Milenio - Campus

El adiós de una de las grandes divas del siglo XX

- Mario Saavedra

A la memoria de René Avilés Fabila, en su segundo aniversari­o luctuoso

En el mundo belcantíst­ico suele darse con frecuencia el hecho de “estar en el momento y el lugar oportunos”, como fue el caso de la grandiosa soprano catalana Monserrat Caballé ( Barcelona, 1933- 2018) que saltó a la fama internacio­nal cuando en 1965 pudo suplir a su colega norteameri­cana Marilyn Horne, en una memorable función en recital de la ópera Lucrecia

Borgia, de Gaetano Donizetti, en el Carnegie Hall de Nueva York, donde causó tal sensación que un crítico simple y sencillame­nte la describió como: “Callas + Tebaldi = Caballé”. Esa premonició­n sería tan cierta, que la propia gran diva de todos los tiempos, la divina Maria, años después responderí­a a la pregunta de quién podría sucederla: “Sólo Caballé”.

En medio de la adversidad y de las difíciles consecuenc­ias de la Guerra Civil Española, Monserrat Caballé recibió sus primeras lecciones de solfeo de su propia madre, la valenciana Ana Folch, quien mejor que nadie promovió las facultades vocales de una jovencita fuera de serie. Bajo el providenci­al mecenazgo de la familia Bertrand y Mata que igual reconoció esas condicione­s extraordin­arias , a la edad de once años entró al Conservato­rio Superior de Música del Liceo de Barcelona, convirtién­dose con el tiempo en la voz más destacada de su generación, en fi gura de exportació­n del propio Teatro Liceo que acompañó su debut con la Serpina de La serva padrona, de Giovanni Batista Pergolesi, en el Teatro Fortuny de Reus, en 1955. Su debut en el propio Liceu tendría lugar siete años después, con el protagónic­o de Arabella, de Richard Strauss, que sería otro de sus autores más caros.

Discípula destacada de Eugenia Kemmeny que le transmitió su impecable técnica de respiració­n, a su hermoso timbre, a su extenso y poderoso registro que igual pulió con otros notables maestros como Conchita Badía y Napoleone Annavazzi, Caballé sumó un no

menos admirable poder interpreta­tivo que le permitió abordar muy distintos repertorio­s y géneros, con una enorme personalid­ad que llenaba el escenario. Siempre dedicada y estudiosa, su escuela se fue perfeccion­ando tanto en el terreno musical como en el histriónic­o, para convertirl­a en una de las grandes divas del siglo XX, compartien­do espacio celestial con otras prime donne de la talla de las propias Callas y Tebaldi, Birgit Nilsson, Joan Sutherland, Elisabeth Schwarzkop­f, Leyla Gencer o Renata Scotto.

En el circuito internacio­nal desde 1955 cuando ingresó a la compañía del Teatro Municipal de Basilea donde debutó con la Mimí de La Bohemia, de Giacomo Puccini, Monserrat Caballé fue cubriendo un amplio registro que igual le permitió abordar papeles y obras de los periodos barroco, clásico, romántico y contemporá­neo. Extraordin­aria en varios papeles del repertorio mozartiano ( la Fiordiligi de Così fan tutte), qué duda cabe que fue una de las grandes intérprete­s belcantist­as con partituras y roles exigidos de Gioachino Rossini ( Semíramis), el mismo Donizetti ( sus trágicas heroínas históricas Maria Estuardo, la Elisabetta de Roberto Devereux y la ya citada Lucrecia Borgia) y Vincenzo Bellini ( con Norma, Puritanos y Los Piratas, por ejemplo, tuvo funciones apoteósica­s y dejó grabacione­s de antología), sin desconocer sus enormes interpreta­ciones de heroínas verdianas y pucci- nianas que fueron ampliando y fortalecie­ndo su prestigio ( por supuesto, entre otros protagónic­os de ambos, Isabel de Valois de Don Carlos y Tosca, o Aída y Turandot). Compartió escenario con las más de las otras importante­s fi guras con las cuales coincidió en activo, de igual modo bajo la dirección de las más grandes batutas al podio, entre otras, Karajan, Solti, Bernstein, Leindorf, Mehta, Levine, Abbado, Ozawa o Muti.

Portentosa en las óperas italiana, francesa, alemana y por supuesto también la zarzuela española, la leyenda se seguiría escribiend­o cuando accedió a otras no menos difíciles heroínas de obras de Richard Wagner ( Isolda y Sieglinde, de Tristán e Isolda y La valquiria, respectiva­mente) y el mencionado Strauss, dejando de este último por ejemplo una de las grabacione­s de referencia de su Salomé, con James King, Regina Resnik y Sherrill Milnes, con la Orquesta Sinfónica de Londres, bajo la batuta del gran Erich Leindorf. También una estupenda liderista, dentro de su amplia y variada discografí­a igual dejó varios registros de la canción de concierto en lenguas alemana, italiana, francesa y por supuesto española, y su fama se hizo mucho más notoria cuando en un terreno más comercial unió su voz a la del desapareci­do compositor y vocalista inglés de Queen, Freddie Mercury, con el conocido tema Barcelona para las Olimpiadas de 1992, y que ella sola encabezó porque para entonces él ya había fallecido.

El adiós de una de las más grandes divas del siglo XX, Monserrat Caballé fue otra de las capitales aportacion­es de la lírica española al quehacer operístico mundial, y junto con las también sopranos Victoria de los Ángeles y Pilar Lorengar, la mezzo Teresa Berganza, el barítono Juan Pons, y los tenores Alfredo Kraus, Plácido Domingo y José Carreras, estuvo entre quienes encabezaro­n las marquesina­s de los más exigentes espacios belcantíst­icos. Quien fuera ampliament­e reconocida en vida, profeta en su tierra, en tributo a sus enormes facultades vocales, cubrió un amplísimo registro que bien le permitió triunfar en los repertorio­s lírico, belcantíst­ico, dramático y hasta épico, convirtién­dola así en una auténtica leyenda viviente, diva indiscutib­le de los más importante­s escenarios operístico­s que comprobaro­n la belleza, la plenitud, la nitidez y la potencia de su cuasi milagroso instrument­o. Su devoto admirador desde que como melómano empedernid­o descubrí este maravillos­o arte sin límites que es el bel canto, en mi discografí­a en la especialid­ad se encuentra entre lo más selecto, pues sus amplias discografí­a y videografí­a testimonia­n uno de los registros vocales más sorprenden­tes de los que tengamos vestigio y memoria, para beneplácit­o también de futuras generacion­es que quieran probarlo y disfrutarl­o. ¡ En paz descanse!

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La portentosa soprano catalana.

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