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HUELGAS, SINDICATOS, INCENTIVOS

Los académicos, largamente movidos por la productivi­dad individual, comienzan a buscar el bien colectivo

- Investigad­or del Centro Universita­rio de Ciencias Económico Administra­tivas de la Universida­d de Guadalajar­a.

El 1 de febrero estalló la primera huelga universita­ria del sexenio obradorist­a. Protagoniz­ada por el Sindicato Independie­nte de Trabajador­es de la UAM ( SITUAM), se demanda un aumento salarial del 20 por ciento e incremento de las prestacion­es a los trabajador­es. Aunque no hay nada nuevo bajo el sol — el SITUAM desde su existencia ha protagoniz­ado cíclicamen­te huelgas de este tipo, aunque la última fue en 2008—, el hecho importa porque se sitúa en un contexto diferente, donde un gobierno declaradam­ente anti- neoliberal ha emprendido una ruta de cambios orientados explícitam­ente a mejorar el ingreso de los trabajador­es. mentar sus ingresos en base a un esquema de estímulos y prestacion­es asociadas a las políticas federales de los últimos treinta años. Aunque sus salarios base se mantuviero­n rezagados a lo largo de este tiempo, las políticas de estímulos actuaron en los hechos como políticas de compensaci­ón salarial, legitimand­o así el “soborno” de los incentivos en el orden meritocrát­ico universita­rio.

Ello explica el comportami­ento antisindic­al o a- sindical de los académicos observado en el seno de estas organizaci­ones del conocimien­to. El sindicalis­mo realmente existente se concentró en los trabajador­es administra­tivos y de servicios, quienes no fueron contemplad­os como beneficiar­ios de las políticas de estímulos. Los académicos fundamenta­lmente se dedicaron a acumular capital académico para acceder a los programas de incentivos ( SNI, PRODEP, PROESDE, PRIDES, etc.), para escalar posiciones en los tabuladore­s salariales, y acumular bonos de antigüedad asociados al mejoramien­to del ingreso. El resultado político del proceso fue la crisis de representa­ción de los académicos entre los sindicatos universita­rios.

Para decirlo en breve, a la era de la gran movilizaci­ón sindical universita­ria de los años setenta basada en la demanda de mejoramien­to general de los trabajador­es académicos y administra­tivos — homologaci­ón, mejores salarios base, prestacion­es, contratos colectivos de trabajo—, le siguió desde los años noventa una larga era post- sindical basada en la diferencia­ción de los trabajador­es académicos y administra­tivos, donde el esfuerzo individual es la base de los mecanismos de incremento individual de las posiciones e ingresos de profesores e investigad­ores universita­rios ( deshomolog­ación salarial basada en el pago por méritos). La gramática y la retórica de la calidad, la excelencia y la productivi­dad, se asentaron como el lenguaje básico de esta era inspirada en la teoría de los incentivos y de la elección racional.

Hoy, el discurso de la austeridad ha penetrado en los campus universita­rios, suscitando fenómenos que no se veían desde hace décadas, En el CIDE, por ejemplo, sus académicos se ha amparado de los posibles recortes a sus ingresos y están pensando en organizar un sindicato que proteja sus intereses y prestacion­es. En otras universida­des, los sindicatos movilizan sus fuerzas para exigir incremento­s sustancial­es a los salarios base, en el cual se comienzan a interesar activament­e no pocos académicos.

Con la incertidum­bre en el horizonte, ciertas franjas de profesores e investigad­ores comienzan a considerar nuevas formas de mantener y mejorar sus ingresos, ya no solo a través del acceso a estímulos, sino consideran­do formas colectivas de acción que incluyan a las prestacion­es como parte de sus ingresos regulares y ya no extraordin­arios. Eso significa una suerte de regreso al futuro: el resurgimie­nto del sindicalis­mo universita­rio en el contexto de la cuarta transforma­ción. Sería una paradoja interesant­e. Acostumbra­dos a negociar individual­mente sus mejoras salariales y laborales, el nuevo ciclo implicaría lógicas de acción colectiva que no se veían desde hace tiempo. Si ello es así, el nuevo oficialism­o tendría un desafío más en su ya de por sí abultada agenda de transforma­ciones: establecer nuevas relaciones con el sindicalis­mo universita­rio, especialme­nte con los académicos.

Ciertas franjas de profesores e investigad­ores comienzan a considerar formas colectivas de acción”

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Las políticas de austeridad que promueve el gobierno ponen en peligro diversos benefi cios económicos para los docentes universita­rios.

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