CARTA A LOS LECTORES DE CAMPUS
Jorge Fausto Medina Viedas, mi padre y fundador de Campus Milenio, falleció la madrugada del jueves pasado. No alcanzó a ver la edición de aniversario que construimos a marchas forzadas, pero con determinación y esfuerzo, y que se había postergado por su enfermedad.
Desde 2008, tengo el privilegio de colaborar en Campus.
Han sido 10 años en que hemos presenciado a la educación superior de México luchar por un lugar más digno y protagónico en la sociedad de este país. Quiero pensar que este suplemento semanal ha hecho su labor para lograr el objetivo. Y eso, sin duda, fue misión y visión de su fundador.
Esta partida es particularmente dolorosa por dos razones. La primera es obvia: se trata de mi padre, el hombre que me enseñó el mundo, que me instó a la lectura y fomentó mi pluma, que me acercó al mundo de la educación y los medios, y que me permitió ser parte de este proyecto, que ha sido su orgullo desde su concepción.
La segunda, tiene que ver con Campus. Aunque él ya no había sido parte activa del suplemento en los últimos meses, desde que tomó posesión como director general de Televisión Educativa, siempre opinaba sobre detalles del suplemento antes de publicarse. Era selectivo con sus consejos, pero siempre lograba imprimir su propio sello a la tinta.
Campus se volvió nuestra forma de convivencia, aunque eso a veces causara naturales fricciones entre padre e hijo, mentor y aprendiz. Pero dimensioné desde un principio la titánica y significativa labor de lo que él consideraba un llamado: ser un defensor de la autonomía universitaria y la educación pública, crear un espacio de difusión de la labor académica y volvernos vocero de las instituciones educativas frente a la sociedad.
De la mano de Jorge Medina Viedas, Campus tomó un lugar preponderante en la educación superior del país. Han sido 16 años de luchar por ello. Y la labor se ha cumplido. Pero no se detiene aquí.
Hace tiempo, mi padre dijo una frase que quedó impresa
en mi memoria: La causa de mi vida es la universidad.
Y aunque hablaba de la Universidad con mayúsculas, se refería, en el fondo, a la Universidad Autónoma de Sinaloa. Fue rector de la institución de 1981 a 1985. Nací durante su rectorado y fui cobijado por la institución y su comunidad. Ahora, en su partida, su rector y esposa fueron partícipes de nuestro dolor. No tengo más que palabras de agradecimiento para Juan Eulogio Guerra y su esposa, Patricia Corrales de Guerra.
Aprovecho también para agradecer la cercanía y apoyo de Manuel Quintero, director general del TecNM, y de Otto Granados Roldán, ex secretario de Educación Pública.
Recuerdo con cariño también sus años en la Universidad Veracruzana, donde tan entrañables amistades formó.
Estamos abrumados y conmovidos por las muestras de cariño y pesar. Mi padre fue una persona que se entregó en cuerpo y alma a las personas que estaban a su alrededor. Las muestras de empatía, en estos días, estaban casi siem- pre acompañadas de anécdotas sobre lo que hizo mi padre por mucha gente. Me faltan palabras para terminar de expresar mi agradecimiento y orgullo.
Y es que se trató de una persona que predicó con el ejemplo. Recuerdo que, durante mi infancia, alguien se le acercó para que considerara la candidatura por el gobierno de Sinaloa. Yo, ingenuo, le dije emocionado que lo hiciera, que podía ayudar a muchas personas. Él se levantó enfadado. “¿ Tienes idea de lo que se tiene que hacer para llegar a ser gobernador?”. No volví a preguntar.
Comprendí que no estaba dispuesto a sacrificar sus convicciones a cambio de poder. Así me lo hizo entender siempre y así vivió hasta su último aliento.
Claro que, aunque uno siempre idealiza a sus padres, estos días me han reforzado esa idea de lo que fue su figura para muchas personas y, sobre todo, para la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Además de ser un extraordinario padre, fue siempre un sutil proveedor de consejos y experiencia. Estuvo cerca de mí cuando tuve dolorosas pérdidas personales. Y si esas tribulaciones me probaron algo, es que la vida sigue. Es una lección que parece evidente y sencilla. Pero en el dolor, se asume que el mundo se detiene, porque así sucede para uno. Y al abrir la puerta, nos topamos con que el mundo siguió girando, que todo siguió como si nada. “La vida sigue”, me recuerdo. Y esa lección la llevo conmigo.
Días antes de publicar el número de aniversario de
Campus, mi padre me pidió que escribiera un editorial “fuerte, contundente”. Y co-
menzó a expresarse por teléfono. Yo en Ciudad de México, él en Tijuana. Mi padre pensaba y hablaba rápido. Tomé algunas notas de lo que yo interpreté como sus deseos y colgamos. Unos minutos después, entendí lo que quería decirme: mi padre se estaba despidiendo de Campus.
No llegaría a ver la foto del material impreso que Javier Chapa, director de medios impresos de MILENIO, le hizo llegar por mensaje. No leyó mi editorial tampoco.
Escribo este texto con enorme pesar y nostalgia, consciente del camino en frente, pero convencido de la tarea en mí encomendada. Agradezco con cariño a Ricardo Reyes, cómplice, diseñador y editor de este suplemento, a Carlos Reyes, compañero y amigo de mi padre, y a los gentiles colabores Adrián Acosta, Juan Domingo Argüelles, Alejandro Canales, Marion Lloyd, Humberto Muñoz, Carlos Pallán, Roberto Rodríguez, a quienes mi padre y yo admiramos y debemos parte importante de este suplemento. Agradezco, de parte del equipo editorial, la confianza de Grupo MILENIO en este proyecto, que ha hecho posible que estemos aquí, luchando por la educación superior. Reconocemos y agradecemos la labor de todas las universidades que han participado con nosotros en este proyecto y les aseguramos que seguiremos siendo espacio de interlocución con ellas.
Recuerdo de repente el tiempo que pasó en la Universidad Veracruzana, donde no sólo forjó amigos perdurables, sino que fundó la Biblioteca del Universitario junto a Sergio Pitol y Agustín del Moral. Me vienen a la mente también sus entrañables amistades con Enrique Fernández Fassnacht, Rafael López Castañares, Raúl Arias, José Manuel Piña Gutiérrez y Raúl Contreras, entre tantos otros. No hubo un lugar donde no sólo buscara marcar una diferencia, sino que también se quedara con lo mejor de las personas.
Es jueves 6 de diciembre, fecha en que se publica el número 782 del suplemento. Y escucho, claro y cierto en mi mente, que la vida sigue. Y sí:
Campus sigue.
Dimensioné desde un principio la titánica y signifi cativa labor de lo que él consideraba un llamado: ser un defensor de la autonomía universitaria y la educación pública”