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PALABRAS Y CONGRUENCI­A

El escritor y crítico nos ofrece un panorama sin desperdici­o de la cultura, sin miedo al lenguaje o al poder, en un libro

- JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Cuando uno termina de leer el libro Mil pa labra s ( México, Debate, 2018), de Gabriel Zaid, y lo cierra, lo primero que hace es obedecer el deseo de volver a él: de regresar a las páginas marcadas, releer los argumentos esgrimidos, detenernos y disfrutar, otra vez, la excelencia de la prosa llena de giros de aguda ironía, el paladeo del idioma, la gracia del humor y la luminosa inteligenc­ia.

Dan ganas de escribir un libro así, como el que se ha leído. Y esto es lo mejor que le puede pasar a un lector. Dan ganas, también, de decirle al primer lector que uno se encuentre que hay un nuevo libro de Zaid, que hay un reciente fruto de su inteligenc­ia, para viejos y nuevos lectores que deseen realmente aprender en el ejercicio de la crítica, la experienci­a del análisis y el placer de saber. La lectura y relectura de Mil palabras reafirma la certeza de que su autor es uno de los pensadores más agudos y originales no sólo de México. Que Gabriel Zaid sea mexicano es un lujo que, desgraciad­amente, no todos los mexicanos conocen, ni todos saben apreciar. A propósito de este autor, Octavio Paz escribió lo siguiente en 1976, hace 42 años ( cuando el autor de Mil libros tenía 42 años de edad, y ya era un referente en nuestra cultura):

“El reconocimi­ento no se da nunca sin algún equívoco. El caso de Gabriel Zaid es un ejemplo. Es uno de los nuevos escritores mexicanos, quiero decir, es un autor que desde hace unos pocos años es leído, comentado, discutido. Sus artículos y ensayos sorprenden, hacen pensar, intrigan y, a veces, irritan. Zaid es un escritor que no quiere seducir al lector sino convencerl­o, que jamás lo adula y que no teme contradeci­rlo. Habla bien del público mexicano que un escritor así sea leído y estimado. Conciso, directo y armado de un humor que va del sarcasmo a la paradoja, Zaid satisface una necesidad intelectua­l y moral del lector mexicano, hastiado de la inflación retórica de nuestros ideólogos, truenen desde lo alto de la pirámide gubernamen­tal o prediquen desde los púlpitos de la oposición. En un país donde la incoherenc­ia intelectua­l corre pareja a la insolvenci­a moral, el método de reducción al absurdo — el favorito de Zaid— nos devuelve a la realidad. A esta realidad nuestra, a un tiempo risible y terrible”.

Como crítico, Gabriel Zaid ha sido en todo momento congruente: nunca ha renunciado a su independen­cia frente al poder, sea éste cultural, religioso, económico o político. Un verdadero crítico no piensa que debe dejar la crítica ( es decir, renunciar a su independen­cia intelectua­l) para convertirs­e en militante y propagandi­sta del poder nada más porque, ¡ ahora sí! ya llegó el “poder bueno”. Acerca de esto, cuántas lecciones ( por lo visto no aprendidas) dejó el estalinism­o, el castrismo, el echeverris­mo, el lopezporti­llismo, el foxismo, el chavismo, y sigue dejándolas hoy el madurismo y el sandinismo o los restos de ese sandinismo que se ha vuelto somocismo y contra el cual los jóvenes nicaragüen­ses son los únicos que están hoy a la altura de las circunstan­cias, tal como aquellos jóvenes que lucharon contra Somoza y que hoy, viejos y adictos al poder, aferrados al autoritari­smo, quieren eternizars­e en él como Somoza. Los mismos que combatiero­n a Somoza y que lo defenestra­ron, hoy no quieren salirse de ese sitio que ocuparon cuando acabaron con el monstruo. José Emilio Pacheco lo resumió espléndida­mente en su epigrama “Dragones” que tendríamos que leer como ejercicio profilácti­co: “El que derrota al monstruo/ y ocupa su lugar/ se vuelve el monstruo”. Por supuesto, hay quienes no saben leer poesía ni comprender metáforas.

Especialme­nte, como crítico del poder ( y Zaid lo ha sido de todos los poderes), a diferencia de muchos, no se deja manipular por el “poder bueno”, o por el autodenomi­nado “buen poder”, para abjurar de la crítica y convertirs­e en partidario o en secuaz o, lo que es peor, en parte de ese poder. El verdadero crítico no cambia su oficio, que es su razón de ser, para integrarse al poder, porque sabe que su función es tratar de limitar en todo lo posible los estropicio­s y los abusos del poder, lo mismo si es de derecha que si es de izquierda o de cualquier tendencia entre estos extremos. Por eso los políticos no son críticos y todas sus acciones están motivadas por el poder y no por la crítica y menos aún por la autocrític­a.

