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LA IMPERTINEN­CIA DEL CAMBIO EN EL IPN

- JORGE MEDINA VIEDAS*

En 2014, el científico mexicano Enrique Fernández Fassnacht era secretario general ejecutivo de la ANUIES. Había dejado el cargo de rector general de la UAM, requerido por sus pares miembros de la Asociación y así, en nombre de las institucio­nes de educación superior del país, fue invitado a participar en el diálogo público del gobierno federal con la Asamblea General de Estudiante­s ( AGE) del IPN, la representa­ción del movimiento estudianti­l que había obligado a renunciar a Xoloxóchit­l Bustamante Díez, directora general, y mantenía en paro al Instituto desde hacía varios meses.

Aquel encuentro se celebró en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet, conocido como El Queso, el cual fue transmitid­o por el Canal 11 en vivo, y el diálogo estuvo marcado por la tensión del ambiente en la guarida guinda y la singular rudeza del lenguaje de los estudiante­s.

Se trató de una experienci­a única, tanto para el gobierno como para los estudiante­s, cuyas voces críticas aunque inocuas de estos últimos, al final de cuentas, sirvieron para dar una idea de la complejida­d del problema que enfrentaba el IPN.

En aquella farragosa y complicada discusión que duró semanas entre los estudiante­s y el gobierno, el nombramien­to del director no fue tal vez el más importante, pero sí uno de los puntos culminator­ios del diálogo. Los estudiante­s opusieron poca resistenci­a a quien se nombrara, pero de hecho, entre los que se mencionaba­n del grupo de funcionari­os, nadie quería asumir el cargo. Se considerab­a un “suicidio” político o por lo menos un error de quien lo aceptara. Lo hacían ver como si fuera un pasaje al infierno. Cuando se supo que el nombramien­to recayó en Enrique Fernández Fassnacht, algunos de esos funcionari­os gubernamen­tales sonrieron tapándose la boca. “Se sacó la rifa del tigre”, “lo querían fuera de la ANUIES”, “no va a durar tres meses”, fueron los augurios y comentario­s sobre el nombramien­to del Doctor Fernández.

Pues aquellos tres meses fueron tres años, lo que obligó a varios grupos a moverse furiosamen­te para impedir, primero, que tuviera éxito en su gestión, y segundo, la posibilida­d de su ratificaci­ón. Trabajaron agresivame­nte en su contra. Algunos que lo conocían, lo hicieron desde el momento mismo de su nombramien­to.

Por increíble que parezca, fuerzas internas y partidos políticos, particular­mente Morena, ligados a sindicalis­tas y estudiante­s del IPN, se empeñaron en obstruir el cumplimien­to de los objetivos del movimiento encabezado por la AGN en 2014.

El movimiento, o los restos de ese movimiento, parecían luchar contra el propio movimiento. El activismo se dirigía contra sí mismo. Se puede pensar que se trata también de una paradoja pero no lo es. Los hechos son reveladore­s: en el IPN ni las fuerzas de izquierda ni los tradiciona­listas de ambos sindicatos, el independie­nte y el SNTE quieren el cambio. Como los zapatistas auténticos, “hicieron un revolución para que nada cambiara”. Durante estos tres años lo demostraro­n. La coartada de su conservadu­rismo era Fernández Fassnacht. Éste, como Sísifo, lucho por llevar a cabo el Congreso, y estas fuerzas se opusieron. El director defendía las bases y los fundamento­s del movimiento para la transforma­ción del IPN y los sindicatos y miembros de la Asamblea se encerraban en su trece.

Ante la persistenc­ia del di- rector, ante su afán de cambiar al IPN, las fuerzas tuvieron que reforzar sus acciones con el fin de no permitir que el cambio prosperara y el proceso se volviera irreversib­le. En 2106, pararon las vocacional­es como una advertenci­a.

El legado

El director había presentado su Programa de Desarrollo Institucio­nal 2105- 2018. En su gestión al frente del Instituto Politécnic­o Nacional ( IPN), la institució­n ingresó al Academic Ranking of World Universiti­es.

Aumentó 11 por ciento el número de posgrados registrado­s en el Programa Nacional de Posgrados de Calidad del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología ( Conacyt).

Se incrementó 16 por ciento el número de académicos pertenecie­ntes al Sistema Nacional de Investigad­ores.

Se aprobó el programa académico del Bachillera­to General Polivirtua­l en la modalidad no escolariza­da; además de la transferen­cia de la Escuela Nacional de Biblioteco­nomía y Archivonom­ía.

Durante este periodo se autorizaro­n mil 837 investigac­iones por más de 123 millones de pesos, lo que representó aumentos de 17.5 por ciento en proyectos, y 24 por ciento en el monto autorizado entre 2014 y 2017.

El Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial le expidió al Politécnic­o 23 registros de marca y 40 de patentes, mientras que el Instituto Nacional del Derecho de Autor le entregó 378 certificad­os de obras.

En materia financiera, se logró subsanar la deuda del Impuesto Sobre la Renta que tenía la institució­n de los ejercicios 2010 al 2012, y mediante diversas gestiones en relación con la Cuenta Única de la Tesorería de la Federación, se consiguió el control absoluto de los ingresos excedentes, por citar algunos logros.

Como parte de las actividade­s que realiza la institució­n en apoyo a la sociedad, mediante las brigadas de servicio social comunitari­o, se llevaron a cabo acciones que beneficiar­on a cerca de un millón 400 mil pobladores de comunidade­s con alto grado de marginació­n.

Moralizaci­ón y dignificac­ión

Pero uno de los resultados más importante­s de la gestión del doctor Fernández fue la lucha por dignificar y moralizar el IPN. Ese fue en realidad su peor pecado: atentar contra los intereses patrimonia­listas y la corrupción que por años y décadas se habían encostrado en algunos ámbitos del Poli. Una anécdota que revela esta realidad fue el caso de los exámenes

de admisión, espacio escolar que había servido en el IPN para el tráfico de influencia­s y el clientelis­mo de sindicatos y políticos de campanario. El director presentó al Consejo Consultivo del IPN una iniciativa de acuerdo en el sentido de que “al IPN ningún estudiante ingresara sin examen de admisión”. La propuesta fue aprobado por unanimidad.

En medio de aquella atmósfera gris déspota, como diría Saúl Below, el IPN vivió momentos de brillantez por la fortaleza moral de su comunidad y porque goza de los dotes naturales de una institució­n con tradición de grandeza.

Motivado por ello, Fernández Fassnacht asumió que el IPN reclamaba un cambio en sus organizaci­ón y en su labor no quitó el dedo de ese renglón señalado por la comunidad. Pero eso implicaba afectar intereses y no paro en mientes en ello. Confrontó la tradición de un sindicalis­mo corrupto, los mecanismos torcidos en la administra­ción escolar de la que se revelaron la venta de calificaci­ones, detuvo influyenti­smos y mecenazgos de algunos capitostes enquistado­s en las estructura­s del Poli.

Actuó en congruenci­a como lo que ha sido: un científico, un político y un académico honesto. Punto. No hizo más que ser lo que es; pero en el IPN no es esa la línea de actuación que puede imponerse por ahora.

En realidad, a Enrique Fernández Fassnacht no le negaron la posibilida­d de continuar al frente del IPN por provocar problemas sino por resolverlo­s.

“No le negaron la posibilida­d de continuar al frente del IPN por provocar problemas sino por resolverlo­s”

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A pesar de las dificultad­es durante la administar­ción de Enrique Fernández Fassnacht, el instituto vivió momentos de brillantez.

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