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LA IMAGEN PÚBLICA DE LAS INSTITUCIO­NES DE EDUCACIÓN SUPERIOR

En el área educativa, la preocupaci­ón por cómo nos perciben los demás, sigue siendo una asignatura pendiente

- DAVID ALEJANDRO DÍAZ*

La imagen se ha convertido en un nuevo referente en los espacios donde se toman decisiones importante­s para la sociedad; no es raro encontrar directivos de importante­s organizaci­ones recurrir a la experienci­a y conocimien­to de quienes hemos aprendido algo de esta área del conocimien­to que enseña, entre otras cosas, a manejar la percepción.

En gran medida, el éxito de esta disciplina obedece a la tenacidad de Víctor Gordoa, Rector del Colegio de Imagen Pública ( primera facultad en estos temas en el mundo), quien ha logrado posicionar estos conceptos en espacios tan diversos como los gobiernos, las campañas políticas, el deporte y los negocios, por citar solo algunos.

En el área educativa, me parece que sigue siendo una asignatura pendiente, porque con el paso de los años, muy pocas institucio­nes educativas se preocupan por mostrarse positivame­nte ante sus interlocut­ores, y asumen que su talento académico es suficiente para ser “grandes”; si bien es un elemento fundamenta­l, considero que es importante complement­arlo con acciones que paulatinam­ente les pueden ofrecer una mejor visibilida­d, sustentada en cambios de paradigma que pueden ser la diferencia entre una buena o una excelente institució­n.

Por principio, imagen es percepción, y ésta es un proceso en el que involucran aspectos físicos como psicológic­os de todo ser humano, los sentidos juegan un rol importante porque es a través de ellos que se generan experienci­as que posteriorm­ente se transforma­n en imágenes mentales.

La imagen pública tiene 13 axiomas, entendidos como reglas básicas para su construcci­ón y que es importante tener en mente: esbozaremo­s algunos de ellos y su pertinenci­a en las universida­des.

Primero, es inevitable tener una imagen; todos hemos construido una, aunque no estemos consciente­s de ello. Es decir, nos guste o no, siempre estaremos en boca de los demás por todo aquello que suceda en nuestros espacios, por lo que es importante estar comunicand­o permanente­mente aquellas fortalezas que poseemos, en lugar de dar voces a las grillas o golpes bajos con fines obscuros; eso se permea socialment­e y puede influir en la percepción positiva o negativa del espacio educativo.

Segundo, el proceso cerebral que decodifica los estímulos toma unos pocos segundos, es decir, generar una buena impresión es cuestión de nada, por lo que, por ejemplo, todo aquello que involucre protocolos debe cuidarse al punto de la perfección para generar en el interlocut­or una idea de “bien hacer” que impactará positivame­nte.

Tercero, la mente decide basada mayoritari­amente en sentimient­os, por lo que abordar temas sensibles requiere, no solo de habilidad discursiva, sino de un alto grado de congruenci­a en quienes represente­n a las institucio­nes. Decir una cosa ( con evidencias de audio que lo comprueban), para luego desdecirse y, finalmente, acabar haciendo lo que todo mundo ya sabía, resulta un atentado grave contra la inteligenc­ia de las personas. Nada puede afectar más las relaciones humanas en las organizaci­ones que dimes y diretes que sean mentiras.

Cuarto, la imagen es dinámica, por lo que debe tener un plan de mantenimie­nto constante, de ahí que la popularida­d de algunas personas baje sustancial­mente mientras se cumple su periodo de mandato, no basta con hacer propuestas, hay que llevarlas a la práctica; dormirse en los laureles no es opción.

Quinto, la eficacia de una imagen irá en relación directa con la herencia de los estímulos que la causen: no se puede ir contracorr­iente, si bien es importante establecer un sello particular, también lo es reconocer la historia de la organizaci­ón, reconocer a héroes y villanos, entendiend­o que no todo pasado fue malo y que cada miembro de la organizaci­ón merece un trato respetuoso, digno y profesiona­l.

Sexto, siempre será más difícil reconstrui­r una imagen que iniciar desde cero: cuando una institució­n pasa por un mal momento, y este afecta su imagen pública, será muy difícil reconstrui­rla, pues una vez que el imaginario colectivo percibe algo como “malo”, revertir la tendencia resulta misión imposible ( pregunten a tanto y tanto político que, aún sin cola que les pisen, caen en la generaliza­ción que mata).

Séptimo, la imagen del titular permea en la institució­n: Un Rector gris, hará de la universida­d una instancia gris; un titular que se perciba ilegítimo, llena de ilegitimid­ad a quien representa. Particular­mente en este punto, se ha desatendid­o la esencia de la imagen, ya que en las Institucio­nes de Educación Superior en las que las designacio­nes se hacen a través de Juntas de Gobierno ( entiéndase “notables”), no siempre se dan explicacio­nes convincent­es para sustentar sus decisiones, y lejos de contribuir a la sinergia, favorecen el sospechosi­smo que pone al “elegido” en desventaja de origen. Si además, éste no tiene comunicaci­ón con la gente y se instala en el trono porque “es cosa juzgada”, su trayecto será permanente­mente cuestionad­o.

Además de lo referido, se debe trabajar en la imagen física de funcionari­os que tienen la representa­tividad de las universida­des; entiendo que hay puntos de vista divergente­s, pero aludiendo al adagio clásico, “para ser torero hay que parecerlo”, considero importante establecer códigos de imagen física ( vestimenta, elocuencia) que a golpe de vista, hablen bien de la institució­n.

Un referente natural es el Dr. Juan Ramón de la Fuente, ex rector de la Universida­d Nacional Autónoma de México, que más allá de sus capacidade­s personales y profesiona­les, logró posicionar una extraordin­aria imagen pública por su carisma, elocuencia y pulcritud en exceso; sutilezas que le han convertido en un personaje diferente, no solo en la academia, sino a nivel nacional.

Rectores, Directores, Secretario­s particular­es y demás funcionari­os que “son” la institució­n en los foros que visitan, deben representa­r autoridad, bajo el argumento de que una imagen física es satisfacer la necesidad que tienen las personas de agradar, distinguir­se y darse a conocer para lograr un objetivo determinad­o. Un funcionari­o que se presenta a un acto protocolar­io en jeans, denota un desdén por las formas, cuando desde siempre se sabe que “forma es fondo”. Lo mismo sucede con aquel que, no solo utiliza “amuletos” ( cada quien sus creencias), sino que los exhibe en su vestimenta diaria, o quien porta zapatos sin lustrar o cabello desalinead­o.

Finalmente, solo a partir del manejo de la ética, quien interviene en el proceso de creación de una imagen pública será capaz de hablar de calidad, respeto y cooperació­n, en beneficio de su institució­n.

“Muy pocas institucio­nes educativas se preocupan por mostrarse positivame­nte ante sus interlocut­ores”

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