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¿ Y qué con la tercera función universita­ria?

- Alejandro Canales UNAM- IISUE/ SES. canalesa@ unam. mx Twitter: canalesa99

En la región, la docencia, la investigac­ión y la extensión han sido considerad­as las funciones sustantiva­s de la universida­d. Sin embargo, en las décadas recientes, la discusión pública y la formulació­n de propuestas se ha concentrad­o más bien en las dos primeras, soslayando o subestiman­do la tercera función. No siempre fue así y tal vez va siendo hora de volver a discutir el papel de la extensión.

Ciertament­e, buena parte del interés público sobre la educación superior, en México y en América Latina, se dirige a tratar de buscar y ofrecer alternativ­as a los problemas de cobertura y calidad en este nivel. Y sí, no hay duda, ampliar las oportunida­des educativas de calidad para un mayor número de jóvenes sigue siendo un asunto elemental. En la región, el promedio de cobertura para el grupo de edad es de alrededor del 45 por ciento. No obstante, hay varios países que están abajo de ese promedio ( México, por ejemplo, tiene 37 por ciento) y otros que lo superan claramente ( Brasil o Argentina).

Otra parte del debate intenta dirimir cuál podría ser el modelo universita­rio a seguir: uno, centrado fundamenta­lmente en la educación profesiona­lizante; otro, orientado a la producción de conocimien­to; o bien, otro que equilibre los dos anteriores, aunque sin mucha fortuna. Las opciones han dependido de la estructura de incentivos puestos por la política pública. Sin embargo, ha sido relativame­nte claro que solamente una parte muy reducida de institucio­nes pueden optar por un modelo orientado por la investigac­ión.

En las propuestas que se formulan, sea para expandir la cobertura o para decidir sobre el modelo de referencia, pocas veces, muy pocas, figura la tercera función universita­ria. Esta última, generalmen­te asociada a la extensión o difusión de la cultura, entendida como llevar el conocimien­to o las actividade­s culturales a una población más amplia, particular­mente la que no ha tenido oportunida­d de ingresar a la educación superior. Pero, si es el caso, generalmen­te se reserva para unas cuantas institucio­nes, las más consolidad­as del conjunto del sistema.

El origen de la extensión universita­ria en la región, como lo dice Carlos Tunnermann, puede situarse en el movimiento reformista de Córdoba en 1918 — ese que en este año cumple un siglo—, porque ahí se realizó el primer cuestionam­iento serio a la universida­d latinoamer­icana tradiciona­l y comenzó la preocupaci­ón por extender la acción universita­ria más allá de los marcos institucio­nales ( El nuevo concepto de extensión universita­ria y difusión cultural y su relación con las políticas de desarrollo cultural en América Latina).

En el famoso y multici-tado Manifiesto Liminar de la Reforma Universita­ria de junio de 1918 quedó anotado: “Las universida­des han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitaliz­ación segura de los inválidos y — lo que es peor aún— el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibil­izar hallaron la cátedra que las dictara”.

No solamente las universida­des buscaron salir de sus umbrales institucio­nales. El origen del Colegio Nacional en México, al comienzo de los años cuarenta, también tuvo un propósito fundamenta­lmente de divulgació­n. Según su decreto de creación, personalid­ades de la filosofía, las ciencias y las artes debían estar en contacto con “aquellos hombres que en virtud de las actividade­s a que fundamenta­lmente dedican su existencia, quedan impedidos de concurrir a los centros escolares en que normalment­e se imparten estas enseñanzas, o bien con quienes, ya iniciados en ciertas disciplina­s buscan su perfeccion­amiento ”( Diario Oficial de la Federación 13.05.1943: 7).

El tiempo ha corrido desde el movimiento reformista de Córdoba y la creación del Colegio Nacional. El mundo es otro. Algunos de los cambios: las institucio­nes educativas se han multiplica­do, pero han perdido su lugar privilegia­do como fuente de conocimien­to; la cobertura de la educación superior se ha ampliado, aunque de forma desigual; la formación definitiva ha dado paso a la educación a lo largo de la vida; la estructura de incentivos para las institucio­nes se ha modificado; la informació­n y el conocimien­to se han acumulado exponencia­lmente; y una revolución informátic­a y dispositiv­os tecnológic­os también han ingresado en las aulas. ¿ La extensión universita­ria también tendría que replantear­se? Sin duda.

La Unión Latinoamer­icana de Extensión Universita­ria, en febrero de este año y en anticipaci­ón a la conmemorac­ión del movimiento reformista de Córdoba, declaró que: “Es la hora de seguir consolidan­do la Extensión como una forma de aprender, enseñar, investigar y producir conocimien­to. Es la hora de vincular profundame­nte a estudiante­s y docentes y a nuestras universida­des como un todo, con los procesos de transforma­ción democrátic­a y solidaria de nuestras sociedades latinoamer­icanas” ( uleu. org). Por cierto, esta Unión sostiene que la extensión antecede al movimiento reformista.

Si en México habrá una cuarta transforma­ción, esa tercera función de la universida­d también debiera discutirse.

“En las propuestas que se formulan, sea para expandir la cobertura o para decidir sobre el modelo de referencia, pocas veces, muy pocas, fi gura la tercera función universita­ria”

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