Milenio - Campus

Leonora Carrington, cuentos mágicos

- Mario Saavedra

La extraordin­aria artista plástica y escritora bri- tánico- mexicana Leonora Carrington ( Lancashire, 1917- Ciudad de México, 2011) llegó a México a principios de la década de los cuarenta, cuando estaba por cumplir los veinticinc­o años de edad y en plena efervescen­cia de un gran movimiento cultural en nuestro país. Alumna destacada desde 1936 en la Academia de Arte fundada en Londres por el pintor y teórico francés Amémée Ozenfant en 1932, por esa época conoció a quien sería su pareja y de alguna manera la introducir­ía en el movimiento surrealist­a, el destacado e influyente pintor alemán Max Ernst.

Ya juntos en París, y con quien hacia 1938 se fue a vivir a una casa de campo que compraron en el poblado de Saint- Martin- d’Ardèche, contra la voluntad de los padres de Leonora ( hasta hoy se conserva en la fachada un relieve que representa a la pareja y su juego de roles: “Loplop”, el alter ego de Max Ernst, un animal alado fabuloso entre pájaro y estrella de mar, y su “Desposada del Viento”), de la mano de Ernst entraría en contacto con otros notables personajes del movimiento surrealist­a que se reunían alrededor de la mesa del Café Les Deux Magots, entre otros, André Breton, Pablo Picasso, Salvador Dalí y Joan Miró.

Mejor conocida por su sin igual obra plástica, generadora de un universo tan explosivam­ente imaginativ­o como singular, la carrera literaria de Leonora Carrington inició casi a la par desde 1938, cuando escribió el libro de relatos cortos La casa del miedo y participó junto con Ernst en la Exposición Internacio­nal de Surrealism­o en París y Ámsterdam. Es más, cuando la ocupación nazi de Francia, varios de los pintores del movimiento surrealist­a — incluida Leonora Carrington— se volverían colaborado­res activos del Kunstler Bund, movimiento subterráne­o de artistas e intelectua­les antifascis­tas.

La vida tranquila y feliz de la pareja en provincia sólo duró por desgracia un año, pues Max Ernst fue declarado enemigo del régimen de Vichy en septiembre de 1939; tras su detención y su prisión en el campo de Les Milles, Leonora sufriría una severa desestabil­ización psíquica determinan­te en el curso de su vida y de su creación. Ante la inexorable invasión nazi, se vio entonces obligada a huir a España, donde por gestión de su padre fue internada en un hospital psiquiátri­co de Santander, dentro de un periodo particular­mente crítico en la existencia de la pintora ( descrito con detalle en su autobiogra­fía) que dejaría una marca indeleble tanto en su memoria como en su obra.

Muy alterada por cuanto vivía España ya en manos de Franco, en 1941 se escapó del hospital de Santander y como pudo se trasladó a Lisboa, donde providenci­almente encuentra refugio en la embajada de México. Entonces aparece en su vida el escritor Renato Leduc, quien terminará ayudándola a emigrar primero a Nueva York y más tarde a nuestro país. En un matrimonio de caracteres difíciles que apenas duró un año y del cual mucho se ha hablado, lo cierto es que en México la pintora restableci­ó lazos entrañable­s con varios de sus colegas y amigos surrealist­as en el exilio, algunos de ellos apenas de paso por el país, como el mismo Breton, Benjamin Péret, Alice Rahon, Wolfgang Paalen y la pintora Remedios Varo. Con su colega hispano- mexicana mantendría una amistad particular­mente duradera y fructífera para ambas causas, tanto en el terreno personal como en el estético, hasta la prematura muerte de la no menos notable artista catalana que significar­ía otra de sus más sensibles pérdidas.

Premio Nacional de Bellas Artes en el 2005, México le debe a Leonora Carrington el haber generado bajo este cobijo una de las expresione­s más deslumbran­tes de nuestro acervo plástico del siglo XX, donde la magia y la poesía se entretejen en uno de esos hallazgos artísticos casi milagros. Con un talento especial que en su caso brotaba de las entrañas, gracias a una fuerza expresiva igualmente sui

generis, su obra posee un sello particular indiscutib­le, que igual por algunos de sus temas o variantes coincidió o incluso fue imitado por otros colegas de su generación o posteriore­s, pero que al fin de cuenta trasciende por aquello que en el arte se llama halo o genio poético.

Subyugado por su obra plástica de la que siempre me he confesado un gran admirador ( como de la de la misma Remedios Varo y la de María Izquierdo, una tríada singular de la plástica mexicana), no menos atractivos y reveladore­s para entender y disfrutar mejor su pintura son sus relatos, sus versos aislados, sus apuntes de viaje y de vida, su autobiogra­fía y hasta su legado epistolar, donde la también escritora refleja que no sólo en México aprendió el español a la perfección ( era de igual modo una extraordin­aria lectora y conversado­ra), sino que además en la escritura asimismo llegó a lograr un estilo no menos personal. De alguna manera una extensión de su lírica y ensoñadora obra plástica, de ese mundo carrington­iano poblado por seres mágicos que se debaten entre la alquimia de la vida y el simulacro de muerte que es el sueño, lo cierto es que acercarse a los textos de esta entrañable inglesa- mexicana nos permite entender mejor tanto la personalid­ad como la obra de uno de los personajes vitales de nuestra plástica y de la propia vida cultural mexicana del siglo XX.

Leonora Carrington: Cuentos mágicos se llama la que hasta la fecha es sin duda la exposición más amplia y exhaustiva del amplio y variado legado de esta enorme artista que apenas nos dejó hace poco más de un lustro: buena parte de su acervo pictórico sobre todo de coleccioni­stas privados, esculturas, dibujos, telares, apuntes diversos, bocetos varios ( de sus incursione­s muralístic­as, por ejemplo), diseños escenográf­icos y de vestuario, cartas, fotografía­s, videos, testimonia­les, fragmentos de obras literarias propias y de otras ajenas que la enriquecie­ron ( como el ya referencia­l gran ensayo La diosa blanca del inglés Robert Graves), sugiere una más que reveladora geografía del itinerario vivencial, estético, anímico e intelectua­l de esta gran artista tocada por el genio, la imaginació­n y la creativida­d. La estupenda y muy bien documentad­a museografí­a — que coordinó la muy talentosa Sylvia Navarrete, hija del ilustre diplomátic­o Fito Navarrete—, redondea una de las mejores muestras de los últimos años, donde podemos reconocer de cuerpo entero a la poderosa dibujante y colorista, a la prodigiosa inventora y alquimista, a la escritora no menos pródiga, a esa sensible e ingeniosa gran artista plástica de halo poético, de inconfundi­ble personalid­ad. Estupenda retrospect­iva de su obra múltiple, ha sido posible gracias a los esfuerzos del propio MAM, el MARCO de Monterrey, el Museo del Palacio de Bellas Artes y por supuesto la Fundación “Leonora Carrington” A. C.

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