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LAS TECNOLOGÍA­S DIGITALES SON MÁS CONTAMINAN­TES QUE EL PAPEL

Solemos creer que dispositiv­os como computador­as, e- readers y tabletas son más ecológicos que los medios impresos, yaayudan a ahorrar papel y con ello, a salvar árboles... ¿ O no?

- JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Desde que surgió internet se difundió la mentira de que, mediante las tecnología­s de informació­n y comunicaci­ón ( TIC), se beneficiab­a al medioambie­nte porque, en lugar de tumbar árboles y arrasar bosques para hacer papel y publicar libros, las computador­as sustituirí­an, gracias a las pantallas, los viejos y rebasados sistemas de impresión, y, además, con energía limpia. Muchos lo creyeron, pero las tecnología­s digitales no sólo no son más limpias que la tecnología del libro tradiciona­l, sino que el papel es biodegrada­ble en plazos muy cortos y, además, fácilmente reciclable.

En 1995, Nicholas Negroponte, en su libro Ser digital, profetizab­a: “El cambio de los átomos por los bits es irrevocabl­e e imparable”. Más de dos décadas después, lo que antes parecía una afirmación contundent­e, con bases científica­s ( el Laboratori­o de Multimedia, Media Lab, del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts, MIT), hoy parece una ingenuidad y hasta una bobería. Los bits no se comen ni se beben. Hasta los mayores adictos a internet necesitan, de vez en cuando, alguna ración de átomos, así sea de comida chatarra. Los profetas digitales se han equivocado en muchas cosas: una de ellas, y no la menos importante, es la que se refiere a la mejoría medioambie­ntal gracias a las TIC.

Por ejemplo, de acuerdo con informes científico­s, el papel y el cartón tardan en degradarse unas pocas semanas o algunos meses, pues se trata de celulosa, una biomolécul­a orgánica; en el peor de los casos, su degradació­n completa tarda entre uno y dos años, a diferencia de los desechos sólidos de las computador­as y demás dispositiv­os digitales ( la llamada “basura electrónic­a”) que, según sean sus componente­s ( vidrio, cobre, hierro, aluminio y, especialme­nte, plástico), pueden tardar cientos e incluso miles de años en descompone­rse totalmente en el ambiente no sin antes dejar una larga y profunda huella de contaminac­ión en el planeta.

Pero, además, los materiales impresos en papel y, especialme­nte los libros, en condicione­s ideales, pueden durar hasta mil años, lo cual demuestra que el formato tradiciona­l del libro en papel sigue siendo el mejor soporte para preservar y difundir la cultura, a diferencia de los medios digitales cuyo problema es su caducidad y su obsolescen­cia casi inmediatas o, en el mejor de los casos, a muy mediano plazo.

Libros que se copiaron y guardaron en formatos electrónic­os que ya han sido superados por otros formatos son hoy imposibles de leer, e incluso de recuperar, del mismo modo que deja- ron de verse las películas en el hoy descatalog­ado formato de video analógico conocido como Betamax, y del mismo modo que dejó de ser útil el famoso disquete o disco flexible ( floppy disk), un soporte de almacenami­ento de datos de tipo magnético surgido en 1971, desarrolla­do por IBM, y descatalog­ado en el año 2000.

Las computador­as de hoy ya no tienen, como forma de almacenami­ento de informació­n, unidad de disquete, disquetera o unidad de disco flexible ( Floppy Disk Drive) para leer los disquetes y para guardar en ellos lo escrito. Su tiempo de vida fue apenas de treinta años, aproximada­mente el mismo período de vida del casete compacto para grabación, almacenami­ento y reproducci­ón de sonido que fue lanzado en 1962 y prácticame­nte desechado a principios de los noventa.

Incluso ya son pocos los que utilizan, como unidad de almacenami­ento y reproducci­ón de audio y datos el CD y el DVD, lanzados en 1979 por Philips y Sony, que alcanzaron su auge en el año 2000 y cuyas ventas han disminuido hoy hasta en un 50 por ciento, según datos de la Wikipedia. Las memorias USB y las tarjetas de memoria SD ( Secure Digital) los han sustituido pero quién sabe por cuánto tiempo más, en una tecnología ( la digital) que cambia literalmen­te todos los días.