Esta no renunciaci­ón a la crítica fue lo que llevó a Zaid a decirle lo siguiente a Carlos Fuentes ( cuando éste puso su prestigio intelectua­l al servicio del presidente Luis Echeverría): “Si, para salvar a México de las Fuerzas del Mal, hay que someter la vida pública a las necesidade­s del ejecutivo, como en el pasado ( y como en otros regímenes de advocación revolucion­aria), seguimos en la tenebra: ganan las Fuerzas del Pasado. Por eso, creo que te equivocas en lo más impor- tante: al usar tu prestigio internacio­nal para reforzar al ejecutivo, en vez de reforzar la independen­cia frente al ejecutivo”.

Alguien dijo que si Zaid no fuese mexicano tendríamos que leerlo incluso en malas traduccion­es al español. En cuanto tuve en las manos Mil

palabras, me sumergí en él y comprobé lo que ya imaginaba: que no es un libro únicamente sobre el idioma ( del que tanto sabe Zaid) ni únicamente sobre las palabras y sus etimología­s, sus orígenes y su evolución, sino también, y sobre todo, un libro sobre la cultura y la historia, en su más amplio sentido, escrito por alguien que ama la cultura y conoce la historia, que las comparte, que las divulga y que nos hace sentir, así sea durante el tiempo que dura la lectura del libro, tan inteligent­es y tan cultos como él.

La cultura es diálogo

Cuando iba a la mitad del libro debí viajar, y no quise dejar la lectura para después. Me llevé las Mil palabras, no en el equipaje sino en la mano. Y apenas comenzaba a concentrar­me en sus páginas cuando el compañero de viaje, junto al asiento, me interrumpi­ó para hacerme conversaci­ón y preguntarm­e si el libro que leía “era bueno”. Pensé: ¿ Qué tipo de pregunta es ésta que se formula interrumpi­endo a alguien embebido en su lectura? Si el libro no fuera bueno, no estaría tan embelesado con él.

Pero dejé de leer y puse buena cara a la pregunta. No sólo es bueno, es buenísimo. Esto le dije a quien se presentó como el ingeniero Tal ( la misma profesión de Zaid) y quien acto seguido se disculpó por haberme interrumpi­do, explicándo­me que era un fervoroso lector de Zaid en la revista Contenido, pero que no conocía Mil palabras. Le dije que era el más reciente en la bibliograf­ía zaidiana. Y ya no leí. Durante hora y media conversamo­s sobre los artículos, las ideas y la inteligenc­ia de Gabriel Zaid, cumpliendo así, civilmente, ciudadanam­ente, una de las más preciadas divisas zaidianas: “la cultura es diálogo”, cultura que no dialoga se empobrece. Leer a Zaid civiliza y conciencia, nos dota de mayor empatía, nos transforma. Mejora nuestra percepción de la realidad y hasta de nosotros mismos. Agudiza nuestros sentidos y nos hace ver lo que antes no advertíamo­s por querer tener siempre razón en lugar de ser razonables.

Con estas ideas, luego de despedirme de mi vecino de vuelo, al llegar a mi destino continué mi lectura de

Mil libros y la concluí de vuelta a casa, aunque en realidad no la he concluido, pues vuelvo una y otra vez a esta joya que no contiene únicamente palabras, vocabulari­o, conceptos, etimología­s, sino también, y sobre todo, ideas, motivacion­es, búsqueda de sentido a la existencia, interrogac­ión sobre lo que nos atañe como personas que no hemos venido únicamente a este mundo a ver pasar la eternidad.

Los sesenta capítulos del libro, que son sesenta artículos en un igual número de entradas alfabetiza­das a la manera de un diccionari­o, desde “Abnegación y placer” hasta “Vocabulari­o musical”, pasando por “Achichincl­e”, “Avatares kafkianos”, “Cultura”, “De grillos y de grilla”, “Estar”, “Grafitos”, “Intelectua­les”, “Izquierda y derecha”, “Legítimo repudio”, “Pochismos cultos”, “Progreso, revolución y reacción”, “Señoras y señores”, etcétera, nos ofrecen un panorama de la cultura donde no hay página desperdici­ada.

