La reconfiguración de la educación superior
Luis Montaño Hirose, profesor de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana ( UAM), comenta que la propia educación superior no puede pensarse al margen de las tensiones internas que se generaron a raíz de este movimiento.
Además, a partir de esta épocas, surgieron desafíos delicados que tuvieron que afrontar las universidades por ser las grandes educadoras y el barómetro moral del propio país.
El investigador apunta que las instituciones de educación superior han afrontado presiones a partir del movimiento estudiantil de aquel año del siglo pasado, lo que constituyó un parteaguas.
“El punto fundamental surgió entre la institución y la organización, debido a que la primera es concebida como un anhelo social, mientras que la segunda representa un medio para el logro de fines sociales, aunque entre ambas no existe total coincidencia, lo que conduce inexorablemente a que haya siempre lugar para el desencanto”, dice el especialista.
Una segunda presión, detalla Montaño Hirose, se dio entre las instituciones de educación superior y la empresa, ya que para algunos críticos la comercialización del conocimiento es incompatible con la filosofía de la universidad basada en la difusión abierta del saber.
“Y esta relación crea una especie de ciclo que se cierra y vuelve a iniciar cuando una compañía se vuelve o deja de ser referencia central en la vida universitaria”, comenta.
Explica que el rápido crecimiento de la matrícula durante los años posteriores a 1968 también implicó cambios importantes al interior de las escuelas en términos de gestión, ordenación y métodos de enseñanza, así como en el ámbito del aparato público burocrático.
“Para hacer frente a un modelo burocrático surgieron los de tipo colegiado y político como reacción ante la centralidad administrativa”, dice.
El primero, que asume que el control de pares, apunta, es el más adecuado, porque rechaza abiertamente la incorporación de formas de organización provenientes del sector público y privado.
Además, coloca en el centro del funcionamiento a la comunidad y rehúye la jerarquía burocrática.
En este esquema la coordinación, argumenta, debe lograrse a través de la dinámica del consenso y es concebido como una manera de regresar a lo simple de la vida comunitaria.
“En tanto que el modelo político da cuenta de la diversidad de grupos que operan en el interior de las universidades y sus lazos con grupos externos, además, analiza las estrategias de las agrupaciones por ocupar posiciones de poder y presenta un nivel más bajo de idealización al considerar comportamientos organizacionales distantes del anhelo institucional y la responsabilidad social”, dice.
El cuarto modelo, agrega, es el que considera que las universidades son anarquías organizadas y sostiene la existencia de una alta complejidad, ya que sus tecnologías, preferencias y esquemas de participación resultan ambiguos y contradictorios, con un alto grado de diversidad y autonomía interna.
Esto lleva a cuestionar la racionalidad de los procesos de decisión y su aceptación homogénea.
“Un tipo más que apareció recientemente es la universidad corporativa, que nace en el contexto de la globalización, la economía del conocimiento, el retiro del Estado del financiamiento de la educación superior y la masificación de la matrícula a nivel mundial”, sostiene.
Esta modalidad es la que más tensión genera ya que se confronta con principios y valores que dieron sentido a su desarrollo histórico, además de presentar consecuencias negativas como la pérdida de sentido social, el desprendimiento del ámbito institucional y el deterioro del tejido social interno.