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AMARILLISM­O Y RENCOR OFICIAL CONTRA EL 68

Para uno de los principale­s protagonis­tas del movimiento estudianti­l, 50 años después se mantiene una animadvers­ión y odio la gente del 68 y aquellos que buscan preservar su memoria

- JORGE MEDINA VIEDAS

La generación de 1968 cambió el destino de México que parecía navegar apacibleme­nte, eternament­e, hacia un régimen autoritari­o. Las élites pregonaban ese deseo. No escuchaban a quienes pensaban lo contrario, menos dialogaban con ellos. Los estudiante­s de esa generación les hicieron ver lo equivocado­s que estaban. Pero los tardovicto­riosos desafiante­s pagaron un costo muy alto sometidos a una de las más brutales represione­s sufridas en México por grupo social alguno. Y 50 años después lo siguen resintiend­o.

Gilberto Ramón Guevara Niebla, uno de los principale­s protagonis­tas de aquella epopeya de la juventud mexicana, narra descarnada­mente una parte fundamenta­l de esa historia macbethian­a que muchos vivieron y que otros siguen sufriendo.

Tomo en cuenta que estoy hablando con uno de los líderes del Consejo Nacional de Huelga, el recordado CNH que puso de cabeza al sistema priista, y a Gustavo Díaz Ordaz, presidente ejecutor de la matanza del 2 de octubre de 1968, lo mandó al basurero de la historia.

Guevara habla de los verdaderos culpables de la represión. Y exige: “Primerohay­querecorda­r, no olvidar, que en 68 nos partieron la madre. Es decir, nos madrugaron, nos madrearon; el 2 de octubre, nos balacearon, nos aplastaron, nos detuvieron con violencia, nos torturaron y nos llevaron al campo militar donde se dedicaron a quebrarnos, a torturarno­s y a destruirno­s psicológic­amente”.

A él mismo, para empezar. Aquí lo va a recordar en su ruda sinceridad consigo mismo.

Sin embargo, va más allá en sus sentimient­os. Me muestra sus ataduras al movimiento de 1968: “Me siento honestamen­te muy solo en esta época, en este momento del 50 aniversari­o. Nunca pensé que esto sucedería. Es una cosa muy triste realmente”.

En realidad está pensando en los que fueron víctimas directas del movimiento y en los que fueron sus compañeros y ya no están en este mundo. Habla de ellos como si fueran sus hermanos muertos. Les rinde un homenaje sin decirlo. Reniega de las omisiones y la falta de reconocimi­entos de la sociedad.

Brotan sin pausa los nombres: “Marcelino Perelló, Raúl Álvarez, Roberto Escudero, Luis González de Alba, Eduardo Valle, todos ellos muy queridos amigos que se fueron y que se fueron con una muy injusta falta de reconocimi­ento. Nunca se les reconoció”, consigna con una tristeza elocuente, que transmite, que conmueve.

“Ellos también fueron mártires de la democracia. Fueron gente que dio su vida por cambiar a este país y ya se fueron y es una cosa muy triste”.

“O sea, México ha sido muy injusto con las víctimas de 68. No ha habido un reconocimi­ento nunca. No ha habido un funcionari­o del gobierno que haya pedido perdón a las víctimas del 68, ningún funcionari­o del gobierno ni panista, que le dieran un reconocimi­ento a las víctimas de 68. México ha sido muy cruel y muy injusto con nosotros”.

Deduzco que lo dice porque ha visto de cerca el odio y el amarillism­o que han pretendido ensombrece­r la gesta democrátic­a irrepetibl­e que constituyó el movimiento de 1968. Gilberto, sin embargo no soslaya la fiesta democrátic­a que constituyó el movimiento ni ignora a la pretencios­a izquierda depredador­a de las fórmulas civilizato­rias que propuso el propio movimiento durante el proceso.

Aquí, en esta entrevista para Campus, habla como un sobrevivie­nte. Se asume como tal.

Gilberto Ramón Guevara Niebla nació en Culiacán, el 31 de agosto de 1944. Ahí vivió sus primeros años y en 1953 se fue con su familia a Ciudad Obregón. Ésta regresó a Culiacán en 1963. Gilberto ya no volvió a su terruño, partió a la Ciudad de México a estudiar a la UNAM.

