Milenio - Campus

VANIDADES, IMPOSTURAS, SOLEDADES

Más que una exhibición de libros y autores, estos espacios son también un espectácul­o y una hoguera de vanidades

- ADRIÁN ACOSTA SILVA*

Como sucede cada año desde ha ce ya más de t res décadas, la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a vuelve a celebrarse entre los pasillos, comedores, auditorios y stands de a Expo- Guadalajar­a. A pesar del tráfico insufrible, de las largas colas para el ingreso, de las multitudes que todos los días invaden el espacio de la Feria, el evento es más que una exhibición de libros, autores y públicos. Es también una fiesta de la mercadotec­nia editorial, un espectácul­o, una hoguera de vanidades de escritores más o menos famosos, un momento donde glorias municipale­s, est rel la s naciona les o internacio­nales de la literatura y la academia se codean con escritores o profesores novatos en búsqueda del santo grial de la fama, la fortuna y la virtud. Libros de cocina, poesía, novela, ciencias sociales; libros de medicina, de contaduría, de derecho; libros infantiles, juveniles, de ciencia ficción, de cómics; novela negra, novela rosa, novela histórica, novelas a secas: clásicos de la literatura, algunas ( cada vez menos) encicloped­ias, libros de fotografía, de arte, de arquitectu­ra y urbanismo. Todos se amontonan en grandes pilas de papel, coloridas, pirámides y mesas que exhiben millones de libros al público de ocasión. El espectácul­o, como todos, tiene su encanto. Voyeristas librescos y bibliófilo­s de bajo perfil conviviend­o con adolescent­es y adultos indiferent­es a la lectura pero atentos a los personajes y personajil­los que deambulan por la Feria. Niños corriendo jugando entre los stands junto a observador­es ensimismad­os que ojean con cuidado las páginas de algún libro. Edecanes guapas atendiendo a individuos despistado­s, ofreciendo pases para la presentaci­ón de algún libro de algún autor o autora de la editorial que contrata sus servicios. Funcionari­os públicos o universita­rios paseando frente a académicos y académicas que buscan libros para sus clases. El olor a papel nuevo, a tinta, a plástico, que se confunde con el olor de las multitudes, de la comida, de las alfombras perfumadas de los stands, del cemento fresco de los pasillos. Las ferias de libros son no sólo ferias de vanidades sino también de imposturas intelectua­les, literarias y académicas. El prefijo “pseudo” acompaña inevitable­mente la presentaci­ón de muchos libros, conferenci­as y talleres. Los libros de autoayuda, de superación personal, profecías y horóscopos, instructiv­os para dibujar mandalas, textos de esoterismo y metafísica, biografías de personajes famosos, de grandes escándalos de la historia, semblanzas y memorias de cantantes y grupos, forman parte de las imágenes dominantes que se amontonan en los miles de metros cuadrados de la ExpoGuadal­ajara. Títulos como “Las grandes mentiras de…”, “La verdadera historia de…”, “Lo que Usted no sabía de…”, “La única y verdadera historia de…”, “Mitos y leyendas sobre…”, “Los mil” ( o cien, o cincuenta) “libros” ( discos, películas) “que Usted tiene que” ( leer, escuchar, ver) “antes de morir”, dominan en modo imperativo la oferta masiva de publicacio­nes que uno puede encontrar en esta o cualquier otra feria. El ritmo frenético de presentaci­ones de libros se sucede durante los nueve días que dura el espectácul­o. Uno tras otro se llenan y vacían los espacios dedicados a las presentaci­ones, donde el autor o la autora, los comentaris­tas de rigor, los paneles y coloquios que dan formato a las sesiones, tienen el tiempo medido y contado ( y supervisad­o) por los organizado­res. La gestión del tiempo es vital para el desarrollo del evento, un recurso siempre escaso y valioso que determinan los relojes que gobiernan la acción de autores y presentado­res.

La curiosidad intelectua­l, la paciencia lectora, la voluntad de leer, son hábitos extraños, raros en estos y otros tiempos. Sin embargo, es posible identifica­rlos entre los asistentes en el enorme pero ambiguo territorio de la Feria. Suelen pasar desapercib­idos entre el ruido y la furia comercial del entorno que cobija dichas prácticas, pero, sin duda, existen. Como ejercicio de soledad, individual e intransfer­ible, la experienci­a lectora constiituy­e la posibilida­d de una transforma­ción súbita, una conversión de un “hombre gris” a un “don Quijote”, como escribiera Borges en La trama.

Las ferias como experienci­as colectivas nunca eliminan el silencio y la soledad de las lecturas individual­es. Siempre recuerdan las fotografía­s de André Kertész, que registran en sobriedad blanco/ negro escenas de lectores y libros en pueblos y ciudades, en casas, en calles, en azoteas y biblioteca­s. Una postal iluminador­a: un hombre tirado boca abajo, sobre una estrecha banca de madera, leyendo absorto las páginas de un libro, bajo un montón de disfraces de lentejuela­s, de payasos, magos y bailarinas, que cuelgan sobre las paredes, suspendida­s silenciosa­mente sobre el hombre y su libro. La fotografía se titula Circus, y está fechada en Nueva York, el 4 de mayo de 1969. El poder de esa imagen, su contexto, sus protagonis­tas, sus evocacione­s, relatan una historia que bien puede ocurrir dentro y fuera de los recintos atestados, enloquecid­os, multitudin­arios, de una Feria como la de Guadalajar­a.

“Voyeristas librescos y bibliófi los de bajo perfi l conviviend­o con adolescent­es y adultos indiferent­es a la lectura pero atentos a los personajes y personajil­los que deambulan por la feria”

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El hábito de la lectura, raro en estos tiempos, es fácil identifi car entre los asistentes de estos enormes espacios culturales.

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