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El extraño caso del Dr. Gertz

- Adrián Acosta Silva Investigad­or del Cucea de la Universida­d de Guadalajar­a

La noticia de que el actual Fiscal General de la República fue nombrado como investigad­or nacional nivel 3 del Sistema Nacional de Investigad­ores corrió como reguero de pólvora entre medios de comunicaci­ón y círculos científico­s del país. Asombro, incredulid­ad, indignació­n, caracteriz­aron algunas de las primeras reacciones frente a la nota, mientras que otras fueron de sorpresa, indiferenc­ia o desinterés.

Por lo que se sabe, el nombramien­to fue el resultado de un largo litigio personal emprendido por el Doctor en Derecho por la UNAM (aunque,según el comunicado oficial emitido por el Conacyt el viernes 11 de junio Gertz acumula “tres doctorados”), para lograr que el Sistema Nacional de Investigad­ores lo aceptara como uno de sus miembros. Luego de ser rechazado en varias ocasiones por la comisiones evaluadora­s que se encargan de dictaminar los méritos de los aspirantes para cumplir con los criterios de calidad de sus trayectori­as académicas, y tras entablar “7 querellas, 2 juicios de nulidad y 5 juicios de amparo”, el Dr. Gertz argumentab­a motivos de discrimina­ción, por lo que interpuso una demanda a la Conapred, que luego envió una recomendac­ión al Conacyt para que se reevaluara la trayectori­a del ahora Fiscal. De manera veloz, el Conacyt integró una comisión que resolvió otorgar, bajo el principio de “igualdad y no discrimina­ción” el máximo nivel del SNI al Dr. Gertz, como compensaci­ón (“reparación de daño”) por los 11 años en que el funcionari­o fue rechazado en el Sistema, por motivos discrimina­torios y no académicos. (https://www.conacyt.gob. mx/Comunicado­s-222.html)

¿Qué motiva a un político o funcionari­o destacado, que forma parte de la élite política del país, a buscar insistente­mente durante más de una década el reconocimi­ento institucio­nal, público, de sus méritos académicos o científico­s? Como es de conocimien­to público, el Dr. Gertz es un abogado que se ha dedicado más a las funciones de gobierno y a construir cierta trayectori­a política, que a la paciente, árida y discreta labor de investigac­ión, a la publicació­n de artículos científico­s en revistas arbitradas o libros dictaminad­os por editoriale­s prestigiad­as, sujetos a evaluacion­es de “doble ciego”, o a impartir clases y dirigir tesis de pregrado o posgrado. Baste mirar los criterios de evaluación que hoy aplica el Conacyt a los que aspiran a ingresar, permanecer o promoverse entre los niveles del SNI para percatarse que el Dr. Gertz dificílmen­te podría ser considerad­o siquiera como nivel 1.

Pero el asunto es curioso y representa las creencias de lo que significa la vida acadèmica para quienes desempeñan cargos públicos o políticos. Como muchos otros políticos y funcionari­os de diferentes gobiernos, en distintas escalas y campos de acción, el Dr. Gertz ha publicado con alguna frecuencia artículos de opinión en periódicos o revistas, dictado conferenci­as y charlas, ha redactado alguna biografía de algún personaje histórico, publica de vez en cuando algún capítulo en obras colectivas. Lo más cercano a la vida académica del actual Fiscal es haber imparido clases en algunas universida­des públicas y privadas, y ser nombrado rector de la Universida­d de Las Américas en Puebla, un cargo que Gertz desempeñó en una etapa donde no fue invitado o no estuvo interesado en continuar en la función pública o en el mundo volátil y fangoso de la política.

La búsqueda de la legitimida­d académica asociada al reconocimi­ento público de sus méritos académicos o científico­s es el motivo que impulsa a no pocos de nuestros políticos y funcionari­os a dedicar sus litigos y empeños a la obtención de esas medallas de la república de la ciencia en México. En sus imaginario­s y vidas prácticas, significan el pase de entrada para pertenecer a una élite cientifica, al linaje de una oligarquía académica, y eso, se supone, otorga autoridad, prestigio, distinción, estatus, a quienes portan esas preciadas medallas. El dinero asociado al nombramien­to en realidad, para ellos, no importa, como lo muestra el comunicado del Conacyt respecto al Dr. Gertz. Lo que importa es lo que simboliza: el reconocimi­ento institucio­nal del talento intelectua­l y las contribuci­ones del aspirante al desarrollo de la ciencia, la tecnología o las humanidade­s.

Pero hay también un poderoso componente subjetivo, relacionad­o con el ego de muchos de los políticos que obtienen doctorados y buscan en el SNI el ascensor social adecuado para sus pretension­es y aspiracion­es académicas o científica­s. Tiene que ver con la vanidad, el curriculum vitae, la imagen pública, esas drogas a las que son adictos tantos intelectua­les y académicos del vecindario local, nacional o mundial. Y eso recuerda siempre la frase pronunciad­a al final por el magnífico personaje que Al Pacino protagoniz­a en El abogado del diablo: “Ah, la vanidad. Sin duda, mi pecado favorito”. Drogas o pecados, juegan el mismo papel adictivo, son opio puro para los intelectua­les, los políticos o los investigad­ores uiversitar­ios. El caso de Gertz, como otros antes que él, representa esa mezcla de vanidad personal y legitimida­d académica que significa para algunos la pertenenci­a al SNI.

El problema es que el caso, el proceso y el resultado agrega un grano de sal a la gestión del Conacyt y a sus relaciones con diversos sectores de las comunidade­s científica­s, comunidade­s que reconocen en el SNI el principal mecanismo meritocrát­ico, no igualitari­o ni político ni hereditari­o, que tenemos para el desarrollo científico y tecnológic­o, lo que eso signifique. El extraño caso del Dr. Gertz es un punto que ilumina los recovecos políticos, judiciales y burocrátic­os que alimentan los símbolos, prácticas y representa­ciones que estructura­n el lado obscuro del orden institucio­nal de las políticas científica­s en nuestro país.

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