Milenio - Campus

¡Pero qué nece(si)dad! Escritores aliados al poder

Autores de gran trascenden­cia han entregado su independen­cia al gobierno, ese moderno mecenas

- Juan Domingo Argüelles*

Desde la Antigüedad, cuando aún no existía el “público lector”, o cuando los lectores eran muy escasos, los escritores se acercaban a los poderosos (césares, reyes, príncipes, papas, cardenales, políticos y adinerados particular­es) para conseguir un mecenazgo, esto es, la ayuda económica de un donante que los proveyera (a veces hasta con esplendide­z) a fin de alimentars­e y seguir escribiend­o su obra literaria, puesto que, por ella, no eran remunerado­s.

El termino “mecenas” se volvió sustantivo común a partir del nombre propio Cayo Mecenas (consejero del emperador romano Augusto), quien a finales del siglo primero antes de Cristo se hizo protector de los literatos y de las letras. De ahí, el sustantivo masculino “mecenazgo”: cualidad de mecenas y “protección o ayuda dispensada­s a una actividad cultural, artística o científica” (según el Diccionari­o de la lengua de la Real Academia Española). De este modo, el mecenas amplió su apoyo no sólo a las letras, sino, en general a la creación literaria, artística y científica, convirtién­dose en la persona que protegía estas manifestac­iones y, muy especialme­nte, alimentaba y apoyaba en todo sentido a sus creadores.

Queda claro que el mecenazgo no era gratuito: los beneficiar­ios se comprometí­an con sus protectore­s y, entre otras cosas, como es obvio, no podían (en el caso de los escritores) satirizar o burlarse de sus patrones y sí, en cambio, cargar la tinta y afilar el ataque contra los enemigos de sus protectore­s. Son muchísimos los grandes y los insignific­antes escritores que vivieron en este esquema de dependenci­a y pendencia para poder seguir escribiend­o: a veces obras maestras y, otras muchas más, adulacione­s y loas mercenaria­s. Con el paso del tiempo, de los siglos, la obra magistral o genial sobrevivió, en tanto que la porquería desapareci­ó. No solemos recordar las genuflexio­nes de Cervantes, Quevedo, Góngora o Lope hacia sus protectore­s. Pudieron incluso perder la dignidad, pero sus obras los salvan en el tiempo, en tanto que sus indignidad­es sólo quedan como breves alusiones en sus biografías.

En la modernidad, el mecenazgo lo asumió el gobierno, con el propósito de cooptar o silenciar a los escritores y artistas, en general independie­ntes y, a veces, antigobier­nistas. Ya que no podía conseguir, con entera certeza, las loas y los aplausos al gobernante, en su calidad de mecenas, éste le apostó a amansar o silenciar a los beneficiar­ios, y aunque hay beneficiar­ios que, de antemano, están dispuestos a aclamar y a glorificar a sus mecenas gubernamen­tales, la mayoría de los artistas y escritores sabe que el mecenazgo del gobierno es, en sí, una obligación (la obligación de apoyar la cultura), porque el dinero que se usa para ello no sale del bolsillo de los gobernante­s, sino del de los contribuye­ntes. Por ello, en muchos casos, quienes reciben el mecenazgo gubernamen­tal (como un derecho) siguen siendo críticos a los gobiernos, sus excesos, sus tropelías, sus autoritari­smos, sus corrupcion­es y sus desplantes de arrogancia. No tienen que sentirse parte de un sector social improducti­vo ni mucho menos desleal en el sentido perruno (que muerde la mano del amo) y, pese a los apoyos económicos que reciben, siguen considerán­dose, en esencia, independie­ntes.

Quien está consciente de que el gobierno es un mecenas que tiene la obligación social y cultural de ese mecenazgo no anda echándole porras al gobernante en turno ni postrándos­e a sus pies. Esto lo hacen quienes coinciden ideológica­mente con ese gobierno y ven en el apoyo que les da una recompensa pecuniaria por su incondicio­nalidad y, no pocas veces, por su complicida­d. También lo hacen los que ni siquiera tienen conciencia de que los recursos públicos, repartidos en la forma de mecenazgo, son en realidad parte de la obligación gubernamen­tal para el desarrollo cultural, educativo, artístico y científico de una nación, y además lo que se destina para ello es lo que le sigue a insignific­ante: una migaja, comparada con los sueldos de los altos funcionari­os que por lo demás ni siquiera funcionan.

Pero si esto ya es suficiente­mente claro, lo que no llega a comprender­se es por qué los grandes y prestigios­os escritores y artistas (y también algunos científico­s sociales o duros) se prosternan ante el gobernante, se suman a sus filas de aduladores y adoradores, a pesar de que la divisa de toda creación que se respete es la independen­cia, y se les ve postrados ante el poder político como si éste necesitase más poder. Todo gran escritor que suma su prestigio nacional e internacio­nal a un gobierno está traicionan­do su independen­cia ética y estética para convertirs­e en un adulador del poder y el poderoso. Se trata de una cesión vergonzosa, pues todo gran creador independie­nte (que no necesita, para nada, al gobierno) debe ponerse del lado de la sociedad a fin de evitar las arbitrarie­dades del poder, sus caprichos, su autoritari­smo y su abuso y despotismo que, con frecuencia, conducen a la tiranía.

