Hable, señor rector Graue
Sin desconocer que son lugar idóneo para el desarrollo de las ciencias y los valores, las universidades han sido espacio ocasional para dogmáticos y para profetas del cambio, para desmesurados de todo tipo.
La UNAM, como ninguna otra, ha sufrido las vicisitudes de los que han querido destemplarla y llevarla de la gloria a las orillas del infierno. Por causa de seres delirantes, grupúsculos dementes, ha enfrentado momentos terribles. Su naturaleza, su poder académico, su historia, la vuelven vigorosa para constituir socialmente toda una experiencia que le da capacidad de resistir, de frenar a enemigos. En los años setenta y ochenta, se hablaba de ellos, “los enemigos”. Los había en el gobierno y en el púlpito.
Pero cuando las armas salen a relucir en el campus, nos asomamos a otra dimensión. Fragilidad maldita. En 1972, el izquierdismo asesinó en el auditorio de Filosofía y Letras a dos estudiantes de ingeniería, enemigos del movimiento; un asamblea que fue un pandemónium, era la universidad en plena revuelta, la frustración estudiantil que expulsaba rabia después de 1968 y 1971 .
En los setentas del siglo pasado era otro el ambiente. Era el despertar de la izquierda y una ola de protestas sacudía a México.
La autonomía apenas era una excusa. Nadie renegaba de ella, pero las comunidades la reclamaban para sus fi nes políticamente inmediatistas; la verdad. No con otros propósitos. Lo cierto es que la permisividad y la omisión tanto tiempo abrieron las puertas para que muchos espacios de CU, sirvieran de refugio para otros fi nes.
Pero ahora todo es distinto. Ni CU es la misma. Los caminos de Copilco y la zona del Pedregal, más parecen vías de un centro comercial, ajenas a la vida cultural íntima, al entendimiento, al diálogo.
Los narcomenudistas se distinguen en sus madrigueras. Los ve uno sin problema, sus movimientos son descarados, como muñecos de guiñol, ojos vidriosos, perdidos. Sus capos son los que le quieren imponer a la vida universitaria, a los estudiantes, prácticas, refl ejos, reacciones de seres perseguidos, desconfi ados. Quieren temor en ellos.
El momento es sumamente complejo y es poco lo que puede hacer el rector. Hablar como él lo sabe hacer. Con la verdad como se es usual en todos los espacios de diálogo de la universidad, que para eso son, fi eles a sí mismas.
Nada de lo que ha hecho relucir las armas tiene que ver con alguna disputa política ni nada que ver con la vida de un estudiante común y corriente.
Nada de lo que sigan haciendo los delincuentes, tiene alguna conexión con la vida ni con ninguna universidad.
Ellos están ahí por una disputa por armas, drogas y territorios; es como hablar de otros mundos: Tlahuac, Tepito, CU. De no creerse, como algo irreal.
Hable, señor rector. Le escuchamos. Recuerde que la UNAM no es la única universidad en sufrir esta ofensiva. Muchas de nuestras casas de estudio están peor en violencia y drogadicción. Se entiende lo de la UNAM, por lo que representa. Duele verla casi impotente. De nada sirve decir “Fuera narcos de la UNAM”, así nada más. Hay que explicar, explicar, explicar.
Hable, señor rector. La comunidad está con usted.
“Nada de lo que sigan haciendo los delincuentes, tiene alguna conexión con la vida ni con ninguna universidad”