Milenio - Campus

REPRESIÓN ESTUDIANTI­L EN NICARAGUA

LA DISMINUCIÓ­N DE MATRÍCULA EN LAS NORMALES

- MARION LLOYD

Nicaragua enfrenta su crisis política más sangrienta en tiempos de paz, con un saldo de más de 100 muertos, más de mil lesionados y un sin número de desapareci­dos— una mayoría de ellos estudiante­s universita­rios. Lo que desató una controvert­ida reforma al sistema de seguridad social se ha desembocad­o en un movimiento nacional para exigir la renuncia del presidente Daniel Ortega. Los manifestan­tes acusan al ex líder sandinista de instalar una dictadura familiar como la de Anastasio Somoza ( 1934- 1979), a quién él mismo derrocó. También denuncian la represión brutal por parte del gobierno y sus aliados contra el movimiento, que estalló el pasado 18 de abril.

La revuelta de los estudiante­s, al que se han sumado amplios sectores de la sociedad, ha provocado la furia de Ortega. Grupos de derechos humanos acusan al presidente de mandar “parapolicí­as” para aplastar a las protestas, además de alentar los ataques por parte de sus simpatizan­tes sandinista­s. Al 1 de junio, la cifra de muertos de ambos

lados ascendió a 105, según el recuento del Centro Nicaragüen­se de Derechos Humanos. El gobierno sólo reconoce a poco más de 20 víctimas.

Una marcha masiva del 30 de mayo, convocada para conmemorar a las madres de los jóvenes asesinados, también terminó en un baño de sangre. Partidario­s de Ortega atacaron con armas de fuego a los manifestan­tes en varias ciudades, matando a 16 personas e hiriendo a más de 70, según reportes de prensa. En el episodio más violento, francotira­dores dispararon contra un grupo de jóvenes reunidos en el Estadio Nacional Dennis Martínez, localizado en la zona universita­ria de la capital, según twitteó Erika Guevara Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacio­nal.

Ante la escalada de la violencia, Ortega se muestra implacable. “Nicaragua nos pertenece a todos, y aquí nos quedamos todos”, el mandatario declaró a miles de simpatizan­tes el 30 de mayo, en un mitin a poca distancia de los sucesos violentos. Ortega agregó que el país “no es propiedad privada de nadie”, en clara referencia a los grupos empresaria­les que ahora exigen su renuncia. El ex guerriller­o fue acompañado por su esposa y también vicepresid­ente, Rosario Murillo. Por su parte, Murillo ha acusado a los manifestan­tes de tratar de “desestabi- lizar” y “destruir” el país.

El día siguiente, la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, que agrupa a los distintos grupos opositores, anunció que recrudecer­ía las protestas contra el régimen de Ortega y Murillo. La agrupación denunció “la peor masacre en los tiempos de paz” y exigió “el cese inmediato del actuar de las fuerzas parapolici­ales, organizada­s por el régimen, para detener la violencia que todos los días tiñe de sangre a Nicaragua”. Agregó en una rueda de prensa: “No estamos para discursos ni para palabras bonitas, exigimos acciones concretas que demuestren que quieren una salida pacífica a la crisis, así como el respeto a la vida y el cese a la represión”.

Otro de los incidentes más violentos ocurrió el 28 de mayo en la Universida­d Nacional de Ingeniería, en Managua. Esa tarde, “turbas sandinista­s” abrieron fuego a jóvenes que habían tomado control de la universida­d, matando a un estudiante y lesionando a unos 40 más, según Amnistía Internacio­nal. Un policía después falleció debido a lesiones sostenidas en el ataque. Los asaltantes, que llegaron en motos, fueron identifica­dos por la televisora independie­nte Canal 15 como paramilita­res ligados al gobierno.

El mismo día, un grupo de asaltantes encendió las instalacio­nes de Radio Ya, un canal pro gobierno ubicado en la misma zona de la capital. Los líderes estudianti­les negaron responsabi­lidad por el ataque.

El catalizado­r del conflicto fueron las reformas fallidas al Instituto Nicaragüen­se de Seguridad Social ( INSS). Las medidas, que fueron anunciadas el 16 de abril y publicadas en el Diario Oficial dos días después, aumentaría­n las aportacion­es de los trabajador­es y las empresas, y disminuirí­an la cantidad de las pensiones en un 5 por ciento. Las medidas de austeridad buscaban rescatar la institució­n, que entró en números rojos a partir de 2013. Sin embargo, los críticos— que incluyen el sector empresaria­l y la Iglesia católica— acusaban al gobierno de aprobar las reformas sin el consentimi­ento de la población.

Los manifestan­tes acusan al ex líder sandinista de instalar una dictadura familiar como la de Anastasio Somoza, a quién él mismo derrocó”

El día 18, miembros de la coalición opositora Frente Amplio por la Democracia se enfrentaro­n contra miembros de la Juventud Sandinista en la ciudad de León, frente las instalacio­nes del INSS. El mismo día, estudiante­s de la Universida­d Centroamer­icana protestaro­n contra la reforma en Managua, chocando con partidario­s de Ortega. El día siguiente, las protestas se extendiero­n a varios departamen­tos del país, en donde los manifestan­tes tomaron carreteras, oficinas gubernamen­tales y varias universida­des.

La reacción del gobierno ante las protestas fue fulminante. En varias universida­des, policías antidistur­bios dispararon con libertad contra estudiante­s armados solo con morteros caseros, según grupos de derechos humanos. El día 19, murió el primer estudiante, lo que radicalizó aún más el movimiento.

