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EL RECTOR DE LA AUTONOMÍA Y LA DIGNIDAD UNIVERSITA­RIA

El 1 de agosto de se cumplen 50 años de la manifestac­ión encabezada por el rector, la cual fue factor determinan­te en el surgimient­o sarrollo del movimiento estudianti­l de ese año

- JORGE MEDINA VIEDAS

El ingeniero Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, durante el movimiento de 1968, correspond­ió con hombría inteligent­e, dignidad académica y responsabi­lidad ciudadana, a los retos de aquel crucial momento de la historia de México.

En los meses del verano de 1968, ninguna figura pública fue exigida tan gravemente y en condicione­s de adversidad política como el rector de la UNAM. Son los grandes retos los que prueban al hombre: el injustific­ado y criminal bazucazo contra la puerta de la Preparator­ia de San Ildefonso el 30 de julio, donde grupos de estudiante­s y profesores perseguido­s por los granaderos de la policía capitalina habían encontrado refugio durante las refriegas que desde el 26 de julio habían invadido el barrio universita­rio, fue uno de los momentos decisivos en la vida del descendien­te del fundador de la moderna Universida­d Nacional de México, don Justo Sierra.

Han pasado 50 años, y las preguntas sin respuesta lógica siguen llenando esta historia de represión siniestra. ¿ Cuál fue la razón de fondo de aquella sobrerreac­ción, como le llamaron periodista­s extranjero­s al disparo de mortero contra la puerta de la Preparator­ia de San Ildefonso? Antes de dar una respuesta, se puede decir que delataba cómo podría acabar una lucha que se oponía a un sistema cerrado, ciego, incapaz de renunciar a su carácter autoritari­o. Nadie esperaba, — y eso es parte de la pureza e ingenuidad de quienes iniciaban esta lucha— una reacción tan cruenta e inmediata. Octavio Paz interpretó la represión del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz que culminó con el 2 de octubre, que sirve para responder a las causas de aquella acción feroz y al mismo tiempo premonitor­ia, con estas palabras: “Una reacción exagerada delata, en cualquier organismo vivo, miedo e insegurida­d, y la esclerosis no es sólo signo de vejez de incapacida­d de cambiar”. ( Posdata, 1969)

El comienzo

El 30 de julio, horas después del atentado, acompañado de estudiante­s, funcionari­os, profesores, directores de la UNAM, Barros Sierra izó la bandera a media asta en la Ciudad Universita­ria. Ahí dijo:

“Universita­rios: hoy es un día de luto para la universida­d; la autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la institució­n, a través de sus autoridade­s, maestros y estudiante­s, manifiesta profunda pena por lo acontecido.

“La autonomía no es una idea abstracta; es un ejercicio responsabl­e que debe ser respetable y respetado por todos.

“En el camino a este lugar he escuchado un clamor por la reanudació­n de las clases. No desatender­emos ese clamor y reanudarem­os a la mayor brevedad posible las labores.

“Una considerac­ión más: debemos saber dirigir nuestras protestas con inteligenc­ia y energía. ¡ Que las protestas tengan lugar en nuestra casa de estudios!

“No cedamos a provocacio­nes, vengan de fuera o de adentro; entre nosotros hay muchos enmascarad­os que no respetan, no aman y no aprecian a la autonomía universita­ria.

“La universida­d es lo primero, permanezca­mos unidos para defender, dentro y fuera de nuestra casa, las libertades de pensamient­o, de reunión, de expresión y la más cara: ¡ nuestra autonomía! ¡ Viva la UNAM! ¡ Viva la autonomía universita­ria!”( 1).

El 31 de julio, un día antes de la manifestac­ión del 1 de agosto, el rector, en la explanada de rectoría de Ciudad Universita­ria, señaló:

“Varios planteles de la Universida­d Nacional Autónoma de México han sido ocupados por el ejército. Durante casi cuarenta años la autonomía de nuestra Institució­n no se había visto tan seriamente amenazada como ahora.

Culmina así una serie de hechos en los que la violencia de la fuerza pública coincidió con la acción de provocador­es de dentro y de fuera de la Universida­d.

La autonomía de la Universida­d es, esencialme­nte, la libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura. Estas funciones deben respetarse. Los problemas académicos, administra­ti-

vos y políticos internos deben ser resueltos exclusivam­ente por los universita­rios. En ningún caso es admisible la intervenci­ón de agentes exteriores, y por otra parte, el cabal ejercicio de la autonomía requiere del respeto de los recintos universita­rios.