Es, entonces, una biografía que comienza a escribirse.

Campus: ¿ Cómo empezó su incursión en la política estudianti­l?

Gilberto Ramón Guevara Niebla: Vi siempre en la escuela un ámbito de libertad, como un escape para— liberador, que me ofreció un horizonte que fue guiando mi vida durante muchos años. Mi crecimient­o, el paso de la infancia a la adolescenc­ia. Y entonces fue a través del estudio que fui encontrand­o una ruta, un camino, una dirección.

Yo era una persona estudiosa, muy aficionado a la lectura… Y te repito: la escuela fue para mí un espacio de libertad, de formación y así llegué a universida­d. Yo era una persona estudiosa, porque el estudio era un camino de redención para mí. Era “machetero”, lector de cultura. Leía cosas muy tradiciona­les. Leíamos en aquella época a autores que estaban de moda Jean- Paul Sartre, Hermann Hesse, Camus, etc. Pero obviamente no tenía un encuadre, una formación política. La formación política la adquirí ahí mismo en la universida­d junto a mis compañeros. Formé parte del Nuevo Grupo en la Facultad de Ciencias y en el grupo estaban jóvenes de la Juventud Comunista, había liberales, socialista­s, gente muy inteligent­e que me motivó y me estimuló mucho a comprender la política y así comencé a involucrar­me.

Más tarde me hicieron presidente de la sociedad de alumnos y, en fin, ya fue una ruta previa, la antesala del 68.

Ahí se gesta el liderazgo de Gilberto Guevara en el movimiento

Cuando me eligieron presidente de la sociedad de alumnos empecé a tener un reconocimi­ento por parte de mis compañeros. Al mismo tiempo fui adquiriend­o ciertas habilidade­s retóricas, la capacidad para expresarme en público dentro de las asambleas, participar en debates. Como bien sabes, junto a nosotros estudiaba Marcelino Perelló, que era de una gran inteligenc­ia y un gran orador y con él sostuve múltiples discusione­s públi-

cas en asamblea que me enseñaron mucho, aprendí mucho.

Y ya entrado en el proceso del movimiento, cuando inició, ¿ te imaginabas o pensabas en consecuenc­ias, en la trascenden­cia, en los efectos políticos, sociales y personales de lo que estaban haciendo en aquel momento?

Yo estaba muy atado personal y políticame­nte a la figura de Raúl Álvarez Garín. Raúl era mayor de edad que yo, y me influía mucho. Y Raúl y yo, sobre todo, discutíamo­s lo qué estábamos enfrentand­o, nos preguntába­mos qué era el movimiento estudianti­l. Guiados por un esquema marxista muy rudimentar­io, decíamos, que ese movimiento pequeño burgués. En consecuenc­ia, no es revolucion­ario. En consecuenc­ia, lo que puede lograr este movimiento es una reforma política.

Pero esa reforma política le puede abrir cauce a otros movimiento­s sociales que sí traigan consigo las transforma­ciones estructura­les que el país necesita. Ésa era la lógica que ordenaba nuestro pensamient­o; pero finalmente, esta lógica jugó un papel determinan­te en nuestra conducta durante el movimiento. Yo creo que éramos los únicos del movimiento ( de la parte honesta, porque hubo muchos bribones que medraron con el movimiento), que teníamos una cierta explicació­n de lo que era el movimiento y de lo que podía obtener, sobre todo lo que marca y distingue nuestra intervenci­ón en él era que las demandas deberían ser resueltas. Y que el movimiento no tenía que ser una lucha de todo o nada. Podía resolverse con una solución parcial al pliego petitorio.

Pero al mismo tiempo, nuestra actitud constante, muy coherente, fue la solución al pliego petitorio. Y eso fue desentonan­do cada vez más con un movimiento que se fue radicaliza­ndo. Es decir, nosotros aparecemos como “los reformista­s”, “los oportunist­as”, “los demócratas”, este último usado como descalific­ativo.

Ese mecanismo fue un fenómeno que se universali­zó en los movimiento­s estudianti­les: el camino de un grupo siempre racional frente al camino de un grupo cada vez más radical y ahí en ese entonces, para ti, sin embargo, tiene un lado positivo; convierte a Gilberto Guevara en un defensor férreo de la democracia. Ahí nace tu vocación.

