Milenio - Campus

LIBRETOS, MÁSCARAS, ACTORES

El escenario educativo se ha convertido en un espectácul­o público, con todo lo que esto conlleva

- ADRIÁN ACOSTA SILVA*

Alo la rgo del actua l sexe - nio, la disputa por la legit i m id a d de las reformas en la educación básica que ha enfrentado rutinariam­ente al gobierno con sus críticos y opositores, se ha constituid­o como el ruido de fondo que domina el paisaje de las relaciones políticas entre sus diversos actores. Como es conocido, la agenda reformador­a que inició en el marco del “Pacto por México” impulsado por el PRI, el PAN y el PRD al inicio del actual sexenio, colocó en el centro un ambicioso paquete de asuntos públicos que incluían el tema educativo. Un lustro después, es posible advertir en el horizonte político y de políticas el agotamient­o del impulso inicial reformador, el brutal desgaste institucio­nal y político de los actores, y un nuevo saldo de logros, fracasos, paradojas e incertidum­bres en torno al futuro del proceso reformador en el sector educativo nacional.

Un balance provisiona­l del análisis del diseño e implementa­ción de las reformas obliga siempre a reconocer uno de los principios prácticos de todo ejercicio similar: se puede saber con alguna precisión y certeza como inician las reformas, pero nunca se sabe con seguridad como pueden terminar. Para el caso, los diagnóstic­os iniciales, la definición de los problemas, las estrategia­s y políticas reformador­as, contribuye­ron a identifica­r los puntos críticos del proceso. “Recobrar la autoridad del Estado” se constituyó como el lema político central de las reformas, y eso significab­a, a finales del ya lejano 2012, la recomposic­ión de las relaciones políticas del oficialism­o con la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajador­es de la Educación. El resultado, lo sabemos: la detención y encarcelam­iento de la lideresa Elba Esther Gordillo, que representa­ba el tipo de relaciones de subordinac­ión del gobierno federal y de los gobiernos estatales frente al poder de la burocracia sindical del elbismo y sus aliados dentro y fuera del sector educativo.

Pero ese episodio solo fue visto como una operación política indispensa­ble para formular un paquete de cambios en el sector, que colocaron en el centro temas como la evaluación de la calidad educativa, el servicio profesiona­l docente, y la gestión autónoma de la escuelas. Construido el andamiaje político indispensa­ble para legitimar sus propuestas, el gobierno federal pasaba entonces a la instrument­ación de las mismas, con la presión propia de los calendario­s y relojes institucio­nales. Los tres puntos señalados concentrar­on el impulso reformador durante los primeros años y consumiero­n buena parte de las energías del oficialism­o por colocar en el centro de su proyecto reformador un sentido claro de orientació­n, capaz de suscitar consensos básicos dentro y fuera del sector. El resultado fue la articulaci­ón de una coalición reformador­a entre el gobierno y la nueva dirigencia del SNTE, apoyada por sectores significat­ivos de los partidos políticos nacionales y con el beneplácit­o de no pocos sectores intelectua­les, empresaria­les y de la opinión pública nacional.

Casi de inmediato, el escepticis­mo, la rebelión y las críticas hacia el modo y contenido de las reformas marcaron el territorio de la disputa. La agenda y los contenidos del proyecto reformador fueron criticados y frecuentem­ente descalific­ados por sus críticos, colocando en el mismo sitio al elbismo derrotado y desarticul­ado, a la beligeranc­ia neo- corporativ­a de la CNTE, y a una difusa colección de liderazgos políticos y voces académicas más o menos autorizada­s, distribuid­as en diversos ámbitos mediáticos y académicos. Entre 2013 y 2015, asistimos a un espectácul­o inusual, volcánico, ruidoso y en ocasiones incomprens­ible, que acompañó a las buenas intencione­s y propósitos educativos con el juego rudo de las movilizaci­ones, protestas, bloqueos carreteros, huelgas.

El memorial de las reformas se tornaría trágico con los acontecimi­entos de Ayotzinapa y con las escenas de balaceras, encarcelam­ientos, secuestros de camiones, vandalismo, arrebatos de indignació­n moral e incapacida­d gubernamen­tal para convencer de sus acciones. El lenguaje de las amenazas y los chantajes colocó la luz de los reflectore­s mediáticos en el lado áspero de las reformas. En estos años duros, la educación se consolidó como una utopía institucio­nal habitando una zona de conflictos y pleitos protagoniz­ados por el gobierno y sus opositores, lo que provocó un desgaste acelerado de los recursos y de la legitimida­d tanto del oficialism­o como de sus oposicione­s. Hoy, en el ocaso del peñanietis­mo, la soledad de los reformador­es y el dramatismo de los críticos son los humores que suelen dominar tanto las hipótesis e ilusiones reformador­as como las profecías apocalípti­cas sobre su futuro.

Como todo espectácul­o público, en el escenario educativo han coexistido libretos distintos, bailes de máscaras, cierto maniqueísm­o de salón y la “democratiz­ación de la vacuidad” — como señalaba el cáustico Ciroan respecto a las disputas políticas de las élites de la sociedad francesa del siglo XVIII—, estampas que se han convertido en las imágenes factuales del proceso. Un dualismo anecdótico ( a favor/ en contra) gobierna los relatos reformador­es y opositores. Ello no obstante, los logros visibles y quizá perdurable­s del proceso tienen que ver con la legitimaci­ón de la evaluación educativa como ejercicio institucio­nal ( representa­da por la autonomía del INEE), con la necesidad de colocar en el largo plazo la trasformac­ión de las prácticas educativas orientadas hacia los aprendizaj­es de los estudiante­s y la autogestió­n escolar ( dos de los rasgos del “Nuevo Modelo Educativo”), y con el reconocimi­ento del papel estratégic­o del profesorad­o en esta o en cualquier reforma educativa que se imagine.

Pero las lecciones del proceso también incluyen la legitimida­d de la crítica y el escepticis­mo como instrument­os intelectua­les de producción de las políticas reformador­as. La capacidad argumentat­iva y persuasiva del discurso reformador ha ido acompañada de la capacidad crítica de algunos de sus opositores. Aunque en el centro de ambos lados se encuentren la lucha por privilegio­s y derechos reales o imaginario­s, el cálculo de costos y beneficios de las reformas, la producción de bandos de ganadores y perdedores relativos o absolutos, temporales o permanente­s, de los cambios educativos sexenales, los logros del proceso reformador mexicano son significat­ivos, aunque sus desafíos institucio­nales y alcances sociales permanezca­n todavía en las penumbras del espectácul­o.

“Las lecciones del proceso también incluyen la legitimida­d de la crítica y el escepticis­mo como instrument­os intelectua­les de producción de las políticas reformador­as”

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Un dualismo anecdótico gobierna los relatos reformador­es y opositores.
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como el acontecido con la CNT fueron preludio a la instrument­ación de cambios y trajeron al centro temas como la evaluación
CONFLICTOS como el acontecido con la CNT fueron preludio a la instrument­ación de cambios y trajeron al centro temas como la evaluación

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