Esto no es significat­ivo cuando los escritores y artistas son casi inexistent­es en sus obras (y en sus sobras), aunque sean muchos. Pero sí lo es cuando unos pocos de los grandes creadores (escritores, artistas, científico­s), que se cuentan con los dedos, con trascenden­cia nacional e internacio­nal se ponen del lado del poder político y, además, se convierten en sus portavoces sin nombramien­to oficial. “¡Pero qué necesidad!”, exclama el clásico de clásicos, para continuar al ritmo de: “Para qué tanto problema./ No hay como la libertad de ser, de estar, de ir,/ de amar, de hacer, de hablar,/ de andar así sin penas”.

Porque, en efecto, estos importante­s creadores que se entregan al poder y al poderoso renuncian a su libertad, cediéndose­la al gobernante, y con ello causan una profunda pena que, sin embargo, ni les sonroja ni consigue que se les caiga la cara de vergüenza. No se le cayó al gran poeta chileno Pablo Neruda, por su entrega gratuita al estalinism­o y sus loas al Padrecito Stalin. Tampoco se le cayó al gran narrador colombiano, por su complicida­d con el castrismo y sus alabanzas y adulacione­s al dictador cubano Fidel Castro, a pesar de que ambos sabían que estos tiranos aplastaban a sus pueblos. En su novela póstuma El color del verano, Reinaldo Arenas le cobra la factura de su mezquindad al autor de Cien de años de soledad: “Atención, cuando vayáis a insultar a cualquier hombre debéis comenzar siempre de esta forma: ‘Es el ser más envilecido de la Tierra después de Gabriel García Markoff’”. Aparte de los (chicos, mediocres y grandes; talentosos y sin talento) que han cedido hoy su independen­cia ética y estética al Gran Tlatoani López Obrador y a los otros López, en México también tuvimos un caso muy sonado de un importante escritor, Carlos Fuentes, que se puso al servicio del poder y llegó a decir que sólo había de dos sopas: “Echeverría o el fascismo”. Gabriel Zaid, el más congruente de los escritores mexicanos, le dijo públicamen­te: “Creo que te equivocas en lo más importante: al usar tu prestigio internacio­nal para reforzar al ejecutivo, en vez de reforzar la independen­cia frente al ejecutivo. […] Usar el mínimo poder de publicar para celebrarlo, para dar gracias por tenerlo y en último término para devolverlo: para ayudarle a conseguir sus fines al verdadero poder, que es el ejecutivo, ¿qué diferencia deja, a los ojos del público, entre un escritor independie­nte y un portavoz del ejecutivo? El contexto, aunque no quieras, configura tu posición como una entrega de independen­cia. Una entrega totalmente gratuita, en el doble sentido de buena para nada y a cambio de nada: ni para el público ni para ti, que no sólo no te beneficias, sino que pierdes”.

Como colofón, otra vez el escritor cubano Reinaldo Arenas vuelve a tener razón respecto de los entreguist­as al poder de ayer y de hoy: “El hombre sólo vive para alimentar su vanidad; por eso es tan fácil de utilizar, sobre todo por los poderosos y los astutos”.

Y si hay gente vanidosa, no hay que esforzarse para hallarla entre los escritores.

DESPRESTIG­IO. AL SERVIR AL PODEROSO, EL MÁS GRANDE ESCRITOR NO ES MÁS QUE OTRO ADULADOR.

Poeta, ensayista, editor, divulgador y promotor de la lectura. Sus libros más recientes son Por una universida­d lectora y otras lecturas sobre la lectura en la escuela (Laberinto, cuarta edición definitiva, 2021), Escribir y leer en la universida­d (Anuies, 2019), La prodigiosa vida del libro en papel: Leer y escribir en la modernidad digital (Cal y Arena/UNAM, 2020), ¡No valga la redundanci­a!: Pleonasmos, redundanci­as, sinsentido­s, anfibologí­as y ultracorre­cciones que decimos y escribimos en español (Océano, 2021) y El vicio de leer: Contra el fanatismo moralista y en defensa del placer del conocimien­to (Laberinto, 2021; segunda edición, 2022). En 2019 recibió el Reconocimi­ento Universita­rio de Fomento a la Lectura, de la Universida­d Autónoma del Estado de Hidalgo.

 ?? ?? Portavoces. Gabriel García Márquez apoyó sin pena a
Fidel Castro, así como Carlos Fuentes a Luis Echeverría .
Portavoces. Gabriel García Márquez apoyó sin pena a Fidel Castro, así como Carlos Fuentes a Luis Echeverría .

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico