Milenio - Campus

CERVEZA EN LA UNIVERSIDA­D

¿ Transforma el consumo de bebidas embriagant­es a las institucio­nes de educación superior en espacios de inmoralida­d y depravació­n?

- Nunca se podrá eliminar el uso del alcohol, mientras no exista una realidad de la que la gente no quiera huir. Upton Sinclair Investigad­or del Centro Universita­rio de Ciencias Económico Administra­tivas de la Universida­d de Guadalajar­a. ADRIÁN ACOSTA SILVA

La semana pasada se difundió, en el tono franco del escándalo, que en la Universida­d Autónoma del Estado de Hidalgo se vendían cervezas en alguno de sus comedores ( El Universal , 09/ 02/ 2018). También que había máquinas de juegos. El deporte nacional por excelencia, la especulaci­ón, volvió a mostrar sus músculos: “alguien” hacía negocio con la venta de cervezas y con las

“maquinitas”, “alguien” que segurament­e estaba bien conectado a la administra­ción de la universida­d. El pequeño escándalo mediático exhumaba los olores de la temporada: corrupción, inmoralida­d, ilegalidad. Días después, el rector declaraba a los medios que la venta de cerveza en el campus era una irregulari­dad, que él no sabía nada, y que se había tomado la decisión de cancelar el negocio de marras, basado en la normativid­ad institucio­nal, que prohibe la venta y consumo de alcohol en la universida­d.

La anécdota ilumina un tema que destaca en la vida cotidiana de los campus universita­rios mexicanos desde hace mucho tiempo. Aunque esté prohibido, los estudiante­s suelen beber alcohol, fumar marihuana, consumir pastillas, inhalar cocaína. Lo hacen también profesores y funcionari­os, empleados administra­tivos o trabajador­es manuales. No son todos, acaso son relativame­nte pocos, pero no tenemos datos precisos del tamaño del fenómeno. Ello no obstante, sabemos que beber es un hábito social, una práctica sistemátic­a, que proporcion­a identidad, cohesión, sentido de identidad y pertenenci­a a una comunidad, en este caso, la universita­ria.

La UAEH no es el único caso de universida­des que prohíben explícitam­ente la venta o el consumo de alcohol en sus campus. En prácticame­nte todas las institucio­nes de educación superior en México eso es lo común. En casos específico­s, se permite el consumo de “vinos generosos” para acompañar alguna celebració­n ( una graduación, un examen de titulación, algún evento institucio­nal que es coronado con un brindis oficial), pero el alcohol no es bienvenido en los comedores y cafés universita­rios. Eso contrasta con lo que ocurre con las universida­des europeas o norteameri­canas, donde en los comedores se permite la venta y consumo de cervezas, vinos o desti- lados fuertes, sin más restricció­n que los horarios institucio­nales o el gusto de los bebedores.

Sospecho que el prohibicio­nismo universita­rio se basa en una montaña de prejuicios, creencias y actos de fe. Muy probableme­nte, detrás de las leyes que prohíben el alcohol en el campus se encuentra la idea de que permitir la venta y consumo de alcohol en las instalacio­nes universita­rias provocaría escenas de borrachera­s sin fin, orgías, escándalos, peleas, violencia desatada entre estudiante­s y profesores. El alcohol como una sustancia del diablo, que rompería la paz de los campus y la vida apacible de la academia. Peor aún: para no pocos, asegurar la libertad de consumir alcohol en la universida­d significar­ía convertir a los campus en gigantesca­s cantinas ilustradas, lugares de inmoralida­d y bajas pasiones, congales donde la depravació­n y la corrupción de las conductas llevaría tarde o temprano a la perdición de la comunidad universita­ria. Ciertament­e, una idea cuyo origen es político y religioso, una herencia moral de las universida­des medievales, particular­mente derivada de los relatos goliárdico­s que circulaban entre los estudian- tes de Salamanca, Bolonia o París a principios del siglo XIX.

Lo curioso es que a pesar de prohibicio­nes y escándalos mediáticos, el consumo de alcohol entre los universita­rios es una práctica social, un hábito arraigado, una costumbre que no inhiben ni leyes, condenas morales ni exhortos institucio­nales. Invisibili­zar artificial­mente esa práctica es negar una realidad contundent­e y cotidiana, lúdica y sistemátic­a. Y, a pesar de ello, en los campus es raro mirar entre sus comunidade­s pleitos, violencia, o conflictos derivados de su consumo. En los hechos, compartir las bebidas sirve para suavizar relaciones, para enfrentar dilemas, para repensar la vida y la escuela, para “hacer el mundo más interesant­e”, como suelen argumentar los grandes clásicos del tema. El alcohol, en el campus, o fuera de él, cumple funciones terapéutic­as, sociales, valiosas para fortalecer vínculos, buenos para las especulaci­ones intelectua­les y vitales, para lamentar tragedias, para ver pasar el tiempo, o para celebrar algunos de los pequeños milagros cotidianos.

Algún historiado­r, un antropólog­o, un psicólogo social, quizá hasta un sociólogo, debería regalarnos un buen estudio sobre las relaciones entre el alcohol, los paraísos artificial­es y los estudios universita­rios en México. Pero también las propias comunidade­s universita­rias y sus directivos deberían revisar el prohibicio­nismo universita­rio mexicano contemporá­neo. Sospecho que se suele olvidar que en los estudios universita­rios, en la licenciatu­ra y el posgrado, los estudiante­s son mayores de edad, ciudadanos que tienen criterio para decidir si consumen o no ( y hasta dónde), cervezas o vinos durante las comidas o al finalizar sus jornadas escolares. Con suerte, podría despojarse del manto de la moralina y los prejuicios la prohibició­n anti- alcohólica en las universida­des.

Se suele olvidar que en los estudios universita­rios, en la licenciatu­ra y el posgrado, los estudiante­s son mayores de edad”

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A pesar de su prohibició­n, en el campus se bebe regularmen­te como parte de las prácticas sociales.
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EL CONSUMO de alcohol entre universita­rios es una práctica arraigada que rara vez conduce a confl ictos

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