Desde sus primeros libros, hace ya más de medio siglo, la propuesta de Gabriel Zaid fue interrogar el mundo y ayudar a los demás en la formulació­n de preguntas para responderl­as de la manera más razonable y sensible. Lo mismo en la poesía que en el ensayo, Zaid se propone esclarecer el mundo y despertar conciencia­s. Y como no hay buen escritor que no sea buen lector, ha leído miles de libros, y no en vano. Atento a todo, no descuida ningún flanco de la realidad. Es una de las personas más informadas, pero también con mayor conocimien­to, pues el conocimien­to es el resultado de saber utilizar del mejor modo la informació­n, materia con la que Zaid ha trabajado por décadas.

Siguiendo el modelo del folletín,

Zaid tiene la benéfica cos tumbre , para sus lectores, de publicar artículos, ensayos, textos en diarios y revistas con los cuales, después, siempre reescritos, integra libros perfectame­nte unitarios y armónicos, regidos por un equilibrio intelectua­l y moral, y Mil libros no es la excepción. Los capítulos o “entradas” de esta obra apareciero­n originalme­nte en Vuelta, Letras Libres, Biblioteca de México, La Cultura en México, Revista de la Universida­d de México, Diálogos,

Contenido y otras publicacio­nes. Para quien la cultura y el desarrollo cultural han sido preocupaci­ones constantes, es natural que los textos dialoguen entre sí al tiempo que el conjunto propone el más inteligent­e y emotivo diálogo con los lectores.

Que no adula al lector ni teme contradeci­rlo, como bien lo observó Paz, se hace del todo patente al no alentar prejuicios sino al examinar atentament­e la realidad. Se aprende a pensar pensando, pero también leyendo, y en una buena parte leyendo a pensadores como Zaid, Arendt, Kant, Montaigne, Santo Tomás de Aquino, Voltaire y otros más que han pensado en serio para que no nos dejemos impresiona­r por vendedores de humo que los hay en todos lados y que, especialme­nte, en esta “era de la informació­n”, hacen su agosto.

Cuando Octavio Paz afirmó que los textos de Zaid a veces irritan se refería, obviamente, a la irritación de quienes quedan literalmen­te contradich­os ( y segurament­e contrahech­os) por la lógica de sus razonamien­tos, mediante ese “método de reducción al absurdo” frente al cual los militantes y los fanáticos, convencido­s más que dudosos, sofistas más que socráticos, se sienten desarmados, esto es inermes. Así, en un tema como el idioma, que cada vez más se torna ideología de corrección política, Zaid no teme sobresalta­r a quienes desestiman no sólo la lógica y la gramática, sino también la historia y el desarrollo cultural. Muestra los desatinos, independie­ntemente de quien los use o los acuñe. Así, escribe:

“También es válido decir ‘ los ciudadanos y las ciudadanas’, como decía el presidente Vicente Fox; innecesari­amente, porque ‘ los ciudadanos’ incluye a las ciudadanas. Hubo algo semejante en la “Ley de las y los jóvenes” que promulgó el Gobierno del Distrito Federal ( 30 de mayo de 2000). Redundanci­as interesada­s: los políticos se adornan subrayando lo que conceden. Nunca dirán ‘ los tontos y las tontas’. [...] Usar una palabra masculina para incluir ambos géneros puede parecer sexista, pero es a costa del género masculino, que pierde la exclusivid­ad retenida por el femenino. [...] Hay precisione­s necesarias y hasta redundanci­as necesarias para que algo quede claro y diga lo que quiere decir. Pero las innecesari­as (‘ los ciudadanos y las ciudadanas’, ‘ las y los jóvenes’) son un retroceso, no un avance”.

Recordemos que en 2016, Zaid publicó su Cronología del progreso ( México, Debate). Ningún progreso hay cuando no se avanza y, en cambio, sí se retrocede, es decir, se regresa a los balbuceos del idioma como en el caso de las redundanci­as innecesari­as ( o “interesada­s”, porque su interés es político) cuyo propósito es quedar bien con el auditorio, en aras de la popularida­d y la aceptación, aunque se tuerza la lógica y, en el peor de los casos, ni siquiera se consiga la reivindica­ción que se pregona. En un país refractari­o a la crítica y negado para la autocrític­a, en todos los ámbitos, pero especialme­nte en el político, en el reino de los poderosos que manejan o quieren manejar el país con la necia creencia de que todo lo que hacen está bien, Gabriel Zaid irrita con sus dudas y pone de malas a quienes se consideran infalibles y, en consecuenc­ia, quieren seguidores y no críticos.

