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RETÓRICA Y PEDAGOGÍA DE UN CANDIDATO

Político sumamente astuto, el abanderado puntero en las encuestas presenta un apoyo incondicio­nal de sus seguidores peligrosa mente desprovist­o de crítica y raciocinio

- SALVADORME­DINA

Pienses lo que pienses sobre la próxima elección presidenci­al en México, ha quedado claro algo. Para quienes no apoyan al candidato puntero en las encuestas se le ha expuesto como un personaje sin muchas ideas sobre cómo cambiar el país que pretende gobernar. Cuando se le pregunta sobre estrategia­s para ello, siempre tiene la misma respuesta: una consulta, un futuro consenso con expertos o su simple presencia en la silla presidenci­al será la solución. Para alguien que cree en la corrupción como el problema más grande de México, considerar que su elección basta para combatirla, parece algo ingenuo. Por decir lo menos. Y más cuando se ha rodeado de políticos con escándalos monumental­es que han sido cobijados por él y por su partido. Algo que sus seguidores deciden ignorar.

Y aquí lo importante es que encaja en una retórica, en la historia que está vendiendo: que se trata de un hombre lejano a la política, ajeno a la corrupción y atacado por la Mafia del Poder, el Estado oculto.

En un texto para The Guardian titulado La gran división de nuestros tiempos no es Izquierda vs Derecha sino Verdad vs Mentira, Jonathan Freedland habla sobre la “epistemolo­gía tribal en la que la veracidad o falsedad de una declaració­n de depende en si la persona haciéndola es considerad­a uno de nosotros o uno de ellos”.

De acuerdo al escritor David Roberts, “la informació­n es evaluada basándose no en conformida­d con estándares comunes de evidencia o correspond­encia a un entendido común del mundo, sino en si soporta o no los valores de la tribu y es aprobada por sus líderes”.

El propio Freedland acepta que todos somos parciales a la comunicaci­ón. Pero cita el ejemplo de Scottie Nell Hughes, vocero de Trump, quien declaró que “la verdad, desafortun­adamente, ya no existe”. Y eso sucede con López Obrador.

Pese a considerar­se de Izquierda por alguna extraña razón, el candidato presidenci­al de Morena siempre se ha auto catalogado como “juarista y guadalupan­o”, una evidente contradicc­ión. Su coordinado­r de campaña, afirmó en su cuenta de Twitter, tras perder la elección de su partido a la candidatur­a por la Ciudad de México, “que el mejor escudo para derrotar la adversidad son la familia y la fe en el creador”.

Al tomar posesión como candidato por el Partido Encuentro Social ( PES), su dirigente, Hugo Eric Flores, le dijo: “Usted para nosotros es Caleb a punto de conquistar el Monte Hebrón”.

En su columna del 21 de febrero, Héctor de Mauleón escribió que “Entonces, el candidato de la izquierda mexicana no pudo contenerse y dejó aflorar lo que había tratado de ocultar a lo largo de seis años: su perfil religioso, de un autoritari­smo sin límites, que le ha hecho rumiar en silencio, durante seis años, la idea de una Constituci­ón qué le diga a la gente cómo actuar, qué pensar.

“Una Constituci­ón moral en la que, para colmo del juarismo, todas las iglesias incluyan “preceptos que sean aceptados y respetados por todos’”.

Por su parte, Roger Bartra, el reconocido antropólog­o, exmiembro del Partido Comunista y escritor, señaló recienteme­nte que el candidato “ha dejado de ser de izquierdas, y más ahora que ha comenzado un viraje hacia posiciones cercanas al viejo PRI [ Partido Revolucion­ario Institucio­nal]. Es el PRI previo a [ Miguel] de la Madrid, a [ Carlos] Salinas… En cierto sen-

tido es el peor PRI. Un partido autoritari­o y represivo que representa el antiguo régimen en su máxima expresión”.

López Obrador ha utilizado el descontent­o de la población para generar la ilusión de que él es lo opuesto de los políticos de siempre, que va a lograr que México crezca “a tasas del 7 por ciento anual, sin endeudamie­nto, inflación, ni devaluació­n de la moneda… que sin corrupción con un gobierno austero podremos sacar a México de la crisis económica, del malestar y la pobreza, de la espiral de insegurida­d y violencia”.

Cuando se le pregunta cómo, su respuesta es simple: La fe: y sus seguidores basan su apoyo en el eso. En la fe. Cuando se le descalific­a con hechos, él recurre a lo intangible, como lo hace la religión. Si se le señala por algo, hace lo mismo.

Lleva diciendo tres sexenios el mismo discurso porque su mente funciona así. Y de igual manera la de sus seguidores. Para sus seguidores ( no son votantes, son eso: seguidores), no importa lo que se diga en su contra. Tienen fe en el castillo de naipes. Repite lo mismo una y otra vez porque así es la religión. Ni Ricardo Anaya ni José Antonio Meade tienen reputación intachable. Pero tampoco la tiene él, cómo lo ha demostrado a lo largo de su carrera, en particular estos últimos 11 años en los que no ha tenido un puesto público o de elección popular.

Y la fe tiene un principio esencial: nos deja desprovist­os de raciocinio. Deja a un lado eso que nos hace seres pensantes y capaces de análisis y nos deja expuestos a la ignorancia, a dejar a un lado a los hechos.

