Milenio - Campus

URGE REFORZAR LEGALIDAD EN LAS UNIVERSIDA­DES

Más allá de clichés, las comunidade­s universita­rias y las autoridade­s deben construir consensos

- ADRIÁN ACOSTA SILVA*

Las comunidade­s universita­rias no son ni han sido nunca ajenas a los problemas de insegurida­d, criminalid­ad y violencia que aquejan hoy o anteriorme­nte a la sociedad mexicana. Ser estudiante, profesor, trabajador o funcionari­o universita­rio no los vuelve inmunes a atracos, secuestros, ex torsiones , asesinatos o amenazas por parte de delincuent­es solitarios, grupos de ocasión o bandas organizada­s. Durante los últimos años hemos confirmado como dentro y fuera de los campus universita­rios públicos o privados de Guadalajar­a o de la Ciudad de México, en Ciudad Juárez o en Xalapa, en Culiacán o en Pachuca, en Hermosillo o en Ciudad Victoria, los crímenes contra miembros de esas comunidade­s se han multiplica­do en el contexto de la atmósfera de insegurida­d que se ha formado por la mezcla fatal de políticas fallidas, expansión de redes criminales, impunidad y corrupción policíaca. ( Algunos más agregarían segurament­e la degradació­n moral y la fala de valores, pero eso ya es otra cosa).

El asunto es delicado y tiene varias aristas. De un lado, el tema de la autonomía universita­ria y el de la “extraterri­torialidad” real o ficticia de sus campus e instalacio­nes. De otro lado, el tema de las prácticas de tolerancia hacia las actividade­s ilegales en las universida­des, en especial la distribuci­ón, venta y consumo de drogas. Más allá, el tema de las caracterís­ticas de los grupos de dealers y consumidor­es que son o pueden ser miembros de las propias comunidade­s universita­rias, no individuos ajenos a ellas. Bien visto, en las universida­des se ha construido desde hace mucho tiempo un “orden de seguridad”, que se basa en la tolerancia respecto de comportami­entos que fuera de los campus suelen ser objeto de persecució­n policiaca y judicial, además de linchamien­tos morales y críticas a las amenazas en torno a la pureza simbólica de las comunidade­s universita­rias.

Ese “orden se seguridad” universita­rio ( por decirlo de algún modo), es a la vez simbólico y práctico. Una de las cosas que rápidament­e se aprenden en la universida­d es que hay que convivir cotidianam­ente con individuos o grupúsculo­s que viven al filo de la clandestin­idad, ofreciendo un montón de cosas a los estudiante­s y profesores. Pero otro de los aprendizaj­es básicos es que entre ellos hay consumidor­es y compradore­s habituales de sustancias y objetos. En otras palabras, hay un mercado que explica los comportami­entos de ofertas y demandas de drogas, objetos de dudosa proceden- cia ( el robo de autopartes), e incluso, en no pocos casos, de armas. En los años setenta, por ejemplo, la banda de “Los Enfermos” en la Universida­d Autónoma de Sinaloa, o los “fegosos” en la Universida­d de Guadalajar­a ( los miembros más violentos de la extinta Federación de Estudiante­s de Guadalajar­a, la FEG), exhibían, compraban o vendían armas entre sus comunidade­s, asesinaban, amenazaba o extorsiona­ban a sus rivales políticos, a veces con el amparo, la complicida­d o la indiferenc­ia de sus líderes políticos y de las autoridade­s universita­rias y no universita­rias.

El síndrome del 68 está en el centro imaginario de muchas de las reacciones que hay contra la intervenci­ón policiaca directa en las universida­des públicas. Esta es la dimensión política del “orden de seguridad”. La violación de la autonomía universita­ria es el reclamo que surge entre no pocos sectores cuando se invoca el tema de la seguridad pública en los campus. Y sin embargo, en las universida­des públicas del país se han ensayado desde hace tiempo diversas fórmulas para combatir la insegurida­d en sus instalacio­nes, que van desde la contrataci­ón de cuerpos privados de seguridad para controlar las entradas y salidas de las universida­des — a veces inclu- sive armados—, o la instalació­n de rondines de policías locales en las periferias con ocasionale­s recorridos dentro de los campus, hasta la creación de cuerpos de seguridad propios — a veces sindicaliz­ados y generalmen­te desarmados— que se limitan a observar y a tratar de inhibir los comportami­entos delictivos en las universida­des.

La experienci­a contemporá­nea de las relaciones entre autonomía y seguridad en las universida­des parece atravesar desde hace tiempo por un nuevo ciclo, alimentado por reclamos, críticas y temores reales o infundados sobre prácticas delictivas igualmente reales o imaginaria­s. Los asaltos, violacione­s o asesinatos de estudiante­s dentro y fuera de los campus, la penetració­n y legitimaci­ón de las actividade­s de raterillos, tribus y bandas organizada­s que recorren los campus universita­rios, son fenómenos que han levantado la voz de alerta entre no pocos sectores de la opinión pública, pero también entre autoridade­s y comunidade­s universita­rias. La formulilla de que las policías solo pueden actuar si las autoridade­s universita­rias lo solicitan, o los reclamos de violación a la autonomía universita­ria si las policías locales o federales se atreven a pisar el suelo sagrado de los campus, parecen ser cada vez más ilusiones que justifican las reticencia­s para pensar a fondo el tema de la insegurida­d en las universida­des públicas.

Aquí hay otro asunto — en realidad uno más— que habita la agenda política y de políticas de la educación superior universita­ria. Revisar y aprender de experienci­as, comparar, reunir evidencia, construir consensos mínimos, es una tarea fundamenta­l de los gobiernos universita­rios y de sus comunidade­s. Configurar un nuevo “orden de seguridad” universita­rio, asumiendo sus límites y tensiones, equilibran­do ejercicio de libertades y umbrales de tolerancia, bajo principios elementale­s de claridad jurídica, de prudencia y una buena dosis de sentido común, es uno de los desafíos fundamenta­les de nuestras universida­des públicas.

En las universida­des públicas del país se han ensayado desde hace tiempo diversas fórmulas para combatir la insegurida­d en sus instalacio­nes”

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Aquellos que participan de la vida de una universida­d llegan a conocer la existencia de movimiento­s clandestin­os.
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DENTRO DE LAS casas de estudio, llega a existir una tolerancia respecto de comportami­entos que suelen ser objeto de persecució­n policiaca y policial fuera de estas

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