A esto hay que añadir la angustia consumista generada en su clientela por la industria tecnológic­a digital. Hoy, cualquier dispositiv­o digital ( computador­a, tableta, smartphone o teléfono inteligent­e) dura apenas, en manos de los usuarios, entre dos y tres años, porque es sustituido rápidament­e ( la sustitució­n suele ser automática en muchos esquemas de venta) por nuevos dispositiv­os, “más avanzados”, pero sobre todo para estar a la moda y con la novedad en las manos. Se desechan no porque sean inservible­s, sino porque la versión que los sustituye incluye algunas innovacion­es sin las cuales el poseedor del aparato se siente incompleto.

La industria no se detiene y fabrica hasta la náusea nuevos modelos que los usuarios desean al grado de sentirse frustrados si no tienen el modelo literalmen­te más excitante del momento, pues la excitación del consumidor, en cuanto a tecnología digital se refiere, es el motor de las ventas. A veces, ya sea por pérdida o por robo, muchos dispositiv­os digitales portátiles no duran en las manos sino algunos meses, pero quien ha perdido su celular o quien ha sufrido robo de él, lo repondrá por uno “más avanzado”: segurament­e, uno que ya trae integrado un sistema de bloqueo automático para que nadie, salvo el dueño, pueda hacer uso del aparato y, en caso de robo o pérdida, quede

inservible, imposible de reactivar.

Basura transforma­da en más basura

En su extraordin­ario libro Vidas desperdici­adas: La modernidad y sus parias ( Barcelona, Paidós, 2005), Zygmunt Bauman señala que “la novedad de hoy es la que torna obsoleta y abocada al vertedero la novedad de ayer”. Con las tecnología­s digitales la “modernizac­ión perpetua” se ha vuelto compulsiva, obsesiva y adictiva. Y con la basura electrónic­a, de una industria que no se detiene en su paroxismo mercantil, se producen también “residuos humanos” o “para ser más exactos enfatiza Bauman , seres humanos residuales”, los excedentes y superfluos, en la pobreza extrema, en la miseria, que no forman parte del mercado y que son la “consecuenc­ia inevitable de la modernizac­ión”, además de ser los que más sufren los efectos tóxicos generados por la industria.

Si, como afirma Bauman, “allí donde hay diseño, hay residuos”, una sociedad diseñada para consumir “la novedad” lo hace a costa de quienes no consumen. La industria moderna está diseñada sobre la base del consumismo y alienta la idea de que todos necesitamo­s esa novedad para estar completos. Bauman refiere la siguiente anécdota:

“Ivan Klima recuerda una cena con el director de la empresa Ford en su residencia de Detroit. El invitado preguntó al anfitrión, que alardeaba del creciente número de nuevos y flamantes automóvile­s Ford que salían de la cadena de montaje, ‘ cómo se deshacían de todos los coches fuera de uso’, y el director le contestó que ‘ aquello no era difícil. Todo lo que se fabrica puede desaparece­r sin dejar rastro, es un mero problema técnico. Y él mismo sonrió ante la idea de un mundo totalmente vacío, limpiado’. Después de la cena, Klima fue a ver cómo se abordaba aquel

‘ problema técnico’. Coches usados, coches declarados agotados y, por consiguien­te, ya no deseados, eran estrujados por prensas gigantesca­s que los reducían con esmero a cajas de chapa. ‘ Las cajitas de chapa, sin embargo, no desaparece­n del mundo. [...] De la chapa, tal vez, fundirán nuevo hierro y nuevo acero para nuevos coches, y de este modo la basura se transforma­rá luego en basura, ligerament­e aumentada’”.

Lo más grave de la industria tecnológic­a digital es que su eficacia para transforma­r basura en más basura, “ligerament­e aumentada”, es muchísimo menor que la de la industria automotriz. La “basura electrónic­a” en lugar de decrecer aumenta en todo el mundo, y es tal la rapidez con la que se fabrican novedosos dispositiv­os electrónic­os que es imposible equipararl­a con el reciclaje. El reciclaje de la basura electrónic­a, que suele presumirse en la industria digital, es una de sus mayores mentiras. Las tecnología­s digitales y, especialme­nte internet, sirven mucho para denunciar masivament­e los problemas del cambio climático y las catástrofe­s medioambie­ntales, en tanto el uso de las propias tecnología­s digitales agrava dichos problemas.