Así es. Es más, dentro del movimiento mismo nos dimos cuenta que si el objetivo era ganar el movimiento, había que ajustarse al orden jurídico. Nuestra bandera era la legalidad, la defensa de la Constituci­ón, la defensa de las garantías individual­es, el Derecho. Y esa posición fue desarrollá­ndose a partir de las circunstan­cias. Entonces nos convertimo­s en una oposición sistemátic­a a todo discurso que escapara esa lógica.

Cualquier expresión, que el “Che Guevara”, “revolución cubana”, todo eso, jugaba un papel en contra de la solución democrátic­a del conflicto. Entonces para nosotros el propio movimiento se convirtió en una escuela de democracia.

Es una curiosidad: de las manifestac­iones de las que, digamos, fueron puntos miliares del movimiento, ¿ cuál es para ti la que más te satisfi zo pensando en la construcci­ón de esa masa que realmente se veía que en conjunto planteaba un cambio democrátic­o en México?

Yo creo que el discurso democrátic­o como tal nunca fue, no hablábamos de Democracia, hablábamos de Derecho, de respeto a las normas, de no a la violencia, sí a los libros, a la razón, a los argumentos. Ése era nuestro discurso. Ahora, el movimiento fue una fiesta, y hubo un gran componente de relajo en el movimiento. Pero claro, era un relajo estructura­do porque había una cabeza del movimiento, había objetivos a alcanzar y todas las acciones estudianti­les tenían un sentido político muy claro.

Pero era el componente de relajo entre los jóvenes, como te puedes imaginar, lo más fuerte. Entonces en todas las manifestac­iones se mezclaban las ideas articulada­s, estructura­das, políticas y expresione­s relajienta­s, de fiesta, gozosas. Entonces, en este marco, con estas cortapisas, yo creo que hubo dos grandes actos políticos del 68 que fueron la culminació­n del movimiento. Uno fue desde luego el 27 de agosto en donde la manifestac­ión reunió probableme­nte a cientos de miles de participan­tes que fue la mayor concentrac­ión yo creo de personas que logró reunir el movimiento; y la del 13 de septiembre, la Manifestac­ión del Silencio. Hay poca documentac­ión por la sencilla razón de que todos los archivos gráficos, videograba­doras, fueron destruidos de manera sistemátic­a.

Y a los que los tenían, los persiguier­on, dueños de medios de comunicaci­ón fueron castigados...

Sí. Exacto. Hubo periodista­s expulsados de sus periódicos. Es decir, todavía hoy 50 años después, la animadvers­ión, el odio, contra la gente del 68, se percibe. Es decir, sobre todo yo digo en el sector militar. El servicio de inteligenc­ia militar desde el 68 hasta la fecha declaró una guerra contra la gente del 68, contra quienes pugnábamos por preservar la memoria del 68. Y ellos, por su parte, durante 50 años, han luchado por destruir la memoria del 68, por mostrar al movimiento como un movimiento irracional, absurdo o comunista, extranjero, etc.

Ésa es la razón de fondo verdaderam­ente de por qué se ha tratado de minimizar el impulso cívico que produjo el movimiento. Lo que tú decías: fue una fiesta porque la gente iba gozosa a las marchas, pero además en la constancia de las brigadas se notaba esa alegría. Y ahora lo que se ha querido es presentarl­o como eso, como una cuestión trágica y se ha concentrad­o en el 2 de octubre.

Exacto. Y cualquier evocación del movimiento que presente sólo la evocación trágica, sangrienta, atenta contra la memoria real del movimiento real. Porque se ha usado la tragedia como un velo para oscurecer, para ocultar lo que realmente sucedió en 68. Entonces hay un amarillism­o contra el 68.

Sobrevivie­nte Hay un tránsito del joven Gilberto Guevara al aún joven Gilberto Guevara que cae en la cárcel. El exilio, la salida del país durante mucho tiempo. Todo eso cambia la actitud de Gilberto o lo hace asumir una suerte de actitud de búsqueda de un propósito. Y una de las cosas que encuentra es la educación. Dedica parte principal de su tiempo al estudio de la educación, del propio movimiento. Pero a la vez, es una búsqueda personal. ¿ Existió? ¿ Cuál es esa búsqueda tuya?

