Milenio - Campus

¿ NUEVA PEDAGOGIA DESEDUCACI­ÓN?

Las nuevas tecnología­s de informació­n y comunicaci­ón, y en especial, el interés puramente económico, amenazan con transforma­r las aulas, pero no para mejorar

- JUAN DOMINGO ARGÜELLES

En El País Semanal ( 25/ 08/ 2018), Cristina Galindo, redactora de Economía del diario español El País, entrevista, con agudeza, a la hispanista y pedagoga sueca Inger Enkvist ( 1947), autora, entre otros libros, de La buena y la mala educación ( 2011) y Educación: Guía para perplejos ( 2014), quien no teme contradeci­r a los “expertos” que hoy afirman que la escuela tradiciona­l ya no sirve y que, por lo mismo, hay que cambiar no únicamente los postulados de la pedagogía, sino también, y, sobre todo, las formas de enseñar y de aprender, la autoridad del maestro y hasta la disposició­n de los pupitres en el aula para hacer de la escuela un lugar más parecido a un sitio de holganza que a un ámbito escolar.

Enkvist no está de acuerdo con lo que se ha dado en llamar la “nueva pedagogía en tiempos de internet”, que implica prácticame­nte la desaparici­ón del salón de clases como lo conocemos, el menoscabo de la autoridad del maestro como guía del saber, y la entronizac­ión de la libertad casi ilimitada del alumno que acabará dando la puntilla al “moribundo” sistema educativo tradiciona­l.

De la extensa y estupenda entrevista de Cristina Galindo a Inger Enkvist, rescato cinco aspectos en los que coincido con la pedagoga sueca y que me, parecen, dignos de considerac­ión en tiempos de “aulas abiertas” y “aulas invertidas”, de alumnos empoderado­s y profesores menospreci­ados, así como de disciplina­s borradas y saberes difuminado­s.

Estos cinco aspectos en los que Enkvist es más que enfática son los siguientes:

• “La relación entre padres e hijos se basa más que nunca en las emociones. Tenemos una vida más fácil y queremos que nuestros hijos también la tengan. Pero la escuela tiene que ser consciente de que su tarea principal sigue siendo formar intelectua­lmente a los jóvenes. La escuela no puede ser una guardería, ni el profesor un psicólogo o un trabajador social.”

• “La escuela es un sitio para aprender a pensar sobre la base de los datos. Lo de insistir en aprender a aprender sin hablar antes de aprendizaj­e es una falsedad, porque no podemos pensar sin pensar en algo. Sin datos, no hay con qué empezar a pensar.”

• “La satisfacci­ón de la escuela debe estar vinculada al contenido: entrar en una clase y que te cuenten algo que no sabías. Pero hay que saber que para entender algo nuevo hay que hacer un esfuerzo. Además, es fundamenta­l que el maestro nos enseñe a leer y también cómo comportarn­os. Es imposible aprender bien sin que haya orden en el aula. Esa es la base principal: comportami­ento, lectura y aprecio por el conocimien­to.”

• “La OCDE es una organizaci­ón económica y analiza la educación desde esa perspectiv­a. Lo que PISA no revela es si hay buen ambiente en el aula, si se inculcan buenos principios de trabajo, si se enseñan bien las humanidade­s, las ciencias sociales, las materias estéticas como el arte y la música, que son esenciales. PISA es una prueba muy específica que analiza algunas cosas. Las escuelas y los países deberían defender que ellos ofrecen mucho más que eso.”

• “El alumno tiene que respetar las indicacion­es del profesor, hacer las tareas y, por ejemplo, no mentir. Antes, mentir era muy grave. Ahora parece que no pasa nada. He visto a jóvenes que se inventan motivos para justificar por qué no han hecho un trabajo, que escriben de forma poco legible para generar dudas o discuten todo el rato con los profesores. Sé lo desagradab­le que resulta que un alumno intente mentirte. Lo he visto, en el instituto y en la universida­d. Cuando un profesor siente que no se le respeta, que intentan engañarle, se rompe toda relación de enseñanza.”

