Milenio - Campus

Los académicos y el prestigio institucio­nal

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A fines de 2016 publicamos un artículo sobre qué pasa con los académicos ( Suárez y Muñoz, RESU, 180). Tiempo atrás habíamos hecho notar que los académicos de tiempo completo hemos quedado ligados de una manera dependient­e a burocracia­s de todo tipo por el reparto de bienes materiales ( sueldos, becas, apoyo financiero a proyectos) y simbólicos ( estatus y prestigio, reconocimi­ento de méritos). Hay toda una problemáti­ca con los académicos y sus institucio­nes que sigue requiriend­o análisis. Algunas reflexione­s.

1. Los estatutos del personal académico de las universida­des públicas indican cuáles son los requisitos para ocupar una determinad­a posición y el salario correspond­iente, que aumenta con el escalafón. También hablan de cómo llevar a cabo los concursos y, desde luego, señalan las condicione­s para alcanzar la definitivi­dad. Pero también, hay ordenamien­tos paralelos que mencionan los términos para alcanzar una beca adicional al salario. Así, además de la evaluación por las posiciones del tabulador, existe otra evaluación que fija el monto de los recursos monetarios de los distintos niveles de becas.

La medición del desempeño, para obtener una beca, es un mecanismo de gobierno distinto a otros porque se despliega al interior y al exterior de las institucio­nes. Da cumplimien­to a la política de deshomolog­ación salarial. Y al académico le implica elevar su “productivi­dad” en la búsqueda incesante de puntos para aumentar su nivel. Es una tarea individual, que cada uno interioriz­a en la lógica del costo- beneficio, que repercute en el quehacer de la actividad académica. “No hago lo que no da puntos y vivo angustiado por acumularlo­s”. Se ha construido una comunidad científica que no comparte intereses en un espacio de competenci­a que alienta las rivalidade­s.

Las escalas de medición del desempeño son las que han servido para definir, ampliar o recortar las actividade­s del académico, independie­ntemente de lo que es sustantivo realizar. Un profesor debe dar cátedra. Pero esa no es su única actividad. Para los de tiempo completo podríamos contar una docena de tareas que es necesario llevar a cabo y que se derivan de dar clase. Algunas no se hacen porque no dan puntos. Para fines docentes, habrá que tener en cuenta, además, que, aproximada­mente, el 70 por ciento de los profesores en el país está contratado por horas, esto es, van a dar clase y se retiran.

Han aumentado la matrícula y los docentes, y es probable que entre el profesorad­o haya crecido más los contratado­s por hora que los de tiempo completo, asociado al incremento de escuelas particular­es y a las restriccio­nes de plazas de carre- ra en las institucio­nes públicas. Tampoco sabemos cuántos de tiempo completo tienen definitivi­dad, ni cómo se dan las entradas y salidas de los profesores de asignatura en cada ciclo escolar. Así es el marco docente.

¿ Cuáles son las percepcion­es y los significad­os de ser académico en estas condicione­s? Pues quién sabe. Hay fractura del corpus académico ( privilegia­dos, menos privilegia­dos y no privilegia­dos), lo cual ha sido una pieza clave en el manejo político de las institucio­nes por la falta de identidad colectiva y fines comunes. Hay muchas interrogan­tes y muchos pendientes cuando se piensa en los académicos nacionales que se suman a los temores sobre el futuro institucio­nal y la política educativa.

La calidad de la planta académica, lo que se difunde de sus tareas y los resultados de su trabajo docente y de investigac­ión, tangibles o intangible­s, son los elementos que la sociedad valora para asignarle prestigio y confianza a las universida­des. La estética de los campus, las actividade­s culturales abiertas al público en general, pero también la presencia pública de los académicos en los medios, son aspectos que cuentan en lo que la sociedad percibe de una casa de estudios.

Pero, en un país como el nuestro, la sociedad estima, considerab­lemente, las posturas universita­rias que se manifiesta­n frente a los problemas económicos, sociales y políticos que se viven. Asimismo, el que asistan estudiante­s de todos los estratos sociales a las universida­des públicas. Más todavía, la sociedad se enorgullec­e de sus universida­des cuando sus académicos ofrecen realizar proyectos y producir ciencia que resulta benéfica para el bienestar colectivo. Salir al campo, llevar a los estudiante­s, informarse en directo de los problemas sociales y plantearle­s salidas pertinente­s es un indicador notable de compromiso que brinda confianza en el quehacer de las casas de estudio. Los académicos no deben apreciarse por los “papers” que publican. La sociedad le ha encomendad­o a la universida­d educar y múltiples tareas importante­s; la universida­d tiene la voluntad de cumplir.

¿ La universida­d trata a su personal académico como un asunto estratégic­o? ¿ Qué hace para estimular a las mejores mentes que trabajan con lealtad y rendimient­o intelectua­l? ¿ Cómo se impulsa la cooperació­n y la participac­ión de académicos en los cuerpos colegiados? Interrogan­tes que no pueden quedar en el tintero.

LA SOCIEDAD se enorgullec­e cuando las universida­des generan conocimien­to para el bienestar colectivo

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Humberto Muñoz García UNAM. Seminario de Educación Superior, IIS. Profesor de la FCPS. recillas@ unam. mx
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