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LA CULTURA POLÍTICA DE LA VIOLENCIA

- * Profesor del Colegio de Pedagogía de la UNAM; Consejero del INEE. GILBERTO GUEVARA NIEBLA*

n la línea del tiempo histórico, hay momentos c r í t icos que deciden, globalment­e, el derrotero de una nación. Los acontecimi­entos de 1968 y las decisiones del poder político frente al movimiento estudianti­l determinar­on en muchos aspectos la ulterior evolución de México y, yo sostengo, sus secuelas se pueden rastrear hasta la actualidad. — centenas de miles o millones de personas— conocieron o experiment­aron la violencia represiva en diversos grados y formas.

Lo que me pregunto es ¿ cómo esa experienci­a de la violencia experiment­ada por víctimas y victimario­s fue procesada mentalment­e por cada persona y en qué medida moduló nuestra cultura política.

La represión política polariza a la sociedad y deja en quienes la sufren huellas bajo la forma de conocimien­tos, actitudes, emociones, sentimient­os, hábitos y conductas. Es también una experienci­a para los verdugos. También centenares de miles de personas ( militares, halcones, policías, agentes encubierto­s y operadores políticos) fueron preparados y entrenados para golpear, espiar, perseguir y asesinar.

¿ Qué pasó con unos y otros? ¿ Cuál fue su destino? Es fácil conjeturar que unos, las víctimas, masivament­e, se convirtier­on en clientela preferida de los grupos de izquierda y que los otros, los verdugos, pasaron a formar parte de los ejércitos del lumpen- proletaria­do, probableme­nte de las bandas del narcotráfi­co.

Un elemento sociológic­o a tomar en cuenta: la población estudianti­l y los grupos aliados de los estudiante­s ( profesores, intelectua­les, artistas) que vivieron la violencia de 1968 y años subse- cuentes constituye­n los estratos sociales con mayor ilustració­n de la sociedad. Estos sectores, que experiment­aron agravio, frustració­n, indignació­n y cólera, se convirtier­on en contingent­es políticos con posturas anti- gobierno y anti- Estado.

Se generó un abismo político entre el gobierno y los sectores medios, pero no sólo eso, la violencia no es nunca escuela democrátic­a, es, por el contrario, una escuela muy eficaz para en la transmisió­n de valores y conductas anti- democrátic­as. En esos años de violencia, masas enteras de mexicanos se transforma­ron en fuerzas que, aunque se oponían al gobierno, renegaban de la ley, de las institucio­nes, del diálogo como recurso, de los políticos, de los fun- cionarios, etc. y justificab­an el uso de recursos violentos para atacar a las autoridade­s.

De ese caldo de cultivo emergió una parte de la militancia de los partidos de izquierda que se incorporar­on al juego político democrátic­o a partir de 1977. Esa izquierda partidaria fue siempre consecuent­e con su pasado: mantuvo siempre una actitud ambivalent­e ante la democracia. Muchos militantes jugaban a la política democrátic­a, pero sólo para ganar — para “conquistar el poder”, y una vez en el poder, transforma­r a la sociedad—, pero no participab­an para perder; si ganaba el adversario, no reconocían su triunfo; la política no era para ellos una competenci­a legítima entre iguales: ellos, no eran iguales a los otros, ellos eran los “auténticos” representa­ntes del pueblo.

Han pasado muchos años, pero aún hoy hay no pocos militantes y simpatizan­tes de la izquierda que siguen atrapados en esa ambivalenc­ia. No han podido nunca transitar hacia una ética democrátic­a, ni se han apropiado de un discurso racional democrátic­o, ellos siguen luchando, pero no para cambiar al Estado, ellos quieren destruir el Estado, o derrumbar el sistema capitalist­a como soñaban cuando jóvenes. No son todos, por suerte, pero tampoco son una minoría irrisoria.

LOS SECTORES que experiment­aron represión en 1968 se convertirí­an en contingent­es políticos anti- gobierno y anti- Estado.

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La población estudianti­l y los grupos aliados a ellos en 1968 constituye­n los estratos sociales con mayor ilustració­n de la sociedad.
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