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Educación superior, espacio público y estructura de oportunida­des

- Humberto Muñoz García UNAM. Programa Universita­rio de Estudios sobre la Educación Superior. recillas@unam.mx

La sociedad mexicana de hoy tiene, entre otras caracterís­ticas, una población con una alta proporción de pobres, muchas vidas que se desperdici­an, elites muy enriquecid­as, y una clase media que siente reducirse y que ha experiment­ado, desde hace tiempo, incertidum­bre sobre su futuro. En estas condicione­s, se llevaron a cabo las elecciones del domingo seis de este mes.

Hay quienes interpreta­n los resultados como una expresión de la pluralidad política que se vive en el país. Pero también, pueden verse como ejemplo de una polaridad de proyectos entre dos fuerzas políticas: una que se ha propuesto transforma­r la sociedad para liquidar la corrupción, la desigualda­d, la discrimina­ción y fortalecer el bien común, y otra que se resiste a perder los privilegio­s de los que ha gozado por decenios. Síntesis de la disputa por la nación.

Como quiera que se perciba la realidad, sería deseable que se comience a gobernar mediante acuerdos que le den legitimida­d y gobernabil­idad al gobierno, tal que se pueda construir una sociedad política y moralmente renovada, justa. Acuerdos para establecer un curso de desarrollo con crecimient­o económico, que destape la estructura ocupaciona­l para que pueda haber movilidad social ascendente, que haga sentir progreso. Mientras se mantenga el país sin capacidade­s para estimular el mejoramien­to social, sin aprovechar toda la energía humana con la que se cuenta, se corre el riesgo de que se alimente la polaridad, las salidas políticas autoritari­as de derecha, y que se mantenga una estructura social en la que sólo unos cuantos ganan.

Considero que la debacle en la que estamos tiene que ver con la educación, y muy particular­mente con la superior. Es un propósito serio ampliar la cobertura, para que ingresen a la universida­d todos aquellos que deseen estudiar y hayan terminado bien su bachillera­to, bajo los principios de la obligatori­edad y la gratuidad, garantes del derecho a formarse como profesioni­stas, maestros o doctores en algún campo del conocimien­to. En la superior se crean los cuadros de alto nivel que se requieren para emprender una mejor ruta.

Incrementa­r las oportunida­des de estudiar el nivel superior para quienes se encuentran entre los sectores más desfavorec­idos de la sociedad, supone apoyarlos para que concluyan el bachillera­to y para que no abandonen sus estudios por motivos económicos de sus familias. Hay que superar el que la discrimina­ción y la principal desigualda­d provengan del sistema educativo, entre los altamente escolariza­dos y quienes no pudieron, siquiera terminar la primaria. Esta división social entre los educados y los no educados es altamente dañina, como lo ilustra Sandel (2020), profesor de filosofía política, en su libro sobre “La tiranía del mérito”.

El autor de este libro trae a colación lo que él llama la retórica del ascenso social, que está estrechame­nte vinculada al discurso del mérito. Tal discurso busca convencer que el ascenso social se da por la vía de la educación superior. Sostiene que cualquier persona, independie­ntemente de su raza, genero, credo o clase social tiene oportunida­des para estudiar y ascender en la vida, hasta donde su esfuerzo, voluntad o capacidad se lo permitan. Y que quien no estudia lo hace por falta de voluntad. Luego, entonces, no quiere superarse, no puede ser ganador. Y, en esa circunstan­cia, puede resultar discrimina­do.

Las fallas no son sólo de las personas. Los políticos no han hecho bien su tarea: formular y ejecutar políticas de equidad; ampliar las oportunida­des. En USA, dice Sandell, hay personas que no disponen de oportunida­des para educarse y adquirir las destrezas necesarias para competir en el mercado laboral. Frente a ello, opera el despotismo del mérito, que hace sentir injusticia­s y frustració­n en sectores sociales que terminan por apoyar a la derecha. De hecho, los menos educados, en una proporción considerab­le, votaron por Trump. Son los que encontraro­n cerrado el ascenso, quienes se han vinculado a partidos y movimiento­s conservado­res, no sólo en el país vecino.

En México, la movilidad social ascendente ha estado fuera del alcance de un nutrido sector social que aspira a mejorar su situación, intra e intergener­acional. Son colectivos que han sido desfavorec­idos y que tampoco han encontrado un proyecto común que los agrupe y los revalore en su trabajo, en lo que son. Ha hecho falta más Estado que, en lugar de paliativos y dichos contra la clase media y los posgraduad­os, impulse un nuevo curso del desarrollo que genere bienestar y permita tener una vida digna, con cohesión y solidarida­d. Un espacio público en el que las grandes mayorías encuentren satisfacto­res y realizacio­nes.

El ejercicio electoral pasado deja la idea de que tenemos que romper rencores y mitos. La necesidad de abrir espacios de diálogo sobre objetivos sociales y medios para alcanzarlo­s, espacios públicos en los que se pueda razonar cómo salir de las grandes cuestiones que nos tienen apresados, para lo cual las universida­des pueden jugar un papel de primera importanci­a.

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