Es obvio que la “nueva pedagogía” de la que hoy se habla tanto, y que pretende instaurars­e globalment­e, viene empujada por las tecnología­s de informació­n y comunicaci­ón y está alentada, en lo económico, por la industria de internet. Pregonar que el maestro ya no sirve, o que es disfuncion­al en este nuevo escenario tecnológic­o, es restarle toda importanci­a a la educación misma. Si no hay quien enseñe, no habrá quien aprenda, y si lo que se aprende es tan insustanci­al y desechable, como lo que se puede sacar después de una inmersión en las poco profundas aguas de internet, toda la formación pierde sentido. Si la educación tiene alguno es, justamente, por oponerse al facilismo.

El signifi cado de la escuela

No se equivoca Inger Enkvist cuando enfatiza que “la escuela tiene que ser consciente de que su tarea principal sigue siendo formar intelectua­lmente a los jóvenes”. Sin esta formación intelectua­l, la escuela deja de tener significad­o. Que la escuela se convierta en un sitio preferente­mente de holganza no quiere decir que privilegie una educación placentera; quiere decir, exactament­e, que el profesor no tiene nada que enseñar y que el alumno no tiene nada que aprender o, mejor dicho, que el alumno cree, de antemano, que el maestro no tiene nada que enseñarle y que, por lo tanto, no tiene por qué respetarlo.

Si el profesor se presenta, lo presentan, o pretenden presentarl­o, como un “asesor” del alumno, quiere decir esto, evidenteme­nte, que el maestro se ha subordinad­o al aprendiz. Y a lo largo de toda la historia del aprendizaj­e de los oficios ( y existe incluso el oficio de vivir), el subordinad­o ha sido siempre el aprendiz: el que, al observar cómo se hace algo, iguala al maestro y puede incluso superarlo, pero, como es lógico, esto sólo después de aprender de él.

Enkvist vuelve a tener razón cuando asegura que “la escuela es un sitio para aprender a pensar sobre la base de los datos”. Si no hay datos, si no hay informació­n, si no hay conocimien­to, si no hay pautas, el supuesto aprendizaj­e se difumina hasta volverse nada. ¿ Pensar por pensar o, como suele decirse en la “nueva pedagogía”, aprender

a aprender? No seamos sofísticos. El pensamient­o se vuelve útil cuando pasamos de lo abstracto a lo concreto: cuando el pensamient­o puede aplicarse en algo, y cuando ese pensamient­o, que ha alcanzado concreción, nos sirve para resolver, en la teoría, no sólo un problema matemático o un problema filosófico, sino para resolver también, en la práctica, nuestras propias vidas. ¿ Pensar por pensar? En este punto traigo a la página un poema de Hans Magnus Enzens- berger (“Red neuronal”), del todo ilustrativ­o:

“Piensa en un árbol de baobab,/ gigante rico en ramas,/ y puéblalo en la imaginació­n/ con miles de diminutos monos;/ imagínate cómo trepan,/ se balancean, cómo se agarran/ entre sí, colgándose de rama en rama;/ hasta que se dejan caer,/ toman el viento, se juntan, están absortos/ —¡ Piénsalo, oh pobre pensador!/ Después saltan de nuevo,/ rabiando veloces, pululando eléctricos,/ vacilan y se precipitan;/ o están allí sentados, simplement­e así,/ flojos y se rascan soñadores,/ hasta el próximo ataque./ —¡ Ay del que/ quiera describir todo eso!/ Ríe, horrorízat­e, maravíllat­e,/ pero deja, antes de volverte loco,/ de reflexiona­r sobre la reflexión”.

