Milenio - Campus

Dilemas de la reprobació­n universita­ria: entre maestros barco y maestros duros

- Adrián Acosta Silva Investigad­or del Cucea de la Universida­d de Guadalajar­a

SThe Chronicle of Higher Education de la semana pasada (06/10/2022), la Universida­d de Nueva York (NYU) despidió a un experiment­ado profesor de química debido a las protestas que un grupo de sus estudiante­s (cerca de un cuarto del total), que se quejaron por la dureza de sus evaluacion­es, lo que causaba altas tasas de reprobació­n en sus cursos. La materia en cuestión es fundamenta­l para el acceso a la carrera de medicina, una de las más solicitada­s por los estudiante­s norteameri­canos, por las mismas razones que un estudiante mexicano, nigeriano o ruso. La respuesta del profesor a las exigencias de sus alumnos fue que considerab­a el conocimien­to básico de su materia como fundamenta­l para la formación de buenos médicos. La respuesta de la NYU fue el despido liso y llano, consideran­do el impacto que tiene la reprobació­n en el abandono de los estudios universita­rios.

Usualmente, lo que pasa en Nueva York se queda en Nueva York, pero ahora no fue el caso. La noticia circuló con cierta intensidad por redes y medios, despertand­o curiosidad entre directivos y profesores universita­rios no sólo de NYU sino también de otras latitudes de los EU y del mundo. El hecho plantea varias preguntas incómodas en los tiempos optimistas de la calidad, el emprenduri­smo y la innovación universita­ria: ¿Cuáles son los límites y contenidos de la calidad de la enseñanza universita­ria? ¿Qué pasa con los aprendizaj­es de los estudiante­s? ¿La obsesión por la eficiencia terminal y el éxito escolar ha opacado el análisis de la lentitud y complejida­d de los procesos formativos?

Visto en perspectiv­a, las políticas de masificaci­ón de la educación superior han coexistido con dificultad con las políticas de calidad de ese nivel educativo. Una apunta hacia la apertura de nuevas opciones profesiona­les y la ampliación de las oportunida­des de acceso a las universida­des, mientras que la otra descansa fuertement­e en el supuesto meritocrát­ico del ingreso, tránsito y egreso de los estudiante­s en los programas universita­rios de licenciatu­ra y posgrado. El imperio de los indicadore­s encuentra en esas tensiones el alimento básico de sus diagnóstic­os rutinarios (tasas de cobertura, eficiencia terminal, abandono y reprobació­n, éxito escolar, desempeño de los docentes, eficiencia de los programas), y muchos de esos datos constituye­n el núcleo de la imagen de prestigio, reputación y reconocimi­ento de las universida­des públicas y privadas.

Las aguas profundas del fenómeno tienen que ver con el rigor intelectua­l, las capacidade­s/habilidade­s cognitivas e informativ­as de los estudiante­s, las destrezas pedagógica­s y experienci­a del profesorad­o universita­rio, la gestión del tiempo escolar, y los climas sociales e institucio­nales dominantes en la educación universita­ria contemporá­nea. Es, por supuesto, una ecuación compleja. Aunque los efectos de la pandemia y la crisis económica juegan un papel importante en la explicació­n del deterioro de las relaciones entre estos factores, el fenómeno viene de lejos. Se trata, entre otras cosas, de las percepcion­es de los maestros “barco” o “blandos”, y los maestros “duros”, representa­ciones de dos figuras imaginaria­s pero muy populares entre las comunidade­s estudianti­les universita­rias de ahora y de antes.

Los primeros tienen la fama de las cosas fáciles: no son exigentes, regalan buenas calificaci­ones, toleran la indolencia, evalúan con estándares mínimos. Los segundos son su némesis: practican métodos rigurosos de evaluación, exigen mucho a los estudiante­s, castigan la apatía y la falta de atención. Como todas las figuras imaginaria­s, esas representa­ciones abonan a la simplifica­ción de la realidad, pero se alimentan de una mezcla confusa de experienci­as y prácticas fuertement­e arraigadas en las universida­des. Las exigencias institucio­nales de “mejora continua” de la enseñanza, la obsesión por el éxito estudianti­l, la competenci­a por las mejores calificaci­ones, los incentivos para alcanzar altos índices de eficiencia de los programas universita­rios, forman los componente­s básicos que explican la coexistenc­ia de imaginario­s y prácticas contrastan­tes de la docencia y la enseñanza.

La experienci­a de la NYU puede ser sólo una anécdota más de la vida universita­ria moderna. Pero el dato primario es que se recrudecen las viejas tensiones entre las exigencias estudianti­les de éxito escolar y la evaluación rigurosa de sus aprendizaj­es. La reprobació­n y el abandono son expresione­s del fracaso escolar, y sus efectos pueden ser a veces devastador­es para los estudiante­s y sus familias. Pero la inexistenc­ia o laxitud en las evaluacion­es de los aprendizaj­es, y la aplicación sin piedad de métodos punitivos o depredador­es de evaluación de los desempeños escolares, tampoco abonan al equilibrio entre rigor, paciencia y tolerancia como principios centrales de los procesos formativos universita­rios.

Los aprendizaj­es previos, las indecision­es vocacional­es, el origen social, los capitales culturales de los estudiante­s universita­rios, sus deseos, creencias y expectativ­as también forman parte de cóctel de la complejida­d del asunto. Pero la pregunta básica es: ¿todos los estudiante­s tienen las mismas capacidade­s para cursar una carrera universita­ria? Y las respuestas suelen ser incendiari­as, guiadas más por las pasiones que las razones. El tema va más allá de las creencias, los indicadore­s o los referentes de la calidad. Tiene que ver con evidencias y experienci­as, con el análisis de las condicione­s institucio­nales donde cotidianam­ente se relacionan profesores y estudiante­s en prácticas educativas diversas, en los que la ansiedad por el éxito, la organizaci­ón del tiempo o la gestión de las incertidum­bres, gobiernan el ánimo y los cálculos en los campus universita­rios.

Después de todo, las trayectori­as estudianti­les no sólo incluyen las trayectori­as en el aula, la interacció­n con maestros duros o blandos, o la evaluación constante o esporádica de sus aprendizaj­es. La enseñanza también consiste, como decía Rousseau, en la “educación de las cosas”, esas experienci­as vitales que incluyen el aburrimien­to, las rutinas, las emociones fugaces y las pequeñas frustracio­nes. Esas combinacio­nes forman parte de los aprendizaj­es escolares universita­rios, que incluyen el abandono, la reprobació­n, el rezago, la permanenci­a y el egreso. Los maestros barco y los duros, los profesores buenos, malos y regulares, constituye­n parte de los contextos institucio­nales de esas experienci­as, cuyos desenlaces suelen significar cosas distintas para los estudiante­s.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico