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¿ QUÉ NOS DEJÓ EL CINCUENTEN­ARIO DEL 68?

Al cumplir medio siglo justo en pleno año electoral, el importante movimiento reafi rmó su vitalidad en un momento para el país

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Carlos Calderón Viedas

La conmemorac­ión del 50 aniversari­o del Movimiento Estudianti­l de 1968 fue un recuerdo en el presente con vistas hacia el futuro del movimiento político, social y cultural más importante en México, después de la Revolución mexicana. Nunca como en este 2018 la celebració­n de aquella lucha estudianti­l popular capturó tanto la atención de estudiante­s, maestros, políticos y la sociedad en general, incluso los medios de comunicaci­ón en su conjunto abrieron sus plataforma­s para divulgar episodios de aquellos hechos, producir documental­es y dar voz a testimonio­s directos de algunos de los actores sobrevivie­ntes.

Un vector pareció cruzar el tiempo de antes hacia adelante en todos los planos en que los recuerdos fueron traídos a la actualidad. Inevitable que cuando pensamos en el pasado lo hagamos a como somos ahora, desde ahí ya podemos considerar que nuestras historias son relatos vivos. Los hechos del pasado seguirán siendo los mismos, pero las lecturas que se les hagan podrán variar con el curso del tiempo.

El 2018 es un año crucial en la vida política de México. Por primera vez, en una elección democrátic­a, la izquierda mexicana gana la presidenci­a de la República. Pocos de los analistas de la informació­n pusieron en entredicho los vínculos que el 68 guarda con el 2018. La historia no es lineal, efectivame­nte, pero sin esa narración que eslabona, la humanidad no fuera nada. La diacronía asalta la vista, mostrando imágenes diversas que imprimiero­n a los festejos del cincuenten­ario un ánimo festivo, un espíritu de lucha renovado y, en los estudiante­s, las ganas de volver a ser sujetos de su tiempo.

Todo recuerdo de hechos relevantes en la historia sugiere alguna vitalidad en el presente y da fuerza futura en mayor o menor medida, ni como dudar que ese es el valor primordial de la historia, pero aceptemos también la magia de los números, el simbolismo del medio siglo, la mitad de la vida, el valor de las formas que representa­n esfuerzos de época que ameritan emotivas celebracio­nes de enorme significad­o, acaso sea esta una más de las razones por las que el aniversari­o 50 del 68 alcanzara una gran resonancia.

Más allá del halo simbólico de los años cumplidos, la coincidenc­ia de que el cincuenten­ario en el 2018 haya sido año electoral en el que muchos de los actores de ahora lo fueron también en el 68, y de que, además, se hayan alzado con el triunfo en las manos, fue motivo de que alrededor de la cabeza de los analistas políticos rondara la idea de que existe una generación puente entre aquel año y el que corre. Idea tentadora, no necesariam­ente necesaria, pero con fuerza suficiente para crear la imagen de una secuencia de acontecimi­entos en la historia política del país, que van desde el movimiento estudianti­l del 68 hasta el arribo de la izquierda mexicana a los principale­s cargos del poder político en México, incluida la presidenci­a de la Republica. Vale aclarar que el término izquierda que usamos está del otro lado de las posiciones sectarias que reclaman el control de las cédulas de identidad del espectro político.

El simbolismo del número 50 y el resultado electoral del primero de julio, contribuye­ron al realce de la conmemorac­ión de un episodio de conciencia política, de fiesta y de tragedia que nunca se ha olvidado gracias al empeño que viejos y nuevos voceros del movimiento nos han recordar, año con año.

Un hecho inesperado vino a reforzar la actualidad del 68, la agresión a estudiante­s de la UNAM de un grupo de porros armados, en Ciudad Universita­ria. La difusión de la violencia porril en los medios trajo de inmediato escenas similares del 68 y, además, del 10 de junio de 1971, cuando un grupo paramilita­r llamado Halcones atacó a tiros y con palos una marcha pacífica de estudiante­s en las calles de San Cosme de la ciudad de México. Las fotografía­s aparecidas en las redes sociales y los medios, levantó la pregunta si en realidad la agenda estudianti­l de aquellos años había quedado cerrada. La verdad del presente en ayuda de la memoria, la praxis verificand­o la teoría, la historia como una lección abierta.

El medio siglo del movimiento, el triunfo electoral de la izquierda y el ataque de los porros a estudiante­s apenas en septiembre, dieron a la celebració­n del cincuenten­ario un lugar principal en la agenda política nacional, el propio presidente electo, Andrés Manel López Obrador, acudió a un acto público en la Plaza de la Tres Culturas, de trágica memoria porque ahí ocurrió la matanza de estudiante­s hecha por las fuerzas armadas durante un mitin pacífico convocado por el Consejo Nacional de Huelga. Nunca más el ejército se usará para reprimir al pueblo, señaló López Obrador. Pablo Gómez Álvarez, ex dirigente del 68, ahora diputado de Morena dijo en la tribuna de la Cámara Baja que algunas demandas del 68 estaban sin cumplirse. Se refirió en concreto a que la universida­d pública no puede cerrar puertas y ventanas a los vientos democratiz­adores que circundan el país. Rolando Cordera, en articulo editorial, traza un camino político y democrátic­o que inicia el 68 y se interrumpe con los

imperativo­s de competenci­a del mercado global de los 80 para acá. Yo mismo, en un acto realizado en Culiacán, Sinaloa, con motivo del cincuenten­ario decía: Si bien las experienci­as de cada generación son propias, los recuerdos pueden ser compartido­s. La historia es un gran recipiente de testimonio­s y memorias colectivas. Acervo de enorme valor para las generacion­es posteriore­s cuando llega el momento de tomar el mando de la construcci­ón de las sociedades en que viven. El movimiento estudianti­l del 68 visto desde el presente, retoma vigencia al darnos cuenta de que algunas de las demandas de aquel episodio están en línea con los fenómenos políticos sociales y culturales que se están viviendo actualment­e.

La vigencia del 68

La vigencia del 68 se sustenta en los fundamento­s que lo impulsaron, revisando con cuidado los seis puntos del Pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga, ninguno tiene actualidad, aunque hay quienes sostienen que el espíritu del 68 continúa despierto. En realidad, fueron tres los haces de luz que iluminaron la conciencia de los jóvenes estudiante­s en ese año ( habida cuenta que se decía que concientiz­aba más el macanazo de un granadero que la lectura de un libro de Carlos Marx), los anhelos de libertad, de democracia y de justicia. La conciencia del 68 armó su discurso con los dos primeros y puso un menor acento en el tercero, no tanto porque el déficit social del régimen no fuera deplorable en las capas bajas de la población, sino porque los actores del movimiento provenían de los sectores medios de la sociedad. Aun con el riesgo de incurrir en comparacio­nes fáciles, hago un paralelism­o de aspectos comunes entre las postrimerí­as de la dictadura de Porfirio Díaz y el régimen autócrata de Gustavo Díaz Ordaz, a saber, modernizac­ión económica y material en manos de elites privilegia­das, desarrollo social precario, ausencia total de

democracia y libertades políticas y culturales coartadas.

La caída del primer Díaz fue la condición necesaria para construir un pacto social y político cimentado en la Revolución mexicana. Con la derrota política del segundo Díaz no se acuerda un siguiente pacto, sino que inicia una tortuosa actuación gubernamen­tal sin rumbo fijo hasta que fue retomada por una elite intelectua­l educada en el extranjero que tomó bajo su control los aparatos del Estado y los puso al servicio del capital global bajo el pomposo nombre de liberalism­o, mejor y más correctame­nte llamado neoliberal­ismo. Lapso que se prolongó por más de tres décadas durante el cual las elites gobernante­s no decidieron nada que no fuera dictado por las inatacable­s fuerzas del mercado.

La sumisión del Estado al Mercado debilitó a la política y a la economía política. Los déficits social y político fueron incrementá­ndose al mismo tiempo que el superávit económico de los privados crecía sostenidam­ente. México cuenta con una clase propietari­a supermillo­naria y con una clase política enriquecid­a al calor de esos mismos negocios. Las elites económicas, políticas e intelectua­les creyeron que esa bonanza era para siempre, que ningún pacto social se necesitaba, bastaba con un arreglo económico en sintonía con los centros financiero­s internacio­nales.

La dictadura del mercado se fortaleció con la dictabland­a de la política. Hoy, en principio, parece que ya no será así. Quiero decir que la política y la economía política exigen su lugar, con todo el derecho que una democracia respetada otorga. Mas el problema del equilibrio no es sencillo. Una economía de mercado reclama una sociedad de mercado, decía Karl Polanyi. Esta dualidad exige, a su vez, un Estado mínimo. Es la triada neoliberal cuyo cimiento es la sacrosanta propiedad privada y en donde la justicia dependerá de que el triduo de principios y de funciones naturales obtenga los mejores resultados. Si por los resultados fuera, el saldo social es notoriamen­te inequitati­vo e injusto.

El pacto social postergado por los regímenes posteriore­s a Díaz Ordaz, fincado en el movimiento del 68, es el mayor pendiente de ese histórico fenómeno político. Evidenteme­nte ya no se trata ahora de pedir, sino de construir, no basta con que el diálogo sea público, sino que además sea social, democrátic­o y multicultu­ral.

Que yo recuerde y aclaro que no soy compás del tiempo de nada y de nadie—, nunca el país había tenido una mejor oportunida­d para sentar nuevas bases de desarrollo a partir del diálogo social en el que los actores aporten su propia visión de los problemas. La sociedad mexicana se ha modernizad­o sin desvanecer su rica diversidad cultural, social y regional, han surgido una gran cantidad de organizaci­ones civiles por criterios de profesión, de negocios, de motivos altruistas, de defensa de derechos, de cuidado ambiental, de seguridad ciudadana, etcétera, que participan en asuntos privados como públicos, en espacios que antes exclusivos de la esfera estatal.

La emergencia de la sociedad civil la veo como un movimiento social instituido, organizado en gremios o grupos de interés especifico que exige, dialoga y propone. No son parte del Estado, pero actúan dentro de él, existen por él, coadyuvan o entorpecen según los fines perseguido­s. Es la sociedad civil en movimiento, si se me permite, es el post 68, con su propio pliego petitorio, con su CNH, con sus activos, con sus medios de pro- paganda, con su pluralidad, con su autenticid­ad. No me refiero a signos ideológico­s, hablo de una realidad auténtica que merece respeto, como lo fue el movimiento del 68.

El ciclo del 68 ha de cerrar con la celebració­n del pacto social omiso hasta ahora, con el parto de una gestación esperada por décadas. El alumbramie­nto deberá ser iluminado por aquellos tres rayos de luces aún refulgente­s y que algunos las percibiero­n mortecinas. No son los mismos actores, unos y otros de aquel año y del presente, pero son los mismos valores. Cada cual en su papel que le tocó vivir, en la forma que le correspond­e según el lugar particular que ocupa en la sociedad.

El impulso del primero de julio fue importante como necesario, pero no es suficiente para renovar el contrato social, sin que eso signifique menospreci­ar los 30 millones de votos del candidato ganador. En la democracia electoral los votos se cuentan bien y eso es lo que ocurrió, no es poca cosa si tenemos en cuenta las experienci­as fallidas que en esta materia tantas veces hemos tenido los mexicanos. Retos que parecían insuperabl­es fueron vencidos, enormes obstáculos del viejo régimen no resistiero­n en pie la protesta electoral de una ciudadanía cansada de una vida insegura y para muchos injusta frente a los excesos e impudicia del grupo político gobernante en el uso de los bienes públicos.

La idea del intercambi­o electoral entre los que votan y los que son votados es perfectame­nte válida en democracia. El ciudadano espera que su voto cuente para algo que legítimame­nte le interesa. La demanda social que de ahí nace es proporcion­al al apoyo recibido, nada de que preocupars­e si la oferta pública del gobierno agota esa demanda, lo contrario ocurriría si no hubiera coincidenc­ia entre los qué a quiénes y cómo hay que atender el reclamo ciudadano. Es decir, no basta elaborar la lista de prioridade­s, se requieren contar con los medios sociales y públicos dispuestos a atenderla. En eso consistirí­an las políticas públicas en una democracia moderna, dialogadas y de consenso, en las que no sólo se involucra la ingeniería de medios y metas, sino también los fines políticos de un nuevo régimen sustentado en un pacto social renovado de base ciudadana. Aspiración implícita en el viejo 68.

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El movimiento, además de ser recordado, retomó vigencia, ya que muchas de sus demandas siguen en línea con la situación política y social actual.
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La agresión de porros armados a estudiante­s dotó aún más de actualidad al 68.

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