Milenio - Campus

Medina

- Roberto Rodríguez Gómez UNAM. Instituto de Investigac­iones Sociales. roberto@ unam. mx

Parecía un toro si se enojaba: enrojecía y hacía ademanes con énfasis. Pero eso era a veces, solo cuando la ocasión lo ameritaba. Por el contrario, normalment­e era un hombre de muy buen talante, simpático, conversado­r y sobre todo respetuoso: un caballero. Quiso el azar que conversára­mos la noche antes de su final, por una impertinen­cia mía. Lo llamé tarde y para preguntarl­e si el número de aniversari­o aún estaba en formación porque tenía algo que componer. Me atendió, me dijo que no me preocupara y que enviara la corrección. Me dijo también que le gustaba lo último que había enviado al Campus y que, en general, sentía que el suplemento había finalmente logrado un buen balance entre las notas educativas y las culturales, que estaba satisfecho. Algo más conversamo­s y eso fue todo. Noté algo en su voz que me hizo pensar que no él estaba bien. Luego llamé a Calos Pallán y él me dijo que pensaba lo mismo, y que deberíamos preguntar sobre su estado de salud. Poco después nos enteramos.

La noticia me dejó helado, tal cual. No la esperaba, porque él decidió no molestar a sus colegas haciéndole­s saber que estaba grave. Saber su muerte me llevó a hurgar en la memoria ¿ cuándo lo conocí? ¿ cómo era? ¿ cómo nos relacionam­os en el tiempo? ¿ qué puedo decir de su persona? ¿ qué me dejó, que se lleva?

Mi historia con Jorge se remonta a la creación de Campus, su idea, su proyecto. A mediados de 2002 ¿ sería junio, julio? nos convidó un desayuno en la Casserole, en Insurgente­s. Recuerdo la presencia de Pallán, Muñoz, Canales y Gilberto Guevara, tal vez había más. Nos dijo que él pensaba que en la escena periodísti­ca de ese momento había lugar para un suplemento dedicado a los problemas universita­rios y nos preguntó si teníamos interés en participar. Comentó también que él se encargaría de la colocación, administra­ción y edición del producto. Sugirió, por último, que con los que aceptaran se formaría un primer consejo editorial para que, en colectivo, discutiéra­mos acerca del contenido y enfoque del proyecto.

Los primeros años nos reuníamos, los colaborado­res de Campus y su director, con cierta frecuencia y constancia. Siempre en desayunos y normalment­e en los primeros días de la semana. Primero en algún Sanborn´sy en los últimos tiempos en el restaurant­e del Club España. Invariable­mente Jorge liquidaba la cuenta de todos. En esas que querían ser, aunque no eran, juntas de trabajo la conversaci­ón giraba en torno a temas de política mundial y de México, asuntos educativos de coyuntura, y eventualme­nte a cuestiones relacionad­as con la marcha del suplemento. Pero recuerdo esas reuniones como plática de amigos y colegas, no como sesiones formales de consejo, ni mucho menos.

Nos reuníamos también, sobre todo en los primeros años del suplemento, a festejar la publicació­n de los números de aniversari­o. En varias ocasiones nos invitó Jorge a su casa con motivo de su cumpleaños o para cortar la rosca de reyes el 6 de enero. Tengo un recuerdo muy grato de esas celebracio­nes y estoy seguro de que todos sus invitados lo tienen también, porque era un extraordin­ario y generoso anfi trión.

Fuera de lo laboral y lo social muchas veces platiqué con Jorge de otros asuntos, cuando nos encontrába­mos y a veces por teléfono. Conversaci­ones de literatura y cine: era un hombre muy culto, pero no un exhibicion­ista, lo que tiene mayor mérito. No pocas veces el diálogo con él era sobre hijos, los de él o los míos. Entonces le brillaban los ojos, sus hijos, me consta, le importaban más que cualquier cosa. Otro tema recurrente en esas conversaci­ones eran los pendejos. Perdón por la palabra, pero él así califi caba a quienes veía socavar el país desde sus bases, fracturar las institucio­nes, romper las reglas de la civilidad política, y no darse cuenta de ello. Notaba el deterioro, veía síntomas de crisis y ello le preocupaba sinceramen­te.

Se dice que un hombre, una mujer, se conservan jóvenes en la medida en que están enterados de lo que pasa a su alrededor. En ese sentido Medina era un muchacho: siempre sabía qué ocurría, no solo en materia noticiosa, también de novedades literarias, modas, deportes, avances tecnológic­os, espectácul­os, cultura y un largo etcétera. No recuerdo una sola vez que haya comenzado un comentario con “en mis tiempos”, el presente era también su tiempo, de él era un protagonis­ta más, un jugador.

Como a todos, le gustaba tener razón, pero le gustaba más y animaba su curiosidad conocer el argumento de su interlocut­or, aprender y enriquecer su punto de vista. Por eso era fácil discutir con Jorge: podía no cambiar de opinión, pero entendía las razones de la diferencia si esta prevalecía. Lo recuerdo así y se que lo voy a extrañar mucho. Es cursi pero cierto: cuando un amigo se va deja un espacio vacío.

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EN 2002, Jorge Medina reunió a los que se convertirí­an en pilares de Campus
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