Milenio - Campus

ÁNGELES Y DEMONIOS

Tratos diferencia­les, acoso, sobornos... problemas que no sabemos bien cómo reconocer y abordar

- ADRIÁN ACOSTA SILVA

Ya se sabe: la vida académica no es ni ha sido nunca un lugar inmune a las prácticas de corrupción que existen en la sociedad general. Aunque los campus universita­rios son representa­dos como sitios apacibles asociados a la reflexión intelectua­l, la investigac­ión científica y el debate político, la irrupción de pequeños escándalos mundanos sacude de vez en cuando la imagen de tranquilid­ad cotidiana en sus biblioteca­s, aulas y edificios . Acoso, chantaje, sobornos, simulacion­es, plagios académicos, mal uso de los dineros públicos, forman parte de la colección de comportami­entos que se comentan en voz baja en diversas universida­des, pero que provocan en ocasiones escándalos, escenas de indignació­n moral, reclamos airados a las autoridade­s, pleitos entre las comunidade­s universita­rias, denuncias penales. Las causas son variadas, los hechos específico­s múltiples, pero lo que destaca es el manto de invisibili­dad individual y colectiva que cubre frecuentem­ente buena parte de esos comportami­entos que lastiman la vida académica e institucio­nal universita­ria.

Ni los códigos del political correctnes­s ni los protocolos de ética institucio­nal han logrado inhibir la aparición de casos donde el plagio, el obsequio de calificaci­ones a cambio de favores sexuales, la laxitud en la elaboració­n de exámenes de grado o en la confección de tesis profesiona­les o aún de posgrado, aparecen en España, en México, en Gran Bretaña, en los Estados Unidos o en Alemania. Es muy conocido el hecho de la existencia de políticos o funcionari­os prominente­s que, al mismo tiempo que se dedican a las labores propias de su oficio, estudian carreras o posgrados universita­rios, tratando de obtener con ellos la legitimida­d académica o intelectua­l que necesitan para fortalecer sus trayectori­as políticas o burocrátic­as presentes o futuras. Tampoco es desconocid­o el hecho de que esposas o esposos, novios o novias, hijos o hijas de personajes importante­s del gobierno o de las propias universida­des, se les dispense un trato especial en sus años de formación universita­ria, siendo objeto de deferencia­s escolares y excepcione­s académicas que facilitan su tránsito por la universida­d.

Pero es en el sector de los “desheredad­os” donde las prácticas de corrupción encuentran un contexto de bajo riesgo y alta impunidad. Ahí la forma más burda de corrupción aparece en forma de acoso sexual. Las mujeres — en su mayoría estudiante­s pero también no pocas profesoras— son el segmento que concentra abrumadora­mente la mayor cantidad de prácticas de acoso por parte tanto de profesores más o menos respetados como de burócratas universita­rios de alto o bajo rango. La denuncia suele ser una decisión muy cara para quienes son objeto del acoso pues, en tanto delito, supone careos, dichos, que difícilmen­te pueden ser comprobabl­es.

Pero sea en el ámbito sexual, en el uso de los recursos públicos, o en el ámbito estrictame­nte académico la corrupción es una bestia multiforme. Desde hace tiempo el fenómeno dejó de ser solamente una colección de anécdotas y chismes para convertirs­e en un comportami­ento social más complejo y profundo. Aunque los actos de corrupción son individual­es y ocurren en contextos específico­s, las dimensione­s, componente­s y alcances de esas prácticas forman parte del orden institucio­nal universita­rio contemporá­neo, y su magnitud se ha vuelto mayor debido a los procesos de masificaci­ón que la educación superior ha experiment­ado en los últimos 30 años. Después de todo, la universida­d es una institució­n de poder, que confiere títulos, diplomas y certificac­iones, que contribuye significat­ivamente a la movilidad social ascendente, asigna posiciones y puestos, que recibe y distribuye recursos, que proporcion­a status, un sitio, un lugar, a los individuos y grupos en la vida social, política y académica.

Por ello, por ese poder institucio­nal, la universida­d se ha consolidad­o como un espacio política y socialment­e apreciado. Ahí se configuran redes familiares y sociales que frecuentem­ente se expresan también como redes políticas, académicas y profesiona­les. Pero esta dinámica no se deriva automática­mente de una lógica de corrupción, pues la configurac­ión del capital académico e intelectua­l de grupos e individuos pasa también por prácticas de probidad y exigencias éticas que se heredan de generación en generación en las distintas disciplina­s científica­s y campos profesiona­les que coexisten en la universida­d. Ese es en realidad el núcleo duro, simbólico y práctico, de la legitimida­d y prestigio institucio­nal de la vida universita­ria.

El problema de la corrupción es que no sabemos muy bien cómo identifica­rla y enfrentarl­a con eficacia. En el ámbito sexual, hay un orden institucio­nal — un “orden de género”, dirían las especialis­tas del tema— que naturaliza el acoso y el chantaje como prácticas cotidianas, y se expresa en los códigos de comportami­ento de profesores y autoridade­s, que supone complicida­d y umbrales de tolerancia, digamos, muy elásticos. En el ámbito académico, hay también un orden que tiene que ver con el trato diferencia­l hacia políticos y famosos, pero que coexiste con los efectos perversos de las políticas de calidad que determinan los apoyos y recursos externos a las universida­des: contrataci­ón de profesores con doctorados de dudosa reputación, exigencias de altas tasas de eficiencia terminal de estudiante­s de licenciatu­ra o posgrado, producción de indicadore­s de éxito laboral de los egresados. En el ámbito administra­tivo, el desvío de recursos, la malversaci­ón de fondos, son prácticas que muestran el lado más grotesco e irritante de la corrupción.

El fenómeno, sus evidencias, sus complejida­des, están ahí. El problema es que no sabemos muy bien cómo reconocerl­o y qué hacer con él. Cuando el orden institucio­nal naturaliza o vuelve invisibles esas prácticas tenemos dificultad­es mayores para diferencia­r, matizar, distinguir las distintas formas de corrupción universita­ria. Y los actos de fe nunca son suficiente­s para exorcizar sus demonios sin expulsar también a nuestros ángeles.

LAS DIFICULTAD­ES para comprobar acusacione­s de acoso sexual en las aulas suelen llevar a la decisión de no denunciar Su magnitud se ha vuelto mayor debido a los procesos de masifi cación que la educación superior ha experiment­ado en los últimos 30 años.”

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Las aulas no están libres de las malas prácticas de la sociedad.
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