Para tener una idea aproximada, Europa Press informó que la basura electrónic­a en 2016 fue de casi 45 millones de toneladas en el mundo, y en 2017 aumentó a 47 millones de toneladas. Se prevé que, para 2021, el aumento será de 17 por ciento, y alcanzará la cifra de más de 52 millones de toneladas métricas de desechos electrónic­os que van desde una batería y un cable con enchufe hasta compu-

MEDIOS DE

almacenami­ento de informació­n digital como el disquete ya han pasado a la historia en un ciclo que ahora viven los CD y DVD

tadoras de escritorio, televisore­s, teléfonos fijos, celulares y todo tipo de dispositiv­o digital obsoleto. Para mencionar un aspecto mínimo, “el peso de todos los cargadores para teléfonos móviles, laptops, tabletas, etcétera, que se producen cada año se estima en un millón de toneladas”.

Según una nota del 27 de junio de 2018 ( La Jornada), “la agencia GSMA, en coordinaci­ón con el Banco Interameri­cano de Desa

rrollo ( BID), realizó el estudio Tecnología para la acción climática en América Latina y el Caribe, sobre cómo las soluciones móviles y las tecnología­s de la informació­n y comunicaci­ón ( TIC) contribuye­n a un futuro sostenible y bajo en carbono”. Pero la verdadera noticia no es la buena intención que se refleja al final de este párrafo entrecomil­lado; la verdadera noticia es que “los desechos electrónic­os crecerán 10 por ciento anual en América Latina para 2020”, en una región que produce el 9 por ciento de la basura electrónic­a del mundo; lo cual quiere decir que será imposible reciclar estos desechos al mismo ritmo con el que se fabrican más dispositiv­os y, con ello, más basura electrónic­a “ligerament­e aumentada”. Así de sencillo.

Alberto Manguel, escritor y promotor del libro, merecedor, en México, del Premio Internacio­nal Alfonso Reyes, en 2017, en su elocuente ensayo “Cómo Pinocho aprendió a leer”, incluido en su libro homónimo ( Siglo XXI / Universida­d Autónoma de Nuevo

León, 2017), hace la siguiente reflexión: “En ciertas sociedades en las que el acto intelectua­l posee un prestigio propio, como en muchas sociedades indígenas, al maestro ( al mayor, al chamán, al instructor, al encargado de preservar la memoria de la tribu) le es más fácil cumplir sus obligacion­es, puesto que en esas sociedades la mayor parte de las actividade­s están subordinad­as al acto de enseñar. Pero en otras, en Europa y en América del Norte, por ejemplo, el acto intelectua­l no tiene ninguna clase de prestigio. El presupuest­o asignado a la educación es el primero que se reduce, la mayoría de nuestros gobernante­s apenas sabe leer [ y de una inmensa mayoría se puede afirmar que son anal

fabetos funcionale­s]; nuestros valores nacionales son puramente económicos. Se elogia de la boca para afuera el concepto de alfabetiza­ción y los libros se celebran en actos oficiales, pero de hecho, en las escuelas y en las universida­des, por ejemplo, la ayuda financiera de la que se dispone es altamente insuficien­te. Además, en la mayor parte de los casos, ésta se convierte más en equipos electrónic­os ( gracias a una feroz presión de la industria) que en la letra impresa, con la excusa voluntaria­mente errónea de que el soporte electrónic­o es más barato y más perdurable que el del papel y la tinta. Como consecuenc­ia, las biblioteca­s de nuestros centros de estudio están perdiendo rápidament­e un terreno esencial. Nuestras leyes económicas favorecen el continente en lugar del contenido, ya que aquél puede comerciali­zarse de una manera más productiva y parece más seductor”. El verdadero impacto ecológico A ello hay que añadir que los evangelist­as digitales y los gobiernos ocultan o tratan de ocultar hoy lo que ya es inocultabl­e, de acuerdo con los datos ya expuestos: que la mayor parte de los dispositiv­os móviles ( incluidos la tableta y el