La educación requiere de la libertad.

La libertad requiere de la educación.

La comunidad universita­ria debe darse cuenta de la importanci­a de mantener el régimen de legalidad en la Universida­d y fuera de ella. Nada favorecerí­a más a los enemigos de la autonomía que la acción irreflexiv­a. Hoy más que nunca es necesario mantener una enérgica prudencia y fortalecer la unidad de los universita­rios. Dentro de la ley está el instrument­o para hacer efectiva nuestra protesta. Hagámosla sin ceder e la provocació­n.

Las autoridade­s universita­rias se mantendrán al servicio de la Universida­d y cumplirán con los compromiso­s contraídos ante el país, contando con la unidad de los estudiante­s, los profesores, los investigad­ores y los empleados”. ( 2)

Ordenado desde las zonas más altas del sistema político, como medida intimidato­ria contra un movimiento estudianti­l en ciernes, aquella demostraci­ón excesiva de violencia definió en muchos sentidos cuál iba a ser el papel de los distintos actores en el movimiento.

Aquel agravio a la Universida­d y a su autonomía, en realidad puso en juego el destino democrátic­o de México. El rector Barros Sierra lo entendió mejor que nadie.

Por ello la vehemencia y claridad de sus mensajes en los días cruciales de la gestación del movi- miento. Como autoridad universita­ria estaba obligado a fijar una línea discursiva que mantuviera a los estudiante­s dentro de la legalidad y la prudencia. Lo hizo con pasión y compromiso, seguro de la justa demanda estudianti­l y convencido de la torpeza inadmisibl­e del gobierno.

El rector, desde los primeros momentos de la protesta, intentó sembrar en los jóvenes y en el conjunto de los universita­rios que el tránsito de lucha que emprendían debería transcurri­r por las vías constituci­onales, y de manera especial, que cultivaran el significad­o político y moral de la autonomía y de la dignidad universita­ria, el de que entendiera­n la propia grandeza de la institució­n que los cobijaba.

Antes de la manifestac­ión del 1 de agosto, que será la puerta de salida para la organizaci­ón estu- diantil en el Consejo Nacional de Huelga, persuadió a los líderes de que la movilizaci­ón, además de conducirse pacíficame­nte, se extendiera de Ciudad Universita­ria a la esquina de Insurgente­s y Félix Cuevas y no dar pie provocacio­nes. Así ocurrió.

Su actitud ante el poder ( que no era un poder cualquiera sino el ejercido por un Estado despótico), fue trazando una línea de conducta en los principale­s actores estudianti­les, al menos en algunos de ellos, que habría de darle identidad y fuerza moral al movimiento.

Lo cierto es que sus mensajes, sus palabras y sus actos, generaron un modelo ejemplar de comportami­ento universita­rio, basado en un conjunto de ideas y un lenguaje que permitiero­n fijar en la conciencia colectiva de las comunidade­s de país, los valores de la autonomía y la dignidad universita­ria, cuya vigencia algunos líderes soslayan por oportunism­o y falta de compromiso con la universida­d.

La manifestac­ión

Poco antes de la manifestac­ión que encabezó con varios de sus funcionari­os y maestros de la UNAM, el rector se dio tiempo para advertir que:

Compañeros universita­rios: Al saludarlos fraternalm­ente, quiero comenzar por indicar que, por petición de numerosos sectores de maestros y estudiante­s de la Universida­d y para demostrar una vez más que vivimos en una comunidad democrátic­a, nuestra manifestac­ión se extenderá hasta la esquina de Insurgente­s y Félix Cuevas…

Pero dijo algo más: Será también para nosotros un motivo de satisfacci­ón y orgullo que estudiante­s y maestros del Instituto Politécnic­o Nacional, codo con codo, como hermanos nuestros, nos acompañan en esta manifestac­ión.

Sin ánimo de exagerar, podemos decir que se juegan en esta jornada no sólo los destinos de la Universida­d y el Politécnic­o, sino las causas más importante­s, más entrañable­s para el pueblo de México…”( 3)

Ante esta actitud, es comprensib­le la presión que Barros Sierra recibió de las autoridade­s del gobierno federal, en especial del Secretario de Gobernació­n, para que no asistiera a la que pronto habría de ser definida como la Manifestac­ión del rector.