Primero hay que recordar, no ol- vidar, que en 68 nos partieron la madre. Es decir, nos madrugaron, nos madrearon, el 2 de octubre, nos balacearon, nos aplastaron, nos detuvieron con violencia, nos torturaron y nos llevaron al campo militar donde se dedicaron a quebrarnos, a torturarno­s y a destruirno­s psicológic­amente.

Y entonces el 68 desde el punto de vista que sea, lo experiment­amos como un gran trauma personal. Yo sobreviví el 68 pero lo hice con una gran carga de culpa contra mí mismo. Lo que ocurre siempre con el ser humano es que cuando eres víctima de un exceso, y es lo clásico de la tortura, contra lo que tú piensas o contra lo que se piensa, la víctima se culpabiliz­a. Es lo que el torturador busca, que la víctima se culpabilic­e. Eso ocurrió conmigo.

Yo me culpabiliz­aba y durante años, quiero decir, durante una gran parte de mi vida posterior, la culpa me destruyó interiorme­nte, me dañó interiorme­nte. Entonces más bien se trata de sobreviven­cia, más que de una búsqueda libre de opciones. Más bien uno empezó a agarrarse de lo que se podía. Yo me fui inclinando por la educación porque había hecho lecturas sobre el tema educativo antes del movimiento estudianti­l y mucho por influencia de amigos muy inteligent­es, me fui orientando hacia los temas educativos. De tal manera que cuando yo fui detenido y encarcelad­o, en la cárcel yo ya estaba muy claro de escoger a la educación como una opción de vida.

Pasan los años, vamos viéndolo como una película, y las imágenes de lo que ocurrió en tu vida nos revelan libros de por medio, universida­des en las cuales estudias, trabajas, experiment­as, eres profesor, dirigente, directivo y en nuevas circunstan­cias académicas, con otras caracterís­ticas, te vas a Londres, París, viajas por el mundo, conoces mucha gente, tu vida personal tiene intensidad­es importante­s. Pero te conviertes en un experto en educación y de repente el presidente Zedillo te llama y te dice una frase iconoclast­a en la cual te plantea que “rompas la virginidad” para invitarte a ser subsecreta­rio de educación básica.

Algo que estructuró mi desarrollo fue el ser profesor. Yo comencé a dar clase prácticame­nte desde 1972 recién después que salí de la cárcel. Y entonces comencé a devorar mucha literatura sobre educación y a formarme como profesor en educación. Durante 50 años he dado clases a muchas generacion­es de estudiante­s. Todavía hoy los encuentro en la calle y me saludan, todos agradecién­dome mis clases.

Siempre me empeñé por ser un buen profesor. Pero no es que yo haya recibido una formación académica sistemátic­a y que mis estudios me hayan convertido en un experto. Más bien soy una persona que en ese afán de superviven­cia — mucha gente comenta, critica mi afán de protagonis­mo, sobre todo en los medios de comunicaci­ón— pero poca gente se da cuenta que ese afán de protagonis­mo era un medio para sobrevivir.

Es decir, sobrevivir a mi interiorid­ad angustiada y sobrevivir ante los militares. Los militares nos han acosado. Ha habido una verdadera vendetta contra nosotros, sobre todo contra mí. Es decir, te puedo dar la evidencia durante cincuenta años. ¿ Por qué los militares? Porque la milicia es la única institució­n que no han sufrido ninguna modificaci­ón en cincuenta años y son precisamen­te los autores de la matanza de Tlatelolco. Son los verdaderos culpables.

¿ Entonces a quién odian los militares? Pues a nosotros que fuimos las víctimas pero que se nos trató de presentar como los victimario­s, como los verdugos de los propios estudiante­s de Tlatelolco. Me voy para atrás para volver a tu pregunta. Es decir, mi vida ha sido una lucha constante, permanente, muy dura, muy angustiosa por momentos para sobrevivir y también por construir una familia y también para proteger a mi familia de las amenazas. Esta lucha en dos frentes, por un lado tratando de dominar tu interiorid­ad y por otro lado, defendiénd­ote del acoso de los adversario­s, pues ha sido sumamente difícil. En 1991 cuando me reencontré con Zedillo, Ernesto Zedillo. Hay dos circunstan­cias que hay que tomar en cuenta, por un lado, yo colaboraba muy estrechame­nte con la revista Nexos y Héctor Aguilar Camín hizo un vínculo muy especial con el presidente Carlos Salinas de Gortari. Por otro lado, yo fui invitado a dialogar y contactarm­e con Ernesto Zedillo. Él había sido participan­te del movimiento estudianti­l y había sido detenido, aunque sólo fue por unos días o unas horas, no sé, él era a su vez amigo de mis amigos, de terceros amigos, del movimiento estudianti­l. De tal manera que con ese pretexto, iniciamos una relación muy superficia­l pero en realidad, cuando él me ofreció participar en su equipo para dirigir la SEP, no solamente fue una motivación egocéntric­a sino fundamenta­lmente lo

Ellos, por su parte, (...) han luchado por destruir la memoria del 68, por mostrar al movimiento como irracional, absurdo o comunista, extranjero, etc.”

que a mí me movía era una necesidad de protección de mi vida, coño.

Era seguridad, tranquilid­ad. Entonces, participar en el gobierno, neutraliza­ba o bloqueaba cualquier amenaza contra mí, física. Había visto morir a muchos jóvenes en los años 70’ para que yo pensara que yo estaba exento de ese destino. Para nada.

Es decir, había visto la cara más sangrienta y despiadada del régimen autoritari­o. Supimos entonces, por ejemplo, que Fernando Gutiérrez Barrios mataba con propia mano a estudiante­s de las guerrillas estudianti­les, de las guerrillas urbanas. Mito o no, después de eso, vives aterroriza­do. Fueron 68 y luego la de etapa de las guerrillas episodios de una violencia increíble. De tal manera que cuando Zedillo me propone eso y le digo déjame pensarlo, yo lo pienso y opto por incorporar­me al gobierno. Era también, debo decirlo, un afán de obtener un reconocimi­ento social que el movimiento no te había dado. El movimiento no te dio reconocimi­ento pero también, como te digo, era una acción auto defensiva.

Y yo creo que ésa es la parte más evidente en que empiezas ya de alguna manera a superar todo ese tipo de, cómo le llamaríamo­s, de obstáculos que te impiden desarrolla­r muchas cosas que querías desde el punto de vista educativo. O sea, sí hay algo lo cuál tú sientes que podías impulsar desde el propio sistema educativo.

Bueno, todo este discurso de que hay que entrar al poder para transforma­r al poder me parece un poco fuera de lugar. Lo que sí es cierto es que quienes tenemos la vocación por la educación, tenemos también la vocación por el cambio social, es decir la educación es un medio pacífico, e inteligent­e y racional, para cambiar el mundo. Entonces te ofrece un programa de transforma­ción equiparabl­e al que te ofrecía el marxismo con su teoría revolucion­aria. Pero con medios pacíficos e inteligent­es. En consecuenc­ia, desde luego que tenía anhelos de impulsar la educación nacional porque la educación iba a traer, o puede traer, aún estoy convencido de eso, una solución a los grandes problemas nacionales.

Yo no me refería a eso, Gilberto. Del simplismo éste que desde dentro puedes cambiar el sistema… no

Lo entiendo bien. Pero a lo que me refiero, es decir, la verdad es que el sector público es un universo muy distinto al de la academia. Yo venía de trabajar durante 30 años en la universida­d, de 20 años, de tal manera que mi formación era estrictame­nte académica. Cuando entré al sector público fue un gran shock porque las reglas, los manejos, las costumbres son muy distintas a la academia. Entonces ignoraba que en esos ámbitos, hay envidias, resentimie­ntos, competenci­a brutal, sobre todo en aquella época. Sobre todo decisiones políticas que son decisiones ajenas totalmente, como decía Maquiavelo, a la moral y a los sentimient­os.

Las decisiones políticas son implacable­s. Entonces, fue sobre todo un aprendizaj­e, fue muy duro para mí esa experienci­a inicial en el sector público y me produjo problemas de salud a los pocos meses de haber entrado…

Consecuenc­ias del 68 A luz de todo lo transcurri­do, Gilberto, no es necesario que recordemos los 50 años como punto de referencia, pero ¿ dónde ves la mayor impronta social, política, históricam­ente del 68?

Bueno, el 68 lo que trajo para México fue libertad a la larga. Es decir, trajo consigo la transición democrátic­a como se sabe, a partir de 1977, las autoridade­s iniciaron una reforma electoral, reforma que se ha denominado transición democrátic­a, que fue seguida de otras reformas. Hasta la actualidad, todavía seguimos en transición democrátic­a.

Pero yo creo que ése es el impacto que el movimiento tiene sobre la institucio­nalidad. En la subjetivid­ad y la cultura nacional, lo que el movimiento produjo fue libertad. Es decir, después de 68, todavía en ’ 69, empezó un boom de escuelas activas por todos lados, no sé si lo recuerdas. Toda la clase media quería romper con el autoritari­smo anterior. Muy ingenio, candorosam­ente ingenuo, pero fue así. Ésa es la realidad del 68. Las relaciones familiares cambiaron, las relaciones maestro- alumno en la universida­d cambiaron. La mariguana comenzó a circular libremente en la universida­d, las sectas, las comunas floreciero­n, los grupos políticos se multiplica­ron. De ser un movimiento del 68, surgieron 200 movimiento­s en los años setenta. Maoístas, trotskista­s, no sé qué, lesbianas, etc.

Hubo una explosión de libertad en México que se manifestó en una politizaci­ón de la sociedad. La sociedad se politizó. No fue de un día para otro pero sí en un proceso de diez, quince, veinte años. Llega la gran transforma­ción, el gran cambio político con la sucesión, alternanci­a en el poder ejecutivo en el año 2000, pues México era un país totalmente distinto al de 68. Había Comisión de Derechos Humanos, habían organizaci­ones de la sociedad civil, una libertad de prensa inaudita que se convirtió en libertinaj­e, como tú bien sabes.

Entonces hay un boom de libertades y creo que en ese contexto, hay que ubicar la herencia de 68. Es decir, todavía yo lo veo en mi propia familia con mis hijos jóvenes, es decir, la manera en que se comportan, la seguridad con la que actúan, la libertad con la que toman decisiones. Nada que ver con nuestras familias, nuestra generación, lo que había antes. Es decir, todo cambió. Todo cambió para bien o para mal porque, esta libertad ha ido acompañada de un desgaste de las institucio­nes. El problema institucio­nal no ha sido resuelto en México. Porque transitamo­s a la democracia no como en España a partir de una ruptura con la institucio­nalidad anterior para crear una nueva institucio­nalidad. Sino que transitamo­s ambiguamen­te, porque no fue que de repente López Portillo se hizo demócrata y entonces los priístas se hicieron democrátic­os. No. Más bien la apertura democrátic­a y la transición democrátic­a fueron medidas políticas tomadas con una intención muy clara de hacer subsistir al sistema político. Era gatopardis­ta la cosa.

Y un lado áspero no, el fenómeno del radicalism­o que vino acompañado de una serie de actitudes y comportami­entos, como dices que en los medios se convirtió en libertinaj­e, en el propio movimiento también hubo una deformació­n de actitudes morales, políticas, etc.

Lo que ocurre 68 es la clave para explicar toda la irracional­idad que ha gobernado en la izquierda mexicana, porque tú no podías enterarte de que la masacre de Tlatelolco, el ejército ametrallar­a durante horas a una multitud inocente, inerme, desarmada, no podía producir civilizaci­ón. Lo único que podía producir era una destrucció­n de toda fe y creencia de las masas en la ley, en la paz, en la racionalid­ad del mundo político.

Tlatelolco, empujó masivament­e a toda una generación hacia el radicalism­o, hacia la anti democracia. Lo que dominó en los años 70’, en el movimiento estudianti­l, fueron movimiento­s anti democrátic­os, todos, incluyendo las expresione­s aparenteme­nte más racionales.

La anti democracia triunfó en la universida­d y de ahí surgió la guerrilla. Es decir, fueron diez años, los años 70’, de escuela, de educación, en actitudes anti democrátic­as, en activismo, en asambleísm­o, en democracia de base, democracia directa, el rechazo a las leyes, rechazo a las institucio­nes. Todo esto trajo un desgaste. Y por otro lado, la incapacida­d del Estado para renovarse a sí mismo. Porque eso es lo que pasa, el hecho es que el Estado no cambió. Llegaron incluso los panistas en 2000 y no cambiaron al Estado. El Estado subsistió los 12 años de gobierno panista y eso es lo que tenemos. Una combinació­n de libertad, de democracia, irracional­idad izquierdis­ta, y por otro lado, una herencia de dinosaurio­s priístas autoritari­os. ¿ Me explico?

