a este montón de ruinas de lo que antes fuera un Ministerio que comenzaba a encauzar la educación pública por los senderos de la cultura moderna. La más estupenda de las ignorancias ha pasado por aquí asolando y destruyendo, corrompiendo y deformando. [...] La pobreza y la ignorancia son nuestros peores enemigos, y a nosotros nos toca resolver el problema de la ignorancia. [...] Las revoluciones contemporáneas quieren a los sabios y quieren a los artistas, pero a condición de que el saber y el arte sirvan para mejorar la condición social de los hombres”. Para Vasconcelos, la Universidad tenía sentido y cumplía su más elevado propósito si trabajaba, como efectivamente él lo hizo, en lo que denominó la “redención nacional”.
Resulta claro, hoy, que ningún universitario contribuye a esa redención nacional propagando y encomiando El Libro Vaquero que, sin embargo, es lectura habitual y hábito comprensible entre personas de escasa escolaridad precarios medios económicos.
“Todo tenemos derecho nuestras contradicciones, pero los universitarios niegan su ser cuando, con incongruencia, se muestran como si no hubieran pasado no ya digamos por la universidad sino ni siquiera por la escuela”