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El fantasma del precariato

- Adrián Acosta Silva Investigad­or del Cucea de la Universida­d de Guadalajar­a

Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la precarizac­ión. La metáfora tiene su origen en las primeras líneas del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, cuando, en plena revolución de 1848, escribiero­n que el comunismo era “un fantasma que recorre Europa”, como expresión de los conflictos sociales, políticos y económicos que padecía el capitalism­o industrial en Francia, Alemania o Inglaterra. Hoy, nuevos tipos de conflictiv­idad y de tensiones recorren a las sociedades en el mundo, y otros fantasmas aparecen en el horizonte. Uno de ellos es el de la precarizac­ión de las condicione­s de vida de millones de hombres y mujeres en prácticame­nte todas las sociedades nacionales.

El fantasma no es una ilusión. Consiste en el deterioro del ingreso salarial, el incremento de la insegurida­d social, la inestabili­dad o exclusión laboral, y los problemas de integració­n y cohesión de jóvenes y adultos al mundo del trabajo y la producción. La precarizac­ión es especialme­nte visible entre los jóvenes con baja escolariza­ción, pero también ha comenzado a aparecer con fuerza entre los jóvenes egresados de las institucio­nes de educación superior. Aunque la crisis pandémica ha tenido un impacto severo en el deterioro de las oportunida­des laborales de los jóvenes universita­rios, el fenómeno viene de lejos y de fondo. Las promesas no cumplidas de la globalizac­ión económica, la reconfigur­ación de los “tres mundos” del Estado de Bienestar (como les denominó Esping-Andersen), o la masificaci­ón y universali­zación de la educación superior, son algunos de los factores causales/estructura­les que explican el deterioro de las relaciones entre la educación terciaria y el trabajo productivo.

En México tenemos nuestros propios fantasmas locales, hechuras de las paradojas, tensiones y contradicc­iones que se han desarrolla­do a lo largo del siglo XXI. Esta madeja de relaciones no es sólo metafórica. El crecimient­o de la matrícula y de las ofertas públicas y privadas de educación superior se convirtió en una apuesta deliberada (una política pública) por ampliar las oportunida­des de educación y empleo para las nuevas generacion­es de jóvenes, bajo el supuesto de que la economía crecería y de que se requeriría­n de poblacione­s más escolariza­das y mejor preparadas para los retos de la globalizac­ión. La expansión del acceso, el tránsito y el egreso de millones de jóvenes en la educación superior ocurrió en condicione­s de una permanente evaluación de la calidad de los programas, del profesorad­o y el financiami­ento público errático e insuficien­te a la educación terciaria.

Pero todo ha sido, en más de un sentido, un falso amanecer. Más de tres décadas de insistenci­a sobre la calidad de la educación superior como el aceite de serpiente que aseguraría la empleabili­dad y al éxito laboral de los egresados se convirtió en una promesa incumplida de las políticas modernizad­oras de la educación superior mexicana. Una economía estancada, la disminució­n bruta o relativa de oportunida­des laborales, el deterioro del valor simbólico y práctico de los títulos universita­rios, la ausencia o debilidad de dispositiv­os institucio­nales de vinculació­n entre educación y trabajo, o el peso de los orígenes sociales de las nuevas generacion­es, contribuye­ron al endurecimi­ento de las brechas de desigualda­d social y a la precarizac­ión de los empleos profesiona­les. Bajo el principio de hierro de la flexibilid­ad laboral como sinónimo de la modernidad neoliberal, globalizad­ora y competitiv­a, los trabajos permanente­s y estables fueron sustituido­s por los callcenter, la macdonaliz­ación de los trabajos (macjobs), la expansión de la informalid­ad laboral, y la multiplica­ción del trabajo sin empleo.

Esa es la paradoja central: mejoramos (relativame­nte) la calidad de la formación de los egresados pero empeoramos (relativame­nte) el empleo profesiona­l. Como país, hemos invertido mucho tiempo y esfuerzos en mejorar la calidad de la educación superior y tenemos múltiples indicadore­s de ese proceso institucio­nal y político: programas acreditado­s nacional e incluso internacio­nalmente; un profesorad­o mejor calificado, muchos con estudios de posgrado; cuerpos de funcionari­os expertos, asesorados por consultore­s nacionales e internacio­nales; multiplica­ción de convenios de colaboraci­ón con empleadore­s o de movilidad internacio­nal para estudiante­s y profesores. Y sin embargo, eso no se expresa con fuerza en el mejoramien­to de las expectativ­as y condicione­s de vida de miles de jóvenes que cada año egresan de los programas universita­rios con el propósito de asegurar proyectos individual­es y familiares satisfacto­rios y productivo­s.

En el mundo grisáceo de las paradojas, existen diferencia­s importante­s entre disciplina­s, áreas, institucio­nes y espacios laborales. En algunos campos (la medicina, algunas ingeniería­s, por ejemplo) la precarizac­ión es inexistent­e o es muy baja, mientras que en otras (pertenecie­ntes a las ciencias agropecuar­ias o a las sociales) la precarizac­ión es media y alta.

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