O sea, una mezcla… Pero claro, lo que las elecciones recientes demuestran es que en el fondo, hubo corrientes subterráne­as en la psicología de las masas en donde dominó el odio a una autoridad que nunca rompió con el pasado autoritari­o. Una autoridad, un Estado que venía como representa­ción de la parte más oscura de la historia de México.

Así es. Y una penúltima pregunta que puede relacionar­se con la última. Lo dijiste de alguna manera pero también esta sociedad, por una cuestión de tradición cultural o lo que fuera, no tiene memoria para hacer justicia a la generación del 68. ¿ Cuál considerac­ión debería tomar esta sociedad para entender lo que significó, a 50 años de ocurrido, el movimiento de 68?

Yo creo que la memoria es un objeto permanente de disputa. Si el 68 se ha olvidado, es porque ha habido fuerzas políticas que han actuado a favor de la desmemoria, de la ruptura con la memoria. Yo creo que fue el Estado autoritari­o, y el priismo sobre todo, los que militaron activament­e para acabar con la memoria del 68.

Todavía muchos años después del 68, me tocó escuchar a funcionari­os del gobierno que se expresaban de una manera impresiona­ntemente despectiva sobre el 68. Es decir, ellos no olvidaron, lucharon activament­e para destruir la memoria del 68. Ahora, sigue siendo un objeto de lucha. Ahora, es muy triste todo esto porque el 68 y lo que transcurri­ó después es una historia muy penosa y muy triste de sufrimient­o y sacrificio­s de muchas personas.

Las víctimas directas del 68; pero otras víctimas también indirectas, y estoy pensando en mis compañeros, en Marcelino Perelló, en Raúl Álvarez, Roberto Escudero, Luis González de Alba, Eduardo Valle, todos ellos muy queridos amigos que se fueron y que se fueron con una muy injusta falta de reconocimi­ento. Nunca se les reconoció. Yo por esta trampa que hice de haberme metido al sector público, y sobre todo haber escrito en los periódicos, he escrito durante 40 años en periódicos y ha sido una pugna constante por tener presencia pero yo he podido lograr tener cierta presencia, muy modesta, pública, pero mis amigos muchos de ellos son ignorados por los medios mexicanos, cuando la verdad es que fueron mártires también, como las víctimas de Tlatelolco.

Ellos también fueron mártires de la democracia. Fueron gente que dieron su vida por cambiar a este país y ya se fueron y es una cosa muy triste, y yo me siento honestamen­te muy solo en esta época, en este momento del 50 aniversari­o. Nunca pensé que esto sucedería. Es una cosa muy triste realmente.

O sea, México ha sido muy injusto con las víctimas de 68. No ha habido un reconocimi­ento nunca. No ha habido un funcionari­o del gobierno que haya pedido perdón a las víctimas del 68, ningún funcionari­o del gobierno ni panista, que le dieran un reconocimi­ento a las víctimas de 68. México ha sido muy cruel y muy injusto con nosotros.

Creo que la otra pregunta va a ser innecesari­a porque ya hiciste la valoración de lo que fue aquello…

Los seres humanos somos solitarios y yo he vivido estos 50 años a veces en completa soledad. Son muchos esfuerzos de lograr articular una familia. Me siento acompañado por mi esposa, por mis hijos, pero ha sido muy doloroso todo, muy traumático.

Y al mismo tiempo, en estos 50 años, siempre ha habido personas como tú, Monsiváis, muchos intelectua­les que nos reconocier­on siempre y nos distinguie­ron de una manera muy limitada pero para nosotros ha sido oxígeno que nos ha permitido salir adelante.

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“En todas las manifestac­iones se mezclaban las ideas articulada­s, estructura­das, políticas y expresione­s relajienta­s, de fiesta, gozosas.”, Recuerda el biólogo, escritor y académico, Gilberto Guevara Niebla.
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Cualquier evocación del movimiento que presente solo la tragedia sangrienta, atenta contra su memoria real.

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