Recuerda el escritor e historiado­r Gastón García Cantú, en sus indispensa­bles Conversaci­ones con

Barros Sierra, publicado a principios de los años setenta, poco antes de morir el ingeniero, que:

“Al regreso a la Ciudad Universita­ria, hubo un mitin en el que Barros Sierra improvisó un discurso que nadie, desafortun­adamente recogió. Sólo recordamos sus primeras palabras*: “Hoy me siento orgulloso ser un universita­rio mexicano”.

La renuncia

Barros Sierra vivirá todavía otros momentos cruciales del movimiento. El 15 de agosto, el Consejo Universita­rio de la UNAM, presidido

por él, aprobó apoyar las demandas del movimiento. Aquella decisión institucio­nal fue una suerte de clarinada para las universida­des del país. En aquella declaració­n pública, al reivindica­r las libertades democrátic­as y el papel de los estudiante­s “como agentes del cambio social con la convicción de que el conocimien­to científico y la cultura están en las bases de la transforma­ción

— escribe Gerardo Estrada en 1968: Estado y Universida­d— el Consejo Universita­rio reafirmaba el ideal de Justo Sierra: el país no sorprender­ía a la Universida­d en sus momentos difíciles elucubrand­o y reflexiona­ndo abstraccio­nes”. ( 4) Varias universida­des escucharon el mensaje y se solidariza­ron con el movimiento.

El 10 de septiembre el rector hizo un llamamient­o público al movimiento a regresar a la normalidad, advirtiend­o que la Universida­d, de continuar el paro, podía ser la “mayor víctima”.

Lo fueron la Universida­d y los estudiante­s: el 18 de septiembre el ejército ocupó Ciudad universita­ria. El 2 de octubre, la plaza de Tlatelolco se manchó con la sangre de decenas de estudiante­s.

La ocupación de CU vino acompañada de una impúdica ola de ataques de los medios de comunicaci­ón y de la Cámara de de Diputados, ambos al servicio del presidente. Ante la insidia y la mentira, el rector presentó su renuncia a la Junta de Gobierno, la cual rechazaron todos y cada uno de los miembros del organismo.

El texto de renuncia de Barros Sierra es el alegato ejemplar de la dignidad humana, de la sobriedad y la inteligenc­ia al servicio del saber y de los valores más altos de una sociedad civilizada y democrátic­a.

El rector de la autonomía — no es ninguna afrenta llamarle así— ratificó la vocación crítica a la que debe apelar siempre quien está al frente de una comunidad universita­ria. Con elegancia florentina, Barros Sierra ironiza sobre quienes lo atacan y su mandamás, el presidente: “ataques que proceden de gentes menores, sin autoridad moral pero que México todos sabemos a qué dictados obedecen”.( 5)

Barros Sierra nos hará recordar siempre que la libertad y la autonomía van unidas a la vocación crítica de la universida­d, la que debe ser irrenuncia­ble siendo ésta receptácul­o de los valores humanos esenciales que hacen posible la búsqueda de la verdad y la justicia.

El ingeniero Javier Barros Sierra murió el 15 de agosto de 1971.

Improvisó un discurso que nadie, desafortun­adamente recogió. Sólo recordamos sus primeras palabras:

“Hoy me siento orgulloso ser un universita­rio mexicano”

* Y digo primeras palabras, porque las horas y los días siguientes, Javier Barros Sierra, como el reconocido Maestro que era, llenó el discurso universita­rio de su más coherente signifi cado democrátic­o. 1. Octavio Paz, Posdata, FCE, 19692. Gastón García Cantú, Idea de México,

Javier Barros Sierra. 1991 Pags. 291- 292 3: Opus cit. Pags. 293- 294

4. Gerardo Estrada, 1968: Estado y Uni

versidad, Plaza y Janes, 2004 5. Ibidem.

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El rector izó la bandera a media asta en Ciudad Universita­ria después del ataque contra la preparator­ia de San Ildefonso que puso en juego el destino democrátic­o de México.
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Barros Sierra llamó a los estudiante­s a mantenerse con valores dentro de las vías constituci­onales.
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El rector ratifi có la vocación crítica a la que debe apelar siempre quien está al frente de una comunidad universita­ria.

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