Sobre el Justo Sierra
Hay miriadas de momentos que recordar del auditorio Justo Sierra. Momentos memorables, seguro. El breve pero acuciante reportaje de Blanca Valadez en MILENIO Diario la semana pasada, me hizo recordar de nuevo la fatídica tarde del 10 de junio de 1971.
A esas horas calurosas del Distrito Federal, en el Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras no había un asiento vacío. Muchos jóvenes se acomodaron como pudieron en los pasillos. En medio del proscenio: una mesa sencilla, amplia, cubierta con el manto azul y oro de la UNAM, la que flanqueaban Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Alvarado, Marco Antonio Montes de Oca, Víctor Flores Olea, y un estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Políticas, la Facultad, era la convocante a un recital de Octavio Paz, justo el día y la hora en que una marcha estudiantil se desarrollaba en Santo Tomas. Uno podía imaginarse todo, pero nada podía evitarse. El clima del país era idóneo para revueltas y desafíos juveniles. Había rabia. Rencores del 68. Se vivían con rispidez y contradicciones la “apertura democrática” de Luis Echeverría que todo lo enredaba a su gusto y lo hacía con doble cara. Muchas universidades del país eran focos de agitación y sobre ellas caía la mano fuerte del estado. La realidad es que el movimiento estudiantil y social del país vivía sometido al lenguaje doble del gobierno, al engaño y a la simulación del un presidente que todo lo resolvía en su estilo maquiavélico. Nos daba frecuentes lecciones de hipocresía política, particularmente al dirimir las diferencias de sus propias élites. Utilizaba por igual a opositores que a militantes de su partido.
Pero con los estudiantes tenía otro tipo de cuentas pendientes desde años atrás. Formó grupos paramilitares para contener el movimiento y con ellos libró la famosa “guerra sucia”.
En el ambiente del Justo Sierra, sin embargo, la emoción de oír a Paz y a sus acompañantes era parte de la búsqueda de respuestas de los universitarios. Había entusiasmo pero también una tensión sorda en el magno auditorio. El acto empezó y antes de que Paz leyera sus poemas, Fuentes leyó un texto del afónico José Alvarado, si mal no recuerdo era una crónica sobre Mixcoac y sobre el poema Vuelta de Paz. Fuentes presentó a Don Pepe como “El Pancho Villa civil”. Pero esa tarde en el auditorio Justo Sierra habría de ser de poesía y mensajes de sangre.
Se deseaba oír la pasión estética de Paz, pero se pensaba en cuál sería el destino de la marcha estudiantil del Casco de Santo Tomás, ya que desde días antes el gobierno había hecho circular la existencia de Los Halcones, el grupo paramilitar que respondería con fiereza a la marcha.
Después de un largo y difícil conflicto, la UANL, era la convocante a esta manifestación que iba a marcar el sexenio. Las distintas facciones del movimiento de 1968 concentraron coincidencias y diferencias los días previos y esa tarde.
Paz apenas empezaba a leer sus poemas, cuando el portazo de un grupo de estudiantes provenientes de Santo Tomas, víctimas de la represión, anunció la tragedia y la represión que ocurría en las calles de San Cosme.
Paz y Fuentes, tranquilos, serenos, con mesura y sabiduría manifestaron su inconformidad con los hechos de la represión. Reivindicaron libertad y democracia.
Los manifestantes, por supuesto, tenían en mente la audaz respuesta de Marcelino Perelló a los periodistas cuando la prensa le exigió en 1968 pruebas de que había muertos. Marcelino exhibió como respuesta una camisa con manchas de sangre. Los muchachos, esa tarde, casi al empezar su conmovedora denuncia, tiraron al piso ropa ensangrentada.
“Muchas universidades del país eran focos de agitación y sobre ellas caía la mano fuerte del Estado”