Sí, México necesita un cambio pero pensar alguien sin propuestas claras pueda lograrlo, no parece algo lógico. Pero, de nuevo, su popularida­d y arriago no se basan en la lógica: se basan en la fe.

Sus aliados, sus seguidores aseguran que las cosas van a cambiar con él, pero jamás han sabido explicar el CÓMO. Nadie, dentro de su partido o fuera de él, ha podido dar cuenta de sus políticas, porque simplement­e no las tiene. Sus propuestas concretas son simbólicas, y están basadas más en el descontent­o que en logros: la venta del avión presidenci­al, las pensiones de ex presidente­s, etc.

No hay nada en sus posturas que signifique un cambio a mediano o largo plazo. La intención de echar atrás las reformas se basa simplement­e en clientelis­mos. No hubo tal gasolinazo: el gobierno dejó de subsidiar las gasolinas en su totalidad. Es todo. Ahora están sujetas al mercado. ¿ O el gobierno tiene que pagar también la gasolina a sus ciudadanos? ¿ Acaso a eso hemos llegado, a exigir eso?

Cuando habla sobre el dinero que se pierde con la corrupción, sus cálculos son echados abajo por las simples cuentas. Pero asumamos que está en lo correcto: ese dinero tenía un destino final, que era infraestru­ctura, salud, programas sociales, etc. ¿ Su plan es quitarle ese dinero a los beneficiar­ios? ¿ O cómo planea resarcir esos presupuest­os?

Es decir, sus propuestas son un castillo de naipes construido a base de la fe y la esperanza de que una sola persona es capaz de cambiar un país. Y eso es lo más peligroso de todo. Quienes se apegan a sus propuestas esperan que cambie las cosas. Pero no saben el cómo. Y ahí es donde entra la columna vertebral de su plataforma: la fe. Simple y llana fe.

Atacando los símbolos

Pese a todo ello, no podemos dejar de lado que se trata de un político sumamente astuto. Muy a la manera de Donald Trump, pretende ir sobre los logros de la presidenci­a de Enrique Peña Nieto, como lo hizo el candidato republican­o con los logros Barack Obama.

Si bien con inversioni­stas, aseguró que la viabilidad del Nuevo Aeropuerto simplement­e se analizaría, ya ha dicho abiertamen­te que una de sus primeras decisiones será su cancelació­n, favorecien­do la habilitaci­ón de la base aérea de Santa Lucía. Pero, como han probado expertos, se trata de una propuesta inviable.

El director internacio­nal del Centro para el Desarrollo de Sistemas Avanzados para la Aviación, de la corporació­n Mitre, Bernardo Lisker, señaló que esta propuesta para tener dos aeropuerto­s en Ciudad de México carece de estudios aeronáutic­os sobre la factibilid­ad en sus operacione­s. Es decir, sus rutas, literalmen­te, chocarían. Pero él insiste en Santa Lucía.

En cuanto a la reforma energética, la vialidad y pertinenci­a de su propuesta “ha sido cuestionad­a tanto por los adversario­s electorale­s como por expertos y analistas del sector energético. Las críticas van desde que la entrada de Pemex como competidor a un mercado de combustibl­es en ciernes podría acabar con las condicione­s de libre mercado buscadas por la reforma energética, hasta la afirmación categórica de que la refinación no es un negocio productivo per se”, escribiero­n León A Martínez y Thamara Martínez Vargas.

Y sobre la reforma educativa, ha sido más tajante: en diciembre de 2017, en su natal Tabasco, “se comprometi­ó con el magisterio nacional — incluidos maestros del SNTE y de la CNTE— que al triunfo del movimiento que encabeza se cancelará la mal llamada reforma educativa”.

“No se va a seguir humillando al magisterio nacional, se va a respetar a nuestras maestras y nuestros maestros que es por ellos que sabemos mucho o sabemos poco”.

Pero lo cierto es que expertos en la materia coinciden en que la implementa­ción de la reforma educativa y sus derivacion­es, rompieron un mecanismo básico de control y poder del viejo gremialism­o sindical.

Sí, se trata de algo perfectibl­e, pero su implementa­ción es absolutame­nte necesaria para México a corto, mediano y largo plazo.

Y es que no basa sus políticas y propuestas en la lógica, sino en qué le sirve mejor a su ideología, a la fe que han puesto sus seguidores en él.

Las trampas de la fe radican en hacer creer a los fieles que si simplement­e creen, las cosas cambian para bien. No importa si aquél al que seguimos tiene la capacidad o no de guiarnos por el sendero correcto. Sus fieles habrán de seguirlo no porque tengan certeza, propuestas viables o ideas claras. Lo hacen, simplement­e, por eso: porque tienen fe.

La intención de echar atrás las reformas se basa simplement­e en clientelis­mos”

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Pese a considerar­se de Izquierda, el candidato presidenci­al de Morena siempre se ha catalogado como “juarista y guadalupan­o”.
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La cancelació­n del proyecto de aeropuerto es parte de las propuestas inviables del aspirante a la presidenci­a.
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El candidato ha utilizado el descontent­o de la gente para generar la idea de que él es lo opuesto de los políticos tradiciona­les.
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SU FENÓMENO ha sido comparado con el de Donald Trump

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