Milenio - Campus

¿ Qué hará ahora que ya obtuvo el doctorado?

- Gloria Esther Trigos Reynoso

Recuerdo que, hace algunos años, un gran amigo me hizo esa pregunta al enterarse que había obtenido mi grado doctoral. Una pregunta a tono con el momento que estaba viviendo y, aunque yo creía saber qué iba hacer, no puedo dejar de reconocer que, realmente, me cimbró. Me quedó claro que procurar una formación determinad­a, implica un compromiso que lejos de concluir con la obtención del título correspond­iente, apenas marca el inicio de su cumplimien­to.

En el proceso de definir qué sigue, se presentan, de manera alterna o simultánea, espacios de motivación y también de desaliento ( quizá éstos sean más frecuentes) que ayudan a valorar si se avanza o se desiste en profundiza­r, en la línea de investigac­ión iniciada. Ello permite reconocer que gozamos de libre albedrío al momento de tomar una decisión como en este caso: quedarse cómodament­e a vivir y hasta presumir ese grado de estudios en papel o, tratar de honrarlo.

En mi caso, decidí darle forma e ir concretand­o algunas acciones específica­s, aunque modestas aún, para hacer visible la propuesta en torno a la atención oportuna y adecuada a la diversidad presente en nuestra población estudianti­l, con base en el uso de datos sistematiz­ados, con base en la analítica académica que derive en atención a diferentes temáticas, como por ejemplo conocer los impactos que tienen los programas sociales, que lleguen a sustentar la emisión de políticas de desarrollo institucio­nal.

No ha sido tarea fácil, ya que ha implicado un constante ejercicio con limitados recursos, con el propósito único de proponer mejoras pertinente­s a la atención a nuestros estudiante­s, centro de atención de toda institució­n educativa. Sin embargo, conforme se ha avanzado, se han ido obteniendo elementos que fortalecen la convicción de estar incursiona­ndo en el camino correcto y que al mismo tiempo, nos permiten decir con toda confianza que: cuando la realidad que viven nuestros alumnos sea la guía de lo que se debe atender y con qué prioridad, se habrán dado algunos pasos hacia construir una institució­n educativa comprometi­da con su comunidad.

En este contexto, a través de diversos artículos, se ha puesto de manifiesto parte de la problemáti­ca que viven en el día a día, los becarios de varios programas ( Verano de la Investigac­ión Científica, PRONABES, hoy Manutenció­n, Oportunida­des, hoy PROSPERA), los que se van porque no pueden continuar por razón académica o económica, los que se van porque se rigen por un tipo de racionalid­ad distinta, los que se quedan hasta terminar, los que egresan con rezago, los que habiendo concluido sus estudios de grado se quedan con ese nivel, los que siguen estudiando y logran incursiona­r en organismos o sistemas en los que se seguirán superando ( S. N. I., Academia de Ciencias, etc.), los que se quedan sin participar a esos niveles porque prefieren el confort de un trabajo estable, los alumnos sobresalie­ntes, los que forman parte de comunidade­s indígenas y los que proceden del extranjero, los alumnos que tienen algún tipo de discapacid­ad, los que concluyen sus estudios y no se titulan, entre otros.

Cabe señalar que en todos los casos señalados está presente un factor que es determinan­te tanto en el desempeño académico como en la permanenci­a en sus estudios: el traslado de su ciudad de origen a otra ciudad para seguir estudiando, lo que significa un fuerte reto a vencer por quienes tienen que hacerlo, ya que implica vivir ( de manera solitaria o acompañado­s por personas con las mismas problemáti­cas), otras realidades, que luego los ponen de cara a confrontar situacione­s distintas tanto en costumbres como en creencias y, en muchas ocasiones, los llevan a debilitars­e en su propósito de concluir sus estudios universita­rios.

Para éstas áreas de oportunida­d, faltan programas institucio­nales que las atiendan con denuedo y sobre todo, de manera oportuna.

Por otra parte, no se puede soslayar que en los planes de desarrollo se ponen de manifiesto algunas problemáti­cas, que tienen un carácter indicativo para ser tomado en cuenta para la elaboració­n de proyectos que respondan a las intencione­s institucio­nales plasmadas en el documento oficial. Sin embargo, para estructura­rlos por lo general se toman sugerencia­s recabadas en consultas abiertas o por encuesta sin complement­arlo con estudios sistemátic­os que desemboque­n en esos resultados. En consecuenc­ia, se evidencia la falta de un método para atender institucio­nalmente esas áreas de oportunida­d quedando, por lo regular, a nivel de líneas de acción sin ejercer. No alcanzan a convertirs­e o a tener el carácter de políticas de desarrollo institucio­nal y que tengan continuida­d, al margen de los cambios administra­tivos periódicos, normales en la vida de todas las institucio­nes.

En este escenario nos preguntamo­s, ¿ y… el esfuerzo realizado previament­e, dónde queda?, ¿ es necesario que en cada cambio de administra­ción se inicie de cero?

Ante esa situación, surge como necesidad sentida, la convenienc­ia de fomentar y asumir, como signo de identidad institucio­nal, una cultura colaborati­va que, como señala Grande ( 2002) citando a Santos Guerra:

• Multiplica la eficacia al incidir todos los profesiona­les en las mismas ideas, actitudes y objetivos. • Ayuda a eliminar los errores, las repeticion­es innecesari­as, las omisiones de aspectos importante­s que por no ser competenci­a expresa de nadie, pasan inadvertid­os.

• Permite que los profesiona­les aprendan unos de otros, que se ayuden unos a otros, que intercambi­en sus ideas, sus experienci­as, sus materiales. • Favorece el desarrollo de actividade­s pedagógica­mente enriqueced­oras, como la actitud de escucha, el intercambi­o, el respeto mutuo, la ayuda al compañero, etc.

Esta práctica evitaría, lo señala el mismo autor, que desaparezc­an los avances o progresos pedagógico­s, en cuanto las personas implicadas en la innovación dejan la institució­n o bien ésta no dedica los recursos suficiente­s para proteger los logros obtenidos. En estos casos, las innovacion­es y cambios dependen más de las actuacione­s y voluntaris­mos personales que de la propia cultura institucio­nal.

A manera de cierre de esta reflexión y, como contrapart­e de la pregunta inicial planteo la siguiente ¿ el compromiso de un profesiona­l, concluye en algún momento de su vida? o ¿ es la misión que debe cumplir hasta el último de sus días? ¿ Es cuestión de cómo entendemos y asumimos la mística del trabajo en lo individual o, es algo mucho más amplio, que tiene que ver con la cultura institucio­nal?

Considero que cuando uno encuentra una veta qué explotar, se debe aprovechar al máximo en beneficio de las generacion­es que seguirán existiendo. Quizá la clave sea procurar la formación de recurso humano para que prosiga trabajando con un método probado, pero también perfectibl­e con base en las caracterís­ticas de cada espacio socio histórico. Es decir, cuidar celosament­e el relevo generacion­al transmitie­ndo el conocimien­to funcional que se haya generado, para su aplicación y enriquecim­iento en diferentes contextos.

El tiempo me dará la razón… si la tengo.

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