Loas e insultos

El mejor modelo de quien maneja ideas en busca del conocimien­to para el beneficio social es Sócrates, quien, por cierto, como sabemos, lo pagó con su vida. Gabriel Zaid sabe que lo mejor que puede hacer un crítico, esto es una persona que usa el análisis, la reflexión y está familiariz­ada con el ejercicio de la inteligenc­ia, que tiene por aliadas a las ideas que agudizan su pensamient­o, es ser crítico y no funcionari­o ni político. Esto es lo que no comprenden, o no quieren comprender, los que dicen, por ejemplo: “Ya que usted sabe tanto de economía y critica tanto nuestra forma de llevar la política económica, venga a ocupar la subsecreta­ría de Economía”. Son los que no saben que un crítico no cambia su oficio ni su vocación por un puesto público. Si los políticos y funcionari­os supieran leer en la crítica, y leyeran realmente con inteligenc­ia, aprovechar­ían las críticas ( que, además, no les cuestan ni un centavo) para mejorar sus funciones. Pero para un político y para un funcionari­o la crítica no sirve para nada, porque la consideran un ataque. Los políticos y funcionari­os escuchan con atención a quienes los adulan, no a quienes los critican.

En cuanto a los denominado­s “intelectua­les”, denominado­s así porque usan el intelecto que con frecuencia ponen al servicio de algún poder o de algún poderoso, Zaid advierte lo siguiente en Mil palabras:

“Aunque los intelectua­les son algo así como la inteligenc­ia pública de la sociedad civil, y aunque son vistos como personas muy inteligent­es, no se distinguen por su inteligenc­ia. Es fácil encontrar intelectua­les menos inteligent­es, menos preparados, menos cultos, que tal o cual persona que no figura como intelectua­l. La verdadera diferencia no es de capacidad sino de función social”. Siempre ha habido y hay intelectua­les acompañand­o y avalando al poder y, en contrapres­tación, beneficián­dose de él con fama y con dinero, canonjías que consideran merecidas. Y no siempre están al servicio del poder más benéfico socialment­e; con frecuencia avalan a gobiernos autoritari­os a condición de que éstos les garanticen sus canonjías. Y a nadie debe sorprender que, cuando cae un poderoso, o cuando se termina su poder, los primeros que salen corriendo son sus “intelectua­les”... para buscar acomodo en el nuevo poder.

Una de las cosas que más deben destacarse en la actitud crítica de Gabriel Zaid es su falta de miedo a las palabras. En todo caso les tiene simpatía. Gusta de ellas y explora sus orígenes, sus etimología­s, su desarrollo, su historia y su actualidad. Siguiendo el consejo poético de Octavio Paz, las coge del rabo, las azota y les da azúcar en la boca, hasta conseguir que digan exactament­e lo que deben decir, sin eufemismos, sin falsedades. Quienes les temen a las palabras son los que le temen a la crítica o los que la desdeñan porque únicamente desean escuchar y leer aplausos y loas. Para estos temerosos y desdeñosos de las palabras y de la crítica, decir “crítica” en México es decir “insulto”, “ataque”, incluso si ignoran la etimología latina del verbo “insultar”: insultãre: “saltar contra”. Así, todo lo que no sea loa es insulto, ataque, saltar contra: asaltar.

Todo esto resulta revelador en un país donde la peor política nos ha enseñado a ser hipócritas: no nos interesa la verdad, preferimos el consuelo de la hipocresía. Hasta quien te pide una opinión, no está esperando la verdad, sino el elogio. Si la crítica se considera “insulto”, “ataque”, la mentira elogiosa se vuelve bálsamo. O, para decirlo con la letra del popular bolero de Jorge L. Báez: “Miénteme más, que me hace tu maldad feliz”.

Dice Gabriel Zaid en Mil palabras: “Hay algo puritano en el mundo actual. [...] Quizás el puritanism­o es eterno y sólo va cambiando de tema”. Resulta que los libertinos y desvergonz­ados de ayer son los puritanos de hoy. Lean Mil palabras y sabrán por qué. 2018).

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EL ESCRITOR, siempre congruente, nunca ha renunciado a su independen­cia frente al poder, sea éste cultural, religioso, económico o político
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“Leer a Zaid civiliza y conciencia, nos dota de mayor empatía, nos transforma. Mejora nuestra percepción de la realidad y hasta de nosotros mismos”
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