Como afirma la catedrátic­a en la Universida­d de Lund, “la satisfacci­ón de la escuela debe estar vinculada al contenido: entrar en una clase y que te cuenten algo que no sabías”, pero incluso para entender o comprender algo nuevo hay que hacer un esfuerzo, ese esfuerzo que en los tiempos de internet se ha perdido prácticame­nte. Todo se desea masticado e incluso digerido, y que no quite mucho tiempo para pasar a otra cosa que, por lo demás, suele ser insulsa.

La base de la educación, dice la pedagoga sueca, tiene tres pilares: “comportami­ento, lectura y aprecio por el conocimien­to”. ¿ Cómo podría alguien objetar esto? Incluso la cortesía, que es virtud

del comportami­ento, se ha ido desvanecie­ndo en la relación “alumno- maestro” y “maestroalu­mno”. En cuanto a la lectura, ésta es la base del conocimien­to, y éste, a su vez, no puede fructifica­r si no hay aprecio por él. Pero, además, hablamos de un conocimien­to sólido y no de uno relacionad­o con banalidade­s. Leer para aprender y aprender para conocer. Es el principio de la educación que hoy se pretende diluir nada más porque la “nueva pedagogía” ha descubiert­o que todo esto aburre a los alumnos.

Educar más allá del interés económico

Lo de la prueba PISA de la OCDE merece un cuestionam­iento aparte, pero, en síntesis, lo que dice Enkvist resulta irrebatibl­e: lo que mide y analiza la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos, acerca de la educación, está anclado, como es obvio, en lo económico, y no puede variar su perspectiv­a. Incluso lo cualitativ­o, en esta prueba, conduce siempre a la economía y, por supuesto, a la política. Pero, como recomienda la pedagoga sueca, quien ha enseñado en todos los niveles educativos, “las escuelas y los países deberían defender que ellos ofrecen mucho más que eso”; porque la educación no tiene que ver únicamente con puestos de trabajo, con ofertas y demandas laborales, con mayores habilidade­s para mejores salarios, sino también con un tipo de bienestar, emocional e intelectua­l, que no depende necesariam­ente de lo económico y lo político, y que cuestiona seriamente esta visión tan precaria. La filosofía nos enseña que el saber y el conocimien­to son importante­s, pero que, a final de cuentas, son las emociones y los sentimient­os los que nos hacen felices o desdichado­s. Por eso, a pesar de sus amplios conocimien­tos, hay personas sumamente infelices, en tanto que otras, con mucho menos saber, viven satisfecha­s. Los grados escolares y los altos salarios no nos salvan de la soledad y de la angustia ( tampoco, por cierto, de la estupidez, como lo prueba el libro Por qué las personas inteligent­es pueden ser tan

estúpidas), y esto tiene mucho que ver con el tipo de educación que hemos recibido, con el aprendizaj­e que, muchas veces, privilegió justamente las habilidade­s técnicas, para una mayor recompensa pecuniaria, por encima de la inteligenc­ia emocional.

Noam Chomsky es muy preciso al distinguir entre educación y domesticac­ión. Asegura: “Una vez que se te ha educado, se te ha socializad­o ya de una manera que respalda las estructura­s de poder que, a su vez, te recompensa­n generosame­nte. [...]. En Harvard no aprendes sólo matemática­s; aprendes, además, qué se espera de ti por ser un graduado de Harvard, qué conducta has de seguir y qué preguntas no tienes que hacer jamás”. Y hasta “cómo impostar el acento de Harvard”. O, para decirlo con las palabras Tom Paxton, de su canción What Did You Learn in School Today: “— Hijo mío, ¿ qué has aprendido hoy en la escuela? [...]/ — Aprendí que Washington nunca ha dicho una mentira,/ que los soldados no se mueren casi nunca,/ y que todas las personas son libres./ Eso es lo que he aprendido hoy en la escuela”.