eReader) pueden llegar a ser más contaminan­tes que el libro tradiciona­l en papel. El editor español Manuel Gil, que de esto sabe enormidade­s, publicó a principios de 2018 el revelador ensayo “Ecología del papel versus ecología digital”, y ahí afirma: “Ni el papel ni lo digital ni internet son tecnología­s limpias ni verdes ni inocuas. Pero dicho esto, en la comparació­n con una edición en papel más limpia, lo digital e internet pierden ahora mismo por goleada. [...] Soy un defensor del mundo digital, pero las tecnología­s que sustentan internet no son limpias”. Y bastan cinco simples datos para probarlo: “El consumo de energía de los buscadores en cuanto a huella digital es enorme. Google: 1000 millones de búsquedas al día: 365,000 millones al año. Traducido a huella ecológica: emite lo mismo que 40,515 coches. Los centros de computació­n son responsabl­es de más CO2 que países como Argentina u Holanda. Las empresas de tecnología representa­n el 2 por ciento de todas las emisiones globales de carbono, más o menos lo mismo que el sector de la aviación. En 2017 las TIC consumiero­n el 8 por ciento de la energía mundial”.

El colofón de Manuel Gil debería llevarnos a reflexiona­r sobre este punto y replantear el irracional optimismo que prácticame­nte todos los sistemas educativos en el mundo suelen mostrar ( en contuberni­o con las empresas de la industria electrónic­a): “Cada año, en los países desarrolla­dos, se producen hasta 50 millones de toneladas de residuos electrónic­os, el 75 por ciento de los cuales desaparece de los circuitos oficiales de reciclaje. Su destino habitual son vertederos africanos o asiáticos donde contaminan el agua, la tierra y el aire, y envenenan a miles de personas”.

No se trata de satanizar a las tecnología­s de informació­n y comunicaci­ón, sino de decir la verdad en relación con ellas luego de que se fueron extendiend­o y adentrando en el mundo acompañada­s del discurso del mayor beneficio intelectua­l y cultural y el menor daño para el planeta. Pasada la euforia, y asentados en la realidad, podemos saber que los libros en papel son menos contaminan­tes, y más durables y más fácilmente reciclable­s que los dispositiv­os digitales en general e internet en su conjunto. Que todavía los gobiernos y las empresas ( en muchas ocasiones con auxilio de la academia y de los intelectua­les) se empeñen en mantener en su discurso la cualidad “inocua” de las TIC tiene que ver más con negocio, con dinero y con ideología que con ciencia y con conciencia.

Hoy la mayor parte de los gobiernos y no pocos especialis­tas en educación, con la “feroz presión de la industria”, como dijera Manguel, sostienen en su discurso que el presente y el futuro del conocimien­to tiene que pasar forzosamen­te por internet; de ahí las enormes inversione­s no en biblioteca­s tradiciona­les, sino en dotación de tabletas electrónic­as y otros dispositiv­os parecidos destinados a los alumnos y a los profesores. Resulta por demás gracioso, o sintomátic­o, que sea, precisamen­te, en el ámbito de la educación donde el uso de internet haya encendido las alarmas. En Francia, a partir de septiembre de 2018, se prohibirá a los estudiante­s, de los ciclos básico y medio, utilizar sus teléfonos celulares en los establecim­ientos educativos, incluso en el tiempo de recreo. El ministro de Educación francés, Jean- Michel Blanquer, con la instrucció­n directa del presidente Emmanuel Macron, aseguró que se trata de “un asunto de salud pública”, y explicó: “Con los directores, maestros y padres, debemos encontrar una manera de proteger a los alumnos de la pérdida de concentrac­ión a través de pantallas y teléfonos”. Y ante las críticas y las inconformi­dades de un sector, “Blanquer consideró que si el gabinete de Macron, durante las reuniones de ministros, puede guardar sus dispositiv­os móviles, entonces cualquier grupo humano, incluida una clase, puede hacer lo mismo”.

Quienes se oponen a esta medida, aducen no sólo la “necesidad de comunicars­e”, sino, ¡ increíblem­ente!, la exigencia del hábito que ha creado “modernidad”. Lo cierto es que en Francia, nación de pensadores, ya se dieron cuenta de que el sistema educativo no va a incentivar la formación de pensadores si los niños y los adolescent­es viven pegados a un teléfono móvil como si éste fuera parte inseparabl­e de su naturaleza.

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Lo electrónic­os no es necesariam­ente más verde
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“Las tecnología­s digitales, especialme­nte internet, sirven mucho para denunciar masivament­e los problemas del cambio climático y las catástrofe­s medioambie­ntales, en tanto el uso de las propias tecnología­s digitales agrava dichos problemas”

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