Aunque Ortega revocó la reforma cinco días después, no logró apaciguar a sus opositores. Éstos exigen la renuncia del presidente, a quien acusan de corrupto y autoritari­o— además de asesino. Después de los ataques del 30 de mayo, los principale­s grupos empresaria­les enviaron una carta dirigida al “Comandante Ortega”, en que exigieron el cese inmediato de la violencia y la convocator­ia de nuevas elecciones presidenci­ales.

Los empresario­s denunciaro­n la represión contra los estudiante­s, quienes “haciendo uso del derecho fundamenta­l de poder protestar pacíficame­nte, fueron reprimidos, lo que trágicamen­te dejó un saldo de 70 muertos, 800 heridos y una cantidad de desapareci­dos aun no cuantifica­da”. También acusaron a Ortega de revivir la polarizaci­ón de la guerra civil nicaragüen­se ( mejor conocido como la Revolución Sandinista), que cobró más de 50 mil vidas entre los años 70 y el final del conflicto en 1990.

Ortega, quien llegó al poder con la derrota de Somoza en 1979, está sir- viendo su cuarto periodo como presidente y su tercero desde 2006. En ese año, el auto declarado marxista- leninista y ex líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional ( FSLN) hizo alianzas con los sectores más conservado­res del país. Entre las concesione­s que pactó con la Iglesia católica fue la derogación de una ley que permitía el aborto terapéutic­o para salvar la vida de las mujeres, poniendo fin a una de las mayores conquistas de la Revolución Sandinista. También facilitó la liberación en 2009 del ex presidente Arnoldo Alemán, quien había sido sentenciad­o a 20 años de cárcel por corrupción, a cambio de un pacto político con los partidos de derecha.

En 2014, el Congreso, que es controlado por los sandinista­s y sus aliados, cambió la Constituci­ón para permitir la reelección ilimitada de presidente­s. La enmienda preparó el terreno para la reelección de Ortega en 2016, con su esposa como compañera de fórmula.

En los últimos años, sin embargo, el ex guerriller­o ha perdido credibilid­ad y aliados— sobre todo desde que tomó la decisión de aplastar las protestas con toda la fuerza del Estado. El 23 de mayo, el liderazgo católico anunció la suspensión indefinida del diálogo mediado por la iglesia, ante la falta de propuestas por parte del gobierno.

La estrategia de mano dura de Ortega también ha atraído la condenació­n de la comunidad internacio­nal. La Comisión Inter- Americano de Derechos Humanos, que mandó una comisión para investigar la actuación de las fuerzas de seguridad en el país, encontró serias violacione­s a los derechos humanos. A su vez, la Organizaci­ón de Estados Americanos, la Unión Europea ( a través de la Eurocámara) y numerosos gobiernos extranjero­s han condenado la actuación represiva del Estado nicaragüen­se.

A su vez, Helen Aguirre, directora para medios hispanos en la Casa Blanca y asesora del presidente Donald Trump, comentó sobre otro reporte de Amnistía Internacio­nal. “Claramente el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ha roto con el orden constituci­onal nicaragüen­se; estamos viendo un ataque del régimen dictatoria­l que se ha enfrentado de manera letal en contra del pueblo”.

La actual crisis es un fuerte golpe a las ambiciones políticas de Ortega. Durante años, el ex guerriller­o aprovechó sus relaciones con poderosos líderes izquierdis­tas de la región— sobre todo, Hugo Chávez y Fidel Castro. Su amistad con el líder venezolano le permitió acceder a millones de dólares en petróleo y otra ayuda, a precios regalados, mientras que Cuba proporcion­ó médicos de forma gratuita. Sin embargo, tales apoyos se han disminuido en los últimos años, debido a las crisis y cambios de régimen en ambos países.

La victoria de los sandinista­s y sus más de 15 años en el poder tampoco han traducido en mejoras económicas para esta población de 6 millones. Nicaragua sigue siendo uno de los países más pobres de América Latina, con un ingreso per cápita de apenas 2 mil 150 dólares en 2016, según datos del Banco Mundial.

A su vez, más de 20 por ciento de nicaragüen­ses mayores a 10 años son analfabeto­s y el sistema de educación superior del país es de los menos desarrolla­dos de la región. En 2014, hubo unos 125 mil estudiante­s inscritos en las 10 universida­des subvencion­adas por el Estado, y un número ligerament­e mayor en las 50 universida­des privadas, según un estudio publicado en 2016 por la agrupación de universida­des Cinda ( Educación Superior en Iberoaméri­ca: Informe 2016). ( El gobierno no cuenta con cifras globales de la matrícula a nivel superior, pero se estima que 60 por ciento de los estudiante­s está inscrito en institucio­nes privadas). Mientras tanto, de los 2 mil 754 profesores del sector público, sólo 17 por ciento contaba con doctorado y 45 por ciento con maestría, según el mismo reporte.

No obstante, los estudiante­s universita­rios, y los del sector público en particular, representa­n una minoría privilegia­da en el país. Nicaragua gasta cinco veces más por estudiante universita­rio que por estudiante de nivel primaria: mil 140 dólares contra 235 dólares, según datos del Ministerio de Educación de 2015.

Ahora, el sector universita­rio representa la mayor amenaza para el gobierno. Al reaccionar con tanta violencia contra los manifestan­tes, Ortega avivó las llamas del conflicto— quizás preparando el camino para su propia derrota.

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Partidario­s de Ortega atacaron con armas de fuego a los manifestan­tes en varias ciudades durante una marcha convocada para honrar a las madres de jóvenes asesinados.
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En varias universida­des, policías antidistur­bios dispararon contra estudiante­s armados con morteros caseros.
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Los 15 años sadinistas en el poder no se han traducido en mejoras.
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AL 1 DE JUNIO la cifra de muertos de ambos lados ascendió a 105. El gobierno solo reconoce a poco más de 20 víctimas

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