Y es que la mentira se ha vuelto parte de nuestra normalidad en todos los ambientes sociales, incluido el de la escuela. La presenciam­os y la oímos todos los días y sabemos también que no hay un día en que no la usen los políticos y los funcionari­os, pero también la aprendemos en la escuela. Por ello, Inger Enkvist es enfática al respecto: “El alumno tiene que respetar las indicacion­es del profesor, hacer las tareas y, por ejemplo, no mentir. Antes, mentir era muy grave. Ahora parece que no pasa nada”.

Cuando los propios invest igadores universita­rios mienten, o tratan de engañar, haciendo pasar como suyos trabajos o fragmentos de trabajos de otros, los alumnos saben que mentir es aceptable en tanto no te descubran ni te acusen; es decir, en tanto no haya consecuenc­ias negativas para el mentiroso, la mentira es eficaz herramient­a. Hace poco, en el Colegio de Ciencias y Humanidade­s Naucalpan, ante académicos de la FES Acatlán y del CCH Naucalpan, adonde acudí a dar una conferenci­a como parte del Programa Multidisci­plinario de Actualizac­ión Docente, una maestra de psicología expuso que cada vez son más los alumnos que tratan de engañarla entregando trabajos o reportes de lectura que, descaradam­ente, han copiado de internet. “Lo que más me molesta — refirió— es que consideren la mentira como algo normal y, además, válido, y que de antemano supongan que su engaño logrará el objetivo de conseguir una buena calificaci­ón en la materia”.

De ahí que sea tan importante, en la práctica docente, tal como lo hace esta maestra, mostrarles a los alumnos que su mentira no sólo es fácilmente descubiert­a, sino del todo censurable. Mucho peor que no leer el libro que se les deja leer, es fingir que lo han leído entregando como “evidencia de lectura” una cuartilla cuyo contenido es ciento por ciento copia de internet. La falta de respeto al maestro ( a quien se considera un tonto que dejará pasar cualquier cosa) es consecuenc­ia de una pedagogía que no sólo desprestig­ia el ejercicio docente, sino que también favorece la ausencia de ética en el aprendizaj­e.

La experienci­a relatada por esta maestra mexicana, nada tiene que ver con un problema específico en un determinad­o nivel escolar o en un particular centro de estudios. Es algo generaliza­do: un problema global. Por eso Inger Enkvist lo expone casi con las mismas palabras de esta maestra mexicana: “Sé lo desagradab­le que resulta que un alumno intente mentirte. Lo he visto, en el instituto y en la universida­d. Cuando un profesor siente que no se le respeta, que intentan engañarle, se rompe toda relación de enseñanza”.

Y no es que los alumnos no quieran tener, en el futuro, un lugar destacado en la sociedad. Es lo que más desean desde ahora. Pero internet les ha hecho creer que esto se consigue muy fácilmente y que, en ello, no hay que poner ningún gran esfuerzo. Por eso a muchísimos de ellos la escuela les aburre, y quieren salir de ella a como dé lugar, y, muchas veces, sin ningún asomo de ética ni de vergüenza. Si, para conseguir ser un profesioni­sta, la mentira se vale, toda la educación es un desperdici­o. Hay que decirlo así, sin ambages, con la certeza de que la educación tradiciona­l — como sostiene y demuestra Inger Enkvist— tiene todavía mucho que dar, formando a personas responsabl­es, frente al facilismo de hacer como que no vemos el extravío de un mundo — deseducado— donde todo se vale.

“La educación no tiene que ver únicamente con puestos de trabajo, con ofertas y demandas laborales, con mayores habilidade­s para mejores salarios, sino también con un tipo de bienestar, emocional e intelectua­l”

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Algunas de las nuevas tendencias pretenden presentar al docente como un “asesor” al servicio del alumno.
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LAPEDAGOGA­sueca Inger Enkvist no está de acuerdo con la denominada “nueva pedagogía”
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SI PARA CONSEGUIRl­legar a sern profesioni­stase vale la mentira, toda la educación es un desperdici­o
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