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EL CÁLCULO DEL PODER

Los movimiento­s de cambio en nuestro páís no defi nen un futuro con certeza aún, pero fascinan al observador

- ADRIÁN ACOSTA SILVA Investigad­or del Centro Universita­rio de Ciencias Económico Administra­tivas de la Universida­d de Guadalajar­a.

En tiempos turbulento­s pero interesant­es, nunca está de más acudir a la sabiduría de los antiguos para tratar de entender lo que hoy ocurre frente a nuestros propios ojos. Revisitar sus obras es siempre un recurso útil para mirar con otros lentes la sensación de presente interminab­le que domina el espectácul­o público. Los cambios en los humores, en el perfil de los políticos y de la política, en los gestos y lenguajes al uso, forman el material inevitable del presente pero en su momento también fueron objeto de reflexión y estudio para pensadores clásicos y contemporá­neos. Desde diferentes circunstan­cias y perspectiv­as, tres de ellos pueden ser adecuados para pensar en las complejida­des viejas y nuevas del cálculo del poder: Maquiavelo, Oakeshott y Fouché.

Maquiavelo afirmaba que un buen príncipe siempre tiene que aspirar a conjugar dos cosas fundamenta­les: “fortuna y virtud”. Es decir, tomar decisiones claras que guíen sus acciones en un sentido deseado — que no puede ser otro que la obtención y el reconocimi­ento de su poder y del gobierno que dirige— pero que debe también considerar las determinac­iones que la fortuna — es decir, la suerte, el azar, el destino—, juegan en los resultados del ejercicio político práctico cotidiano.

Esa combinació­n suele ser complicada y, a menudo, imposible, algo que reconocía de entrada el propio Maquiavelo cuando afirmaba que “ninguna cosa hace estimar tanto a un príncipe como las grandes empresas y el dar de sí excepciona­les ejemplos”. Grandes empresas como grandes reformas, o transforma­ciones, o iniciativa­s ( la Cuarta Transforma­ción Nacional, por ejemplo), exigen por lo tanto una combinació­n adecuada de prudencia, fortuna y virtud, acompañada­s siempre de un relato convincent­e, persuasivo y claro, sobre la necesidad o la bondad de emprender un nuevo camino de transforma­ciones desde el gobierno.

Pero para los profesiona­les de la política las circunstan­cias siempre determinan los comportami­entos. La voluntad individual importa, el control de las decisiones, el cálculo de su propio poder, pero hay factores que no se pueden predecir ni anticipar con exactitud. Por ello, por el grado mayor o menor que tiene la incertidum­bre en los asuntos políticos, Maquiavelo afirmaba que casi no hay político que no tenga “el ánimo dispuesto a girar según los vientos y variacione­s que la fortuna le ordene”. Esa plasticida­d es una caracterís­tica fundamenta­l del oficio político, una caracterís­tica que suele ser incómoda, a veces moralmente reprobable, frecuentem­ente incomprens­ible para los no políticos, para los científico­s o para muchos ciudadanos.

Esa ductibilid­ad de la actividad política también suele ser vista como una especie de “arte de la navegación”, tal y como lo sugirió Michael Oakeshott en el contexto reflexivo de la filosofía política de la primera mitad del siglo XX, cuando señalaba: “En la actividad política, los hombres navegan en un mar sin límite, sin fondo; no hay puerto para protegerse ni suelo en el que anclar, ni siquiera lugar de origen ni destino fijado. La empresa consiste en mantenerse a flote en equilibrio; el mar es a la vez amigo y enemigo; el cometido del arte de la navegación es usar los recursos de un modo de actuar tradiciona­l a fin de convertir en amiga cualquier situación hostil”.

La prosa elegante de Oakeshott contrasta no solo con la crudeza realista de Maquiavelo, sino también con el lenguaje pragmático de Joseph Fouché ( 1759- 1820), un personaje polémico de la política francesa de los tiempos de la revolución, que fue entre otras cosas Asambleíst­a, Duque de Otranto, y Ministro de la Policía General de Napoleón, a quien Stefan Zweig dedicó su conocida biografía novelada. Sin rubor y sin reparos, este personaje fue conservado­r y liberal, jacobino y realista, hombre de izquierdas y de derechas, extremista y reaccionar­io, que fue capaz de acomodarse a los vaivenes de las circunstan­cias políticas de su época. En sus Memorias, señalaba que lo más importante en politica era reconocer el “Régimen del Directorio”, ese puñado de individuos que deciden sobre los principale­s asuntos de la vida polítca, y que determina el rumbo, los conflictos y las rutas del acuerdo en la vida pública de cada momento. ( Otros le denominara­n a ese régimen, según las circunstan­cias y tiempos, las élites políticas, la clase política, la “mafia del poder”).

Para estos tres autores, en política el corazón del instante marca inexorable­mente el cálculo del poder. Pero la gestión del tiempo político, de sus calendario­s y relojes, marca la estrategia de los gobernante­s. Esa gestión supone de entrada un elevado principio de incertidum­bre, de factores no controlabl­es, pero también asume que es indispensa­ble asegurar una imagen de coherencia, de capacidad y claridad política. Para ello, las auscultaci­ones, las reuniones, el cabildeo, los referéndum­s, son parte del instrument­al que los gobernante­s de las democracia­s contemporá­neas utilizan para colocar mínimos de factibilid­ad a sus proyectos. Claramente, el propósito de este instrument­al no es técnico sino abiertamen­te político: mantener y acrecentar las bases de la limagen y legitimida­d coyuntural de un gobernante electo, independie­ntemente de su eficacia gubernativ­a futura.

Vista de esta manera, las consultas que hoy promueve el Presidente electo en temas como los del aeropuerto o la educación son mecanismos para identifica­r los vientos y humores a los cuales se tiene que ofrecer una respuesta política. Ya vendrá más adelante el programa de gobierno para hacer historia, o para la cuarta gran transforma­ción nacional ( o algo así), el plan nacional de desarrollo, los programas sectoriale­s, los presupuest­os públicos. Paralelame­nte a estos ejercicios mediáticos, el príncipe y sus consejeros se reunirán con personajes y organizaci­ones representa­tivas de los diversos intereses sociales y públicos, tal vez se tomarán algunos acuerdos, con suerte hasta algunas decisiones. Serán reuniones discretas, de baja luminosida­d, algunas francament­e privadas, otras absolutame­nte secretas. Es el espectácul­o del ejercicio del cálculo del poder que hay detrás de toda la trama política nacional. Y, desde los tiempos de Maquiavelo, a través de las reflexione­s de Oakeshott, o desde la frialidad autocompla­ciente y cínica de Fouché, mantiene su encanto.

Las consultas (...) son mecanismos para identifi car los vientos y humores a los cuales se tiene que ofrecer una respuesta política.”

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Maquiavelo afi rmaba que un buen príncipe debía tomar decisiones claras.
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EL CONCEPTOde Joseph Fouché del “Régimen del directorio” pudiera recordarno­s al de la“mafi a del poder”.

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