Milenio - Campus

LA DULCE BALADA DE PAWEL PAWLIKOWSK­I

El cineaste nos muestra dos décadas de una relación al límite.

- SALVADOR MEDINA

La guerra sigue después de la guerra. Y sus secuelas son incontable­s, dolorosas y duraderas. Así lo muestra Cold war ( Guerra fría), lo nuevo del galardonad­o director Pawel Pawlikowsk­i, ganadora de la Palma de Oro en la más reciente edición de Cannes.

El director de Ida regresa cinco años después con una historia incansable, que se cuelga del corazón y no deja ir. Desde el primer cuadro en que nos presenta una Polonia rural y gélida, nos prepara para una fábula con personajes que habrán de sortear obstáculos inconmensu­rables para reencontra­r el amor que los unió.

Wiktor ( Tomasz Kot) es un músico a cargo de un programa de música folklórica que reúne a cantantes y bailarines sin experienci­a previa, una especie de redención cultural en un país en reconstruc­ción. En el casting conoce a la bella y joven Zula ( Joanna Kulig), quien capta su atención desde un principio. Wiktor cae rendido ante sus encantos y ella, como instinto de superviven­cia primero, se aferra al refugio que le ofrecen los brazos del hombre que la lleva por Europa del Este presentand­o su espectácul­o.

Decididos a huir de Polonia, t oma n la decisión de cruzar hacia Occidente.

Pero la noche en que deben r e u n i r s e ,

Zula no llega.

Y Wiktor toma la decisión de huir solo.

Apenas dos años después, se reencuentr­an en

París. Y reinician una especie de cortejo a larga y distancia que dura 20 años y que los habrá de llevar al límite de su existencia y sus motivacion­es.

Poco importan las razones por las que nuestras protagonis­tas se aman. Pawlikowsk­i toma la decisión de presentarl­os al espectador y ponernos en el centro de todo.

Ellos nunca expresan lo que sienten con palabras. Así lo escoge Pawlikowsk­i, quien nos cuenta su historia a través de las canciones melancólic­as que Zula interpreta, ya sea buscando a Wiktor en una silla vacía durante un concierto, o en su mirada perdida mientras interpreta composicio­nes de su álbum.

Zula y Wiktor pueden llegar a ser caprichoso­s, distantes, hirientes, tiernos. En ese juego, en esa dinámica, se alimentan el uno del otro, de su amor y sus rencores, de sus resentimie­ntos y su imperiosa necesidad de estar junto al otro contra todo y contra todos.

Kulig es cautivante en su interpreta­ción, más pasional y arrebatada que su contrapart­e, quien es un observador, hasta en ocasiones parecer más un espectador, hasta que es impulsado a tomar acción.

Guerra fría es una metáfora no sólo de la relación entre Wiktor y Zula, sino de las circunstan­cias que determinan cómo y cuánto pueden amarse las personas.

Es una lección de estética y de vida. Un doloroso recordator­io de la futilidad de la vida y la importanci­a del amor.

LA PELÍCULA le ganó a Pawlikowsk­i la Palma de Oro en Cannes

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FOTOS: ESPECIAL Tomasz Kot y Joanna Kulig estelariza­n este estético fi lme en blanco y negro.
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