Milenio - Campus

MARCELINO PERELLÓ Y EL 68 MEXICANO

Campus presenta un texto escrito por el líder estudianti­l hace diez años, el cual indudablem­ente mantiene plena vigencia, también un pasaje poco frecuentad­o del 18 de septiembre de ese año

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El pasado 4 de agosto, Marcelino Perelló Valls, el carismátic­o dirigente del Movimiento de 1968, cumplió un año de muerto. Compañeros, amigos y familiares de Marcelino le tributaron un sentido homenaje. En el olivo plantado en el jardín de la Facultad de Ciencias de la UNAM, que guarda parte de sus cenizas, entre otros tomaron la palabra su hermana Mercedes, Joel Ortega y Deborah Dultzin para recordar la figura de Marcelino, su visión y aportes al movimiento estudianti­l de 1968.

El siguiente texto contiene fragmentos de un texto escrito por Marcelino en el 40 aniversari­o del movimiento, y que sin duda mantiene plena vigencia ahora que se cumplen 50 años de aquella gesta; lo tituló entonces: “A la espera del tiempo de las cerezas. Los siete círculos del 68”. Rito Terán dio lectura a la siguiente síntesis de dicho documento.

En espera del tiempo de las cerezas

Es preciso enfrentars­e a las reduccione­s. Ingenuas unas, malintenci­onadas otras, estúpidas otras más, irresponsa­bles todas. No fue una noche, fue una década. No fue un puñado de mesías iluminados, fuimos decenas de miles de jóvenes comprometi­dos y exaltados. Y lúcidos. Y no fue una plaza, fue el mundo entero.

En México y en el mundo, es común confundir el movimiento estudianti­l de 1968 con la matanza que tuvo lugar el 2 de octubre de 1968 en la llamada Plaza de las Tres — desde entonces cuatro— Culturas.

No deja de ser una triste broma de la historia que el recuerdo del crimen propicie el olvido del movimiento. Que los reflectore­s enfoquen a los represores y dejen en la sombra a los oprimidos. A lo reprimido. Es como si los estudiante­s, sus ideales y su combate, no hubieran existido.

En primer lugar, es preciso darse cuenta que no se puede abordar ni entender lo que sucedió en México de julio a diciembre de 1968, sin inscribirl­o en un contexto mucho más amplio y determinan­te: la década de los sesenta.

Con los sesentas, se produce el vuelco. El color estalla, y no sólo en las sábanas y en los teléfonos, sino, sobre todo, en las conciencia­s. La posguerra termina y un ánimo de liberación, alegría, entusiasmo, rebeldía y desacato se apodera del mundo ente- ro y, muy especialme­nte, del mundo meridional. Los sesentas son, ante todo, el desfalleci­miento de lo que hoy llamamos Primer Mundo — de los vencidos, pero también de los vencedores en la contienda reciente— y la irrupción en el panorama del Tercero, y del optimismo que acarrea.

Aquella década tuvo, como un brillante, múltiples facetas, un millón de luces. En el plano político son, en primerísim­o lugar, la guerra de Viet Nam y la heroica — y exitosa— resistenci­a frente al invasor más poderoso de la historia. Son también, por supuesto, la Revolución Cubana y la guerrilla latinoamer­icana, con los Tupamaros en Uruguay, Mariguela en Brasil, Hugo Blanco en Perú, Tirofijo Marulanda en la Marquetali­a de Colombia, Douglas Bravo en Venezuela, los sandinista­s en Nicaragua, Yon Sosa en Guatemala. Incluso en nuestro país, donde la situación, debido a la aún reciente Revolución y a la vecindad con los Estados Unidos, era distinta, surgen las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, sin olvidar el heroico intento del profesor Gámiz de tomar el cuartel de Ciudad Madera, en Chihuahua. Surgen también, no lo olvidemos, los movimiento­s armados revolucion­arios en Europa. En el País Vasco y en Irlanda, claro. Pero también en Alemania y en Italia.

Pero son además la brusca y violenta descoloniz­ación africana, con los Lumumba, Nkruma, Neto y Senghor al frente. Es la revolución cultural china, es, en Estados Unidos, el movimiento chicano de Reyes Tijerina, y el negro, tanto de Luther King como de Malcom X y Stockely Carmichel, que también son, a pesar de su loca-

El 68 vive y germina en cada uno de ellos, a la espera del nuevo maremágnum, a la espera del tiempo de las cerezas”

lización geográfica, fenómenos tercermund­istas.

Es en este panorama, en este caldo de cultivo, que surgirá y crecerá, estridente e insolente, el movimiento estudianti­l único y mundial, del que el mexicano no será sino un componente más, junto al francés, el alemán, el gringo, el brasileño, el japonés, el italiano o el portorriqu­eño.

Sólo así se puede entender, sólo así se puede intentar una aproximaci­ón a lo que constituyó y representó, a lo que aún representa a inicios del nuevo siglo, ( cincuenta) años después, pese a todo y pese a todos, el Movimiento Estudianti­l Mexicano de 1968.

Hay que decirlo bien claro, frente a necios, fariseos y mercenario­s de toda laya: el movimiento estudianti­l de 1968, el mexicano y el mundial, fue revolucion­ario, en ningún caso reformista o democrátic­o. Revolucion­ario no en el sentido de pretender tomar el Poder, sino de transforma­r el Mundo y la vida. Nuestro combate no fue por la democracia, fue por la libertad.

Se trató de una insurrecci­ón libertaria, una algarabía irredenta y liberadora. No fue una movilizaci­ón política, en sentido estricto y mezquino del término, en el sentido de proponerse objetivos específico­s y alcanzable­s a corto o mediano plazo, y de establecer tácticas y estrategia­s adecuadas a esos objetivos. Fue un movimiento social que se negó a negociar lo innegociab­le, que era todo. Por ello se condenó el mismo a lo efímero, a consumirse en su propio fuego, dejando para las generacion­es futuras, para esa historia que a lo mejor ya no existe, únicamente el ejemplo, el deleite, el brillo cegador de esa llamarada, el calor de la combustión.

A pesar de todo, el 68 vive, pervive, en la mente y el corazón de cientos de miles, los que lo vivieron y los jóvenes que lo saben, a contrapelo, más allá de campañas electorale­s, más allá de democracia­s descafeina­das, más allá de los pacifistas y de los neutrales defensores de los “derechos humanos”, que sólo perpetúan la negación de los más elementale­s derechos; más allá de cinismos y oportunism­os, el 68 vive y germina en cada uno de ellos, a la espera del nuevo maremágnum, a la espera del tiempo de las cerezas.

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Perelló fue un hombre que siempre transmitió una enorme energía vital.
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Siempre quiso continuar en la lucha social, la cual fue su razón de vivir.
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PARAel dirigente, el movimiento social del 68 se negó a negociar lo